domingo, 24 de febrero de 2013

Oscars 2013

Premios Oscar 2013

Y las nominadas son...

Life of Pi


Se trata de una de esas historias de superación personal que les encanta a los jurados. Después de que el buque en el que viaja con sus padres naufraga, un niño sobrevive durante meses al garete en el océano en una pequeña balsa en compañía de un tigre de bengala feroz.

Ang Lee fue considerablemente fiel al libro de Jean Martel. En particular me resultó conmovedor y bien logrado el momento en el que Pi Patel y Richard Parker, el tigre, llegan al final de su viaje: el animal, famélico y atolondrado, se interna lentamente en la selva y se olvida, por instinto prácticamente, de su amigo y benefactor con una facilidad asombrosa. Probablemente todos nos hemos sentido en algún momento como Pi se sintió en ese instante. La película es en efecto un banquete visual, cosa habitual en Lee, que en esta oportunidad contó con la fotografía de Claudio Miranda, el chileno que tantas veces ha acompañado a David Fincher. Incluso esta cinta tiene un poco de la pirotecnia visual y el encanto de El misterioso caso de Benjamin Button.

Pienso que, de todas las cintas en competencia, es la más perfectamente cortada con las tijeras del Oscar.

Lincoln


Tenía la convicción de la película iba a resultar aburrida hasta el sopor, pero me equivoqué. Obviamente su ritmo está lejos de ser frenético, pero los ires y venires de la reforma que finalmente abolió la esclavitud en un país tan pretendidamente libertario, tienen su propia tensión. Otro factor que juega muy a favor de la  narración es Daniel Day Lewis, tan soberbio como siempre y en un registro tan opuesto al de su anterior personaje en There will be blood.

A estas alturas tal vez solo John Huston contó la historia de Note América tan sistemáticamente en el cine como lo viene haciendo Steven Spielberg.

No creo que gane el premio a mejor película; pero sin duda DDL, ganará al de mejor actor.

Zero Dark Thrirty


A la larga esta nueva película de Kathrin Bigelow es una variación de su ópera prima: The hurt loker. La protagonista, Maya, vive por su trabajo, no se concibe sin él. En esa medida la película va mucho más allá del asunto de la guerra imperialista emprendida por los Estados Unidos luego del 9-11. Pero sin duda esa guerra es uno de los ejes de la narración y a diferencia de quienes piensan que se trata de una exaltación del orgullo americano, considero que Bigelow da un paso más en el camino que emprendió Spielberg cuando en Munich reflexionó sobre el vació y la locura de las guerras contra el terrorismo. Una guerra en la que los contendores, todos, terminan convertidos en fantasmas atormentados y atroces.

Como se ha repetido una y otra vez, la narración de los diez años de persecución a Bin Laden avanza a zancadas, casi no da respiro. A ratos resulta tedioso estar pendiente de tantos nombres… pero en general son dos horas cuarenta minutos muy digeribles.

Igual es una película hecha con el molde del Oscar. Encaja mucho más aun considerando que desde No country for old man incluso las historias oscuras admiten la consideración de los jurados.

Argo


Durante por lo menos tres cuartos del metraje nos encontramos con un triller político en clave de comedia considerablemente agradable. Pero las últimas secuencias son una payasada imperdonable. Una gringada. Creo que por esa razón es la cinta con más opciones para a ganar.

Django Unchained


Como ocurre en Lincoln, aquí nos encontramos con una cinta en la que un solo actor, en este caso Christoph Walz, hace que valga la pena pagar la boleta. Incluso ahora que lo pienso no hay más de dos secuencias de diálogos encantadores que no esté remachada por él. Cuando Walz ya no está en la película, la única alternativa que le queda a Tarantino son los balazos y las explosiones.

Es imposible que gane, reconociendo eso sí que los jueces son suficientemente estúpidos como para premiarla.

Beast of the southern wild


De tanto en tanto los miembros de la academia deciden nominar a un actor, a una actriz o a una película de la que nadie ha oído hablar para dejar en evidencia su erudición y su amplitud de miras. Eso pasó, por ejemplo, con Catalina Sandino. Este año la oportunidad fue para esta cinta de solo una hora y media que se hace larguísima por lo aburrida. En realidad hace mucho no me sentía tan desconectado de lo que ocurre en la pantalla.


Es a su manera una película tan pretenciosa como cualquier superproducción. En realidad la fatuidad no está solo en los grandes presupuestos y en la pirotecnia. El cine independiente, con su pretendida profundidad disfrazada de sencillez, se acerca con frecuencia a la misma superficialidad de la gran industria.

Por supuesto la niña, Quvenzhane Wallis, merece una mención aparte; y al lado de Emmanuelle Riva es tal vez la mejor dotada para recibir en esta oportunidad el premio a mejor actriz principal.

Amour


Tal vez debido a que con el paso del tiempo los niveles de testosterona tienden a mitigarse, ahora lloro fácilmente con algunos films. Y la verdad es que me gusta. Eso en todo caso me pasó con esta película de Haneke, que como era de esperarse cae como una patada en el hígado. El solo hecho de que haya directores que se atrevan a tratar con tal seriedad el universo de la vejez es ya un alivio en este mundo estupidizado por la obsesión con la niñez y con la juventud. Pero además es muy reconfortante ver el trabajo de artistas capaces de darle al amor, otro tema reducido a la ramplonería, una dimensión tan profunda.

No me cabe duda de que en un mundo en el que la estupidez no fuera la norma, Amour de Michael Haneke sería la rotunda ganadora del Oscar a la mejor película.

Silver linings playbook


Esta película es el peor irrespeto a la inteligencia del espectador que he visto en mucho tiempo. Todo en ella es por lo menos mediocre, sino decididamente malo: las actuaciones, empezando por Bradley Cooper, que luce sobreactuado todo el tiempo; y terminando con Robert De Niro en un papel demasiado torpe; Jennifer Lawrence no lo hace tan mal, pero de ahí a que la nominen a un Oscar y atrevidamente la pongan en el mismo nivel de Emmanuelle Riva… ahí sí hemos perdido la cordura del todo… 

Y ni qué decir de la dirección: David O. Rusell queda totalmente desdibujado a la luz de The Figther, que sin ser precisamente magistral, era una película aceptable y bien lograda.

Los Miserables


En mi vida solo he visto con gusto unos cuantos musicales: West Side Story, Singing in the rain, Jesus Christ Superstar y Dancer in the dark. El resto no los soporté. Por esa razón, y porque Los miserables es una de mis novelas preferidas, creo que me voy a abstener de ver la película de Tom Hooper.


miércoles, 13 de febrero de 2013

Django Unchained

Tarantino dispara de nuevo


Django Unchained


La película


La historia  tiene lugar dos años antes del inicio de la guerra civil en Estados Unidos. Una guerra cuyo núcleo fue la lucha por el fin de la esclavitud en un país que  paradójicamente inspiró sueños de libertad como el de la Revolución Francesa, pero mantuvo una actitud ambigua e incluso mezquina con la población negra hasta entrado el siglo XX. Django es un hombre negro, libre, que quiere encontrar y liberar a su esposa. Para ello cuenta con la ayuda de King Shultz, un alemán al cual la esclavitud le resulta extraña, una especie de ángel de la guarda de Django que no comprende ni acepta la realidad que viven los negros.

Tal vez el reclamo parezca absurdo, pero creo que presentar a un europeo como estandarte del discurso anti esclavista es por lo menos extraño: Europa desangró África con especial salvajismo en la segunda mitad del siglo XIX. Y Alemania en particular fue responsable del genocidio herero y namaca, acontecimiento que en rigor fue la semilla de brutalidad del régimen Nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

Tarantino


Entre todos los cineastas relevantes de esta época, Tarantino es probablemente el más superficial y plano. Muchos se empeñan en esgrimirlo como una de las más puras encarnaciones  de la postmodernidad en el arte. Ignoro qué significa eso, y creo que nunca voy a tratar de entenderlo, pero creo que a Vargas Llosa  no le falta razón cuando plañideramente repite una y otra vez que en el mundo en que vivimos hoy preferimos la pirueta, el destello y el ingenio antes que la inteligencia reposada y la sabiduría. Y justamente en eso se fundamenta el encanto de Quentin Tarantino, por eso es un producto perfecto de esta sociedad nuestra de candilejas; postmoderna o no.


Los diálogos


Ahora, debo admitir que soy un fan decidido de esas películas estrambóticas y profundamente infantiles. Adoro ante todo los diálogos:  Vincent Vega y Jules Winnfield intercambiando ideas sobre los masajes de pies;  el Sr Rosa y el Sr Rubio disertando acerca de las propinas; Hans Landa agradeciendo un vaso de leche… en fin. Hipnotizantes. Esos diálogos resultan demasiado reales, tal vez por eso sorprende que alguien los ponga en una pantalla de cine. Pero son pirotecnia, como también lo son los chorros de sangre y los sesos desparramados y los brazos cortados. Detrás de todo ese artificio no hay nada. Nada. Ni postmodernidad, ni estética, ni nada. Solo piruetas.



 Quentin Tarantino

Christoph Wals y Leonardo Di Caprio


Este actor austriaco es tal vez lo mejor que le ha pasado a la filmografía de Tarantino en mucho tiempo. En Inglorious Basterds cada aparición suya es una delicia. La morosidad y el desparpajo para pronunciar sus diálogos; su presencia tan extraña: un hombre pequeño encarnando semejante monstro. En esta oportunidad también se convierte en la columna vertebral de la película; su personaje, el Doctor King Shultz, un casa recompensas sin muchos escrúpulos es demasiado fino  para el mundo en el que vive; y ese contraste termina por darle un sabor especial a la película.

También es un gusto ver a Di Caprio, otro de esos galanes de cuyo talento como actor no queda duda: Calvin Candie, delicado hasta rayar en el afeminamiento, es impredecible, encantador y brutal.

De Jamie Foxx es mejor no hablar: el tipo lo ha hecho bien en otras oportunidades, pero aquí, muy probablemente con el patrocinio del director, parece más un pandillero que otra cosa.

El Western


Cuando luego del estreno de Kill Bill Vo 2 se supo que el siguiente proyecto de Tarantino sería un western, recuerdo que me desvelé alguna noche, unos cuantos minutos, deseando que al loquito le diera por adaptar Meridiano de  Sangre, que como ya todo el mundo sabe, es uno de esos proyectos errantes en Hollywood. Pero creo que esa misma noche caí en la cuenta de que la novela de Cormac McCarty camina por territorios demasiado oscuros y profundos; en ella los personajes tienen muchas dimensiones. Definitivamente necesita otro director.


Un tiempo después se supo que el creador de Pulp Fiction exploraría la historia de uno de los personajes más emblemáticos del cine de vaqueros, muy en particular del spaguetti western: Tarantino iba a filmar una nueva versión de Django, pistolero interpretado antes por Franco Nero, entre muchos otros, e incluido en películas de Sergio Leone y Takashi Miike. Eso, por supuesto, tenía mucho más sentido que mi deliquio con el Juez Holden.

Resulta comprensible que Tarantino optara por un personaje y por una historia emblemática del western. En primer lugar, nunca ha filmado algo que no responda a la maquinaria de ese género: desde Resevoir Dogs hasta Kill Bill pasando por Jackie Brawn, el capítulo de  CSI y etcétera, etcétera. Y en segundo lugar porque las películas de vaqueros pertenecen al género que más se ha construido a partir de estereotipos, su esencia está en cumplir con ellos, en respetarlos. Quien filma un western cuenta un poco con el respaldo de todo el género. Un punto más a favor de Quentin.
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viernes, 1 de febrero de 2013

En jardines ajenos


en jardines ajenos

Reseña de un libro de cuentos memorable.































En jardines ajenos en la edición de Acantilado

Soy uno de esos lectores que se enfrentan con entusiasmo una novela de 400 páginas pero se amedrentan ante un cuento de 40.  Al respecto de ambos géneros, se cita con frecuencia a García Márquez: escribir una novela es como ganar una pelea por rounds; en cambio escribir un cuento es como ganarla por nockout. Esa misma relación es válida para la lectura. Por la manera en que está concebido, un cuento pide ser leído de una vez, sin interrupciones; solo de esa forma el mecanismo interno de la historia puede causar su efecto. En esa medida tienen mucha razón a quienes comparan al cuento con la poesía. El poema no se lee por tandas, una estrofa o un verso hoy y otro mañana. No. Ese licor se va en un solo trago, y tal vez por eso es necesario tener una disposición especial también. La novela en cambio es un viaje largo en el que tenemos tiempo incluso de aburrirnos, de parar y de reiniciar mucho tiempo después…

Comienzo con esa digresión a propósito de En jardines ajenos (2006), libro de cuentos del escritor suizo Peter Stamm (1964). Para mí la dificultad con los cuentos radica en encontrar aquella disposición. Y celebro muchísimo cuando por fin encuentro un libro de ese género que me obliga a leer sin detenerme de tapa a tapa. Peter Stamm me volvió a dar esa alegría (Creo que infantilmente siempre he querido volver a encontrar en algún otro libro la emoción que me produjo Las nuevas noche árabes hace ya muchísimo tiempo).

De una manera lenta pero sólida Stamm se ha ido constituyendo en una de las voces más sugestivas de la literatura actual.  Al punto que su novela Siete años (2011) ha sido recibida por innumerables críticos y reseñistas del mundo como una obra maestra… Pero Stamm es ante todo un maestro del cuento.

A pesar de ser un escritor suizo, la escritura de Peter Stamm le debe más a la tradición narrativa norteamericana que a la europea. Su estilo limpio y directo,  pero al mismo tiempo elusivo, está fuertemente emparentado con Hemingway y con grandes herederos suyos como Raymond Carver, John Cheever, Lorrie Moore o Michael Chabon.

En jardines ajenos está integrado por once relatos en los que, como es común que ocurra con ese género después de Carver, en apariencia  no se cuenta nada. Son historias sencillas cuyos desenlaces nunca nos deparan una revelación o una sorpresa, son a primera vista tan prosaicas como la vida misma pero, como también ocurre en la vida, están llenas de secretas frustraciones y anhelos que terminan por atribuirles tensión y misterio.

Hace poco escuché una entrevista concedida a una emisora canadiense en la que justamente el Stamm enfatiza en que no se trata de contar historias con un principio y un final, ese camino ya está agotado desde hace mucho tiempo. De lo que se trata, dice él, es de crear atmósferas y explorar las motivaciones de los personajes, los resortes que los mueven.

Los tres elementos fundamentales de En jardines ajenos, de cada uno de los relatos, son la soledad, el viaje y  la espera: una mujer sola y ya casi olvidada por sus hijos, un hombre que viaja solo a Europa del, tres jóvenes que esperan el tren... Eso, unido a una escritura sobria y precisa, termina por darle al libro un aire evocador e intimista que ejerce en el lector un efecto sedante y muy agradable.