sábado, 24 de agosto de 2013

Pablo Montoya: yo debo jugármela por la escritura


Durante la presentación de "Un Robinson cercano"


El camino que condujo a Pablo Montoya hasta la literatura comenzó con la música. El narrador, ensayista, poeta, crítico literario y traductor, considerado por Ramón Illán Bacca como una de las voces más representativas de la literatura actual en Colombia, empezó a acercarse a la creación artística cuando a mediados de los ochenta dejó Medellín y abandonó sus estudios de medicina en la Universidad de Antioquia para irse a estudiar a la Escuela Superior de Música de Tunja. En aquella época aprendió a tocar la flauta, instrumento de cuya interpretación alcanzó a vivir durante algún tiempo, y se familiarizó con la obra de Alejo Carpentier, el gran escritor cubano que, en su novela Concierto barroco, le reveló la posibilidad de ser escritor y músico al mismo tiempo.

«Desde niño fui un gran lector y en la época en la que estudié música, siempre la vi con los ojos de la literatura», recuerda Pablo. El producto de ese cruce fueron sus dos primeros libros: Cuentos de Niquía y La sinfónica y otros cuentos musicales, publicados en 1997 y 1998, respectivamente; ambos incuban ya en cada una de sus frases la sinuosidad, el ritmo y el rigor estilístico que iba a caracterizar a su obra en adelante. De esa exploración, pero ya en los terrenos de la crónica y el ensayo, surge también Música de pájaros, una serie de textos que van desde la historia de los músicos callejeros en París hasta la vida y la obra de grandes compositores como Héctor Berlioz y Oliver Messiaen. El libro, sobrio y fluido en su escritura, hace gala de una erudición enorme y lleva al lector por un recorrido que se adentra hasta la Edad Media.

Pero en el camino hacia la literatura Pablo Montoya se encontró además con el viaje, otro de los grandes temas que definen su obra. Luego de Tunja viajó a París, donde obtuvo una maestría y un doctorado en estudios hispánicos y latinoamericanos en la Universidad de la Sorbona. Allí, muy a su manera, vivió los rigores habituales del inmigrante: “Mi primera estadía en París es muy difícil, económicamente muy complicada. Me gané la vida como músico en la calle, en el metro, en bares; me relacioné con inmigrantes de todas partes del mundo e hice todo tipo de trabajos”. Todas esas experiencias quedaron consignadas en Habitantes, publicado en 1999, un libro de relatos poblado de historias y personajes marginales, extraviados en esa gran ciudad.

De esa época surge también Viajeros, una obra que según el crítico Luis Fernando Afanador “escapa a los moldes de lo que se está escribiendo hoy en nuestra lengua”: un pequeño volumen de prosas poéticas lleno de erotismo y de reflexión sobre la fugacidad de la vida, protagonizado por personajes históricos y literarios cuyos viajes, imaginarios o reales, de alguna forma transformaron el mundo: Darwin, Américo Vespucio, Herodoto, Antonio Pigafetta, Alonso Quijano, Gulliver. “En todos mis libros escritos en París está la impronta francesa, la de la prosa poética que viene desde Baudelaire con el Spleen de París y que sigue en Henry Michaux. Eso me influyó mucho, aunque intuitivamente esa forma de escritura ya estaba en mis primeros libros.”

De su pasión por la literatura francesa surge también Un Ronbinson cercano, un libro de ensayos sobre escritores franceses del siglo XX publicado en 2013.

Sin embargo, la influencia de Francia en la obra de Pablo Montoya no termina allí. Él, que había huido de Medellín en buena medida refugiándose de las guerras del narcotráfico, que ya despuntaban en la década de los ochenta, tuvo que vivir en París una especie de exilio. Como García Márquez, cuyo exilio le inspiró El coronel no tiene quien le escriba, en esa lejanía Pablo encontró el material para Lejos de Roma, su novela más reconocida hasta la fecha, publicada en 2008. Allí el argumento y la forma también son poco habituales para la literatura hispanoamericana de hoy. En la misma clave de las prosas poéticas, la novela narra la vida del poeta latino Ovidio durante su exilio en Tomos. Es una reflexión profunda sobre los grandes temas de la literatura. La vida, la inminencia de la muerte, el amor y el sexo. “Un periodista me reprochaba en alguna oportunidad que la novela no tenía nada que ver con Medellín, pero yo creo que ese es un problema que ha habido siempre en la literatura latinoamericana, la confrontación entre la región o lo local y lo cosmopolita, lo universal. Yo creo que la literatura colombiana y latinoamericana debe tener distintos rostros”.

Tal vez saliéndole al paso un poco a ese reproche, el camino que conduce a la literatura ha llevado a Pablo Montoya además hasta la historia de Colombia. Algunos de sus últimos libros han sido una indagación profunda sobre el país. Adiós a los próceres, por ejemplo, es la biografía novelada, a la manera de las Vidas imaginarias de Marcel Schwob, de veintitrés padres de la patria. Allí se hace un escrutinio minucioso, con humor e ironía, de las miserias de esos pretendidos héroes de nuestra independencia. “Es un libro antinacional y antipatriótico”, dice Pablo casi con orgullo.

Aun así, en 2012 el ministerio de Educación lo incluyó en la lista del Plan nacional de lectura, para distribuir veinte mil ejemplares gratuitamente en las bibliotecas del país: “No sé cómo la editorial logró que eso pasara. Lo único que sé es que a estas alturas de la vida yo debo jugármela sobre todo por la escritura.