sábado, 1 de octubre de 2011

Reto de los Treinta libros, tercera y última parte.




Uno para aprender a perder. El señor de las Moscas. Nunca sentí tanta indignación con un libro. De una manera brusca William Golding me hizo sentir vergüenza de ser humano: esos niños confinados en una isla remota reviven punto por punto las mezquindades de la civilización y de cualquier hombre o mujer. Mientras la leía, por momentos me sentía como Piggy, por momentos como Ralph, por momentos como Jack, y caía en la cuenta de que siempre, detrás de un ser bondadoso y bueno, acechan las más inesperadas formas del miedo y la mezquindad.

Uno que asocie con la música que le gusta. Los monederos falsos. Leí a André Gide al ritmo del Rock & Roll de los 90's. Los amo a ambos. Por aquellos días, apenas saliendo de la adolescencia, ciertas bandas se escuchaban con un rigor casi religioso: Sonic Youth, Nirvana, Pearl Jam, Temple of the Dog… lo típico: algo que te hiciera sentir triste. Y  cierta tarde, en un paseo sin rumbo entre los estantes de la biblioteca, encontré esta joya…. Luego seguí leyendo a Gide y, sin negar el impacto que me causaron sus Diarios, esta novela me marcó profundamente porque sin duda, a pesar de haber sido escrita a principios del siglo, encarnaba perfectamente el espíritu de la década.

Un libro que le regalaron y no le gustó. La elegancia del erizo... y sin embargo, en las últimas páginas, lloré. La literatura francesa siempre tuvo un carácter elucubrativo y esta novela de Aubrey Barbery da cuenta de ello, pero además da cuenta de la proliferación de la literatura de autoayuda. Hay pasajes en los que uno siente estar leyendo un manual ligth de filosofía, y en otros, un libro de Og Mandino o Depak Chopra… Pero al final hay algo que se impone: en últimas es una novela sobre lectores… y a veces es difícil no sentir simpatía por esos personajes tan escasos.

Uno que lo haya asustado. Stalingrado, de Antony Beevor. Su intensidad y realismo me mantuvo con el corazón en la mano hasta el final. Básicamente adoro la literatura sobre la Segunda Guerra Mundial, creo que es mi episodio histórico preferido, y eso ya es mucho decir considerando la pasión que siento por el Medioevo y por la Grecia Clásica. Beevor es una suerte de historiador rigurosísimo que escribe como un novelista (lo cual lo aleja de algún modo  de otro gran historiador de nuestros días como Eric Hobsbawm). Y la descripción que hace de la Batalla de Staligrado, la verdadera Madre de todas la Batallas, es soberbia. Llena de detalles pero sin un solo asomo de sensacionalismo. Creo que nunca olvidaré la intensidad que alcanza el relato cuando el Ejército Rojo decide retomar la colina de Mamaev Kurgan. Un libro épico e inolvidable.

Uno que pueda salvar vidas: Diálogos, de Séneca. Libro sobrio y pleno de sabiduría. Antes de la Autoyuda existía la Filosofía. Leí este libro por una promoción de obras del pensamiento que lanzó la editorial Atalaya-Planeta cuando estaba en los primeros meses de la universidad, hace ya mucho tiempo. Sin exagerar puedo decir que es probablemente el libro que más me ha influenciado en lo que va corrido de mi vida (muy a pesar de las confesiones de San Agustín). Séneca fue un hombre poco menos que despreciable: egoísta, ambicioso...  Y lo sabía bien. En algún apartado del libro, consciente de las críticas en su contra, dice que ‘uno puede haber visto la meta sin haber llegado a ella…’ Esa es la historia de cualquier ser humano: perderse en sus errores y contradicciones, consciente del camino para superarlos…