sábado, 24 de agosto de 2013

Pablo Montoya: yo debo jugármela por la escritura


Durante la presentación de "Un Robinson cercano"


El camino que condujo a Pablo Montoya hasta la literatura comenzó con la música. El narrador, ensayista, poeta, crítico literario y traductor, considerado por Ramón Illán Bacca como una de las voces más representativas de la literatura actual en Colombia, empezó a acercarse a la creación artística cuando a mediados de los ochenta dejó Medellín y abandonó sus estudios de medicina en la Universidad de Antioquia para irse a estudiar a la Escuela Superior de Música de Tunja. En aquella época aprendió a tocar la flauta, instrumento de cuya interpretación alcanzó a vivir durante algún tiempo, y se familiarizó con la obra de Alejo Carpentier, el gran escritor cubano que, en su novela Concierto barroco, le reveló la posibilidad de ser escritor y músico al mismo tiempo.

«Desde niño fui un gran lector y en la época en la que estudié música, siempre la vi con los ojos de la literatura», recuerda Pablo. El producto de ese cruce fueron sus dos primeros libros: Cuentos de Niquía y La sinfónica y otros cuentos musicales, publicados en 1997 y 1998, respectivamente; ambos incuban ya en cada una de sus frases la sinuosidad, el ritmo y el rigor estilístico que iba a caracterizar a su obra en adelante. De esa exploración, pero ya en los terrenos de la crónica y el ensayo, surge también Música de pájaros, una serie de textos que van desde la historia de los músicos callejeros en París hasta la vida y la obra de grandes compositores como Héctor Berlioz y Oliver Messiaen. El libro, sobrio y fluido en su escritura, hace gala de una erudición enorme y lleva al lector por un recorrido que se adentra hasta la Edad Media.

Pero en el camino hacia la literatura Pablo Montoya se encontró además con el viaje, otro de los grandes temas que definen su obra. Luego de Tunja viajó a París, donde obtuvo una maestría y un doctorado en estudios hispánicos y latinoamericanos en la Universidad de la Sorbona. Allí, muy a su manera, vivió los rigores habituales del inmigrante: “Mi primera estadía en París es muy difícil, económicamente muy complicada. Me gané la vida como músico en la calle, en el metro, en bares; me relacioné con inmigrantes de todas partes del mundo e hice todo tipo de trabajos”. Todas esas experiencias quedaron consignadas en Habitantes, publicado en 1999, un libro de relatos poblado de historias y personajes marginales, extraviados en esa gran ciudad.

De esa época surge también Viajeros, una obra que según el crítico Luis Fernando Afanador “escapa a los moldes de lo que se está escribiendo hoy en nuestra lengua”: un pequeño volumen de prosas poéticas lleno de erotismo y de reflexión sobre la fugacidad de la vida, protagonizado por personajes históricos y literarios cuyos viajes, imaginarios o reales, de alguna forma transformaron el mundo: Darwin, Américo Vespucio, Herodoto, Antonio Pigafetta, Alonso Quijano, Gulliver. “En todos mis libros escritos en París está la impronta francesa, la de la prosa poética que viene desde Baudelaire con el Spleen de París y que sigue en Henry Michaux. Eso me influyó mucho, aunque intuitivamente esa forma de escritura ya estaba en mis primeros libros.”

De su pasión por la literatura francesa surge también Un Ronbinson cercano, un libro de ensayos sobre escritores franceses del siglo XX publicado en 2013.

Sin embargo, la influencia de Francia en la obra de Pablo Montoya no termina allí. Él, que había huido de Medellín en buena medida refugiándose de las guerras del narcotráfico, que ya despuntaban en la década de los ochenta, tuvo que vivir en París una especie de exilio. Como García Márquez, cuyo exilio le inspiró El coronel no tiene quien le escriba, en esa lejanía Pablo encontró el material para Lejos de Roma, su novela más reconocida hasta la fecha, publicada en 2008. Allí el argumento y la forma también son poco habituales para la literatura hispanoamericana de hoy. En la misma clave de las prosas poéticas, la novela narra la vida del poeta latino Ovidio durante su exilio en Tomos. Es una reflexión profunda sobre los grandes temas de la literatura. La vida, la inminencia de la muerte, el amor y el sexo. “Un periodista me reprochaba en alguna oportunidad que la novela no tenía nada que ver con Medellín, pero yo creo que ese es un problema que ha habido siempre en la literatura latinoamericana, la confrontación entre la región o lo local y lo cosmopolita, lo universal. Yo creo que la literatura colombiana y latinoamericana debe tener distintos rostros”.

Tal vez saliéndole al paso un poco a ese reproche, el camino que conduce a la literatura ha llevado a Pablo Montoya además hasta la historia de Colombia. Algunos de sus últimos libros han sido una indagación profunda sobre el país. Adiós a los próceres, por ejemplo, es la biografía novelada, a la manera de las Vidas imaginarias de Marcel Schwob, de veintitrés padres de la patria. Allí se hace un escrutinio minucioso, con humor e ironía, de las miserias de esos pretendidos héroes de nuestra independencia. “Es un libro antinacional y antipatriótico”, dice Pablo casi con orgullo.

Aun así, en 2012 el ministerio de Educación lo incluyó en la lista del Plan nacional de lectura, para distribuir veinte mil ejemplares gratuitamente en las bibliotecas del país: “No sé cómo la editorial logró que eso pasara. Lo único que sé es que a estas alturas de la vida yo debo jugármela sobre todo por la escritura.

domingo, 14 de abril de 2013

Roa de Andy Baiz


roa


Esperé con mucho entusiasmo esta nueva película de Andy Baiz, de quien hasta ahora hemos visto en las salas Satanás y la Cara oculta, ambos trabajos con un tono muy característico, pero marcados por el rigor técnico en el manejo de la imagen y por la buena factura del guion.

En esta oportunidad la expectativa estaba en que el argumento se inspira en Juan Roa Sierra, el oscuro asesino de Gaitan. Ese crimen, como sabe cualquiera en Colombia, es uno de los puntos de mayor inflexión en nuestra historia, equiparable solo a magnicidios como el de Rafael Uribe Uribe, en 1914, y al de Luís Carlos Galán, en 1989.
A estas alturas, creo que muy probablemente nos vamos a quedar sin saber a ciencia cierta qué pasó aquel 9 de abril y cuáles fueron las verdaderas motivaciones de Roa Sierra; de allí la importancia de que alguien, en este país de asesinos anónimos, quiera reflexionar sobre la humanidad de uno especialmente significativo.

Andy Baiz parte de una novela muy celebrada: El asesinato del siglo, de Miguel Torres; libro que por cierto no he leído. Su intención es ponerle cara y cuerpo a Roa Sierra. Nos lo muestra como esposo y padre de familia, como hijo, como hermano y como un desempleado que para entonces, como sigue ocurriendo hoy, termina perdido en los caminos de la ilegalidad mientras busca una manera digna de ganarse la vida.

Hay muchas versiones acerca de quién era Roa: un hombre fascinado con teorías esotéricas, un sicario al servicio de la CIA, un amante celoso airado por los requiebros de Gaitán a su amada. Baiz pasa rápido sobre todas esas facetas y nos lo presenta además como una especie de sicópata que acecha a su víctima, que lo desairó en alguna oportunidad, tejiendo rutas sobre un mapa, como Erik Lonnrot, el protagonista de La muerte y la brújula. Pero el Roa que domina la película es el hombre humilde que queda a merced de intereses políticos mezquinos, como ha ocurrido y sigue ocurriendo con cientos de personas a lo largo de Colombia. Considero que en ese punto la historia de hace 65 años le habla claro al país de hoy y lo hace recordar tantos otros magnicidios.

Habría que aplaudir también la minuciosidad con que fue recreada la Bogotá de finales de los años cuarenta; sin embargo, ese trabajo tan aplicado tiene es su contra que todo se ve exageradamente pulcro: los carros sin una partícula de polvo, los vestidos sin una arruga, las calles como acabadas de lavar… Todo es bonito, y me parece que eso le resta verosimilitud al conjunto de la obra. Le da un aire demasiado frío y calculado.

Las actuaciones en cambio van por el camino de lo apenas aceptable: Santiago Rodríguez, en el papel de Gaitán se ve un poco extraño, sobre todo por esa nariz postiza, de la cual estoy seguro era totalmente innecesaria. Y Catalina Sandino, que interpreta a la mujer de Roa, es solo un personaje más, su presencia  es ante todo un gancho para la taquilla, porque dramáticamente no aporta mayor cosa
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lunes, 25 de marzo de 2013

5. G. K. Chesterton


G. K. Chesterton

Como casi todo el mundo, llegué a Chesterton por Borges. El hombre que fue jueves  me deparó una de las tardes más felices de mi vida. Y no exagero cuando digo que aún conservo el asombro que me produjeron las narraciones del Padre Brown,  hace ya un buen número de años. Recuerdo también como fiesta la lectura del volumen de sus obras completas dedicado a los artículos que publicó en la prensa.

Chesterton fue un hombre de una inteligencia vigorosa y chispeante que parecía renegar de todo. Agnóstico durante una buena parte de su vida, lentamente fue entregándose al catolicismo. De esa transformación fue dando cuenta en algunos de sus ensayos más célebres: Herejes, El hombre eterno, Ortodoxia.

Tal vez eso es lo que me lo ha hecho tan entrañable siempre: hombres como él, como Papini, o incluso como el mismo Luis Tejada, son la evidencia de que tal vez lo que más necesita un ser humano para llegar a la plenitud es algo en que creer. No importa qué.

domingo, 17 de marzo de 2013

La muerte de Mamatoco (II)


La muerte de Mamatoco (II)
Segunda entrada dedicada a una de las décadas más convulsionadas y apasionantes de la historia de Colombia.

La segunda administración de López Pumarejo se inició sin sobresaltos luego de que Laureano Gómez y sus adláteres prometieran una revolución en caso de que el candidato de la Revolución en Marcha retornara a la presidencia. El 2 de enero de 1942 El Liberal, periódico dirigido por Alberto Lleras Camargo que servía como plataforma política a López Pumarejo, publicó la siguiente información: “El señor Álvaro Gómez Hurtado, hijo del doctor Laureano Gómez y vicepresidente del consejo municipal de Bogotá, a raíz de una conversación política con el señor Pedro López Michelsen, le anunció que el señor Alfonso López no sería Presidente de la República, porque había treinta jóvenes conservadores juramentados para matarlo, en el caso de que fuera elegido. Agregó:

-        Por mi parte, cumpliré las órdenes de mi padre, aunque me cueste la vida.

Se recuerda que el señor Laureano Gómez en el Senado de la República y en su propio diario (El Siglo), anunció que el conservatismo optaría por la guerra civil o el atentado personal, y defendió como moral y conveniente éste último, citando opiniones de teólogos españoles de la Edad Media”.

Por su parte, Laureano, tratando de encontrar ayuda para su sonada revolución, había dicho al embajador norteamericano Spruille Braden: “¡Guerra civil! Habrá guerra civil, y esperamos que ustedes nos apoyen en ella, para impedir que el comunismo se apodere de Colombia”. Y cuando Braden le manifestó el poco interés de los Estados unidos en esa guerra, Gómez replicó: “Entonces tendremos que buscar ayuda en cualquier otra parte.”
Lauriano Gómez

Laureano Gómez


Muy probablemente esa “otra parte” era la Alemania nazi, país cercanísimo a los afectos de Gómez, y del cual había manifestado ser el adecuado para controlar el Canal de Panamá. De hecho, el gobierno alemán, según lo registra Venon Lee Fluharty en su libro La Danza de los Millones, había donado, por medio de su agregado de prensa, cien mil pesos en 1942 para la construcción de una nueva imprenta en el periódico El Siglo.

De cualquier forma, aunque Gómez no inició su revolución, tampoco desaprovechó las oportunidades que se le presentaron para hacerles daño al presidente Alfonso López y a su gobierno. Esa oportunidades se presentaron en forma de escándalos, y El Siglo se constituyó en la principal herramienta para explotarlas: los negocios turbios del hijo del presidente, Alfonso López Michelsen, dieron lugar para que la prensa oposicionista, e incluso periódicos liberales como El Tiempo y La Razón, lanzaran ataques implacables contra López Pumarejo aduciendo complicidad y encubrimiento. Así mismo, la orden del ministro de guerra de construir unas casetas cerca de una finca de la familia Michelsen con el fin de custodiar al presidente cuando estuviera de visita allí, generaron en la prensa (no solo en El Siglo) severas críticas fundamentadas en el hecho de que dichas construcciones valoraban una propiedad privada a costa de inversiones oficiales. Sin embargo, tal vez el escándalo que dio lugar a los ataques más violentos contra López Pumarejo fue el asesinato de Francisco Pérez, alias Mamatoco.

A principios de 1943, y gracias a las informaciones de los servicios de inteligencia norteamericanos, López Pumarejo denunció ante la prensa, y prohibió mediante decreto, las operaciones en el país de un grupo nazi-falangista integrado entre otros por Silvio  Villegas y Guillermo León Valencia. Unos meses después Mamatoco apareció apuñaleado en el parque José Santos Chocano de Bogotá, y se inició entonces el contragolpe de los laureanistas

domingo, 10 de marzo de 2013

Reseña: Correr




Correr de Jean Echenoz


No recuerdo con precisión cuándo supe por primera vez de esta novela de Jean Echenoz pero  recuerdo en cambio cierta entrevista en la que el escritor francés manifestaba su intensión de emular en ella, por lo menos parcialmente, al Marcel Schwob de Vidas Imaginarias. Y tal vez fue entonces cuando me decidí a leerla.

Correr hace parte de una trilogía de biografías noveladas en las que Echenoz se ocupa además de Maurice Ravel y de Nicolás Tesla. En este pequeño volumen el protagonista es el checo Emil Zátopek, gran leyenda del atletismo, ganador de tres medallas de oro en solo una semana por allá en los juegos olímpicos de Helsinki en 1952. Las ganó en tres competencias absurdamente arduas: 5000 metros, 1000 metros y la maratón. Zátopek fue la renovación del atleta invencible que rayaba en lo divino, tan propio de la antigüedad clásica, y que en nuestros días ha renacido en hombres como, Phelps, Schumacher, Messi o Federer.

Pero además fue un hombre con profundas convicciones políticas que lo llevaron a apoyar en 1968 aquella ola de renovación al comunismo conocida como la Primavera de Praga. El resultado fue, como suele ocurrir con la disidencia en los regímenes totalitarios, amarga para el gran deportista. 

Jean Echenoz
Jean Echenoz





Jean Echenoz relata la vida del corredor sin apasionamiento, como lo haría un notario: su juventud lejana a los deporte; su inesperado encuentro con el atletismo; sus entrenamientos mientras a lo lejos se escuchan las bombas del Ejército Rojo tratando de ahuyentar de una vez por todas a los alemanes, en desbandada y con la guerra ya perdida; sus líos con la prensa; sus incontables glorias y las infamias a las que lo somete el partido comunista. No hay, creo yo, una sola palabra, un adjetivo, que deje entrever alguna emotividad.  Ni siquiera el primer gran momento glorioso de Zátopek, cuando era un desconocido y ganó aquella carrera ante cientos de espectadores atónitos en Copenhague.

La narración, que avanza a zancadas como su protagonista, es fría, casi rutinaria, sumarial; la grandilocuencia le queda a la imaginación del lector, que en efecto se ve casi en la necesidad de desbordar esas palabras tan precisas. El autor por su parte no le hace nunca esa concesión, lo cual constituye sin duda un gran acierto. En esa medida resulta difícil leer Correr sin evocar el Reportaje al pie de la horca de Julius Fučík, ese otro héroe de la historia checa en el siglo XX, cuyo estilo a la hora de relatar su propia muerte resulta tan abrumadoramente parco.

Un libro entretenido, rápido y profundo; como para leer en una sola sentada.


domingo, 24 de febrero de 2013

Oscars 2013

Premios Oscar 2013

Y las nominadas son...

Life of Pi


Se trata de una de esas historias de superación personal que les encanta a los jurados. Después de que el buque en el que viaja con sus padres naufraga, un niño sobrevive durante meses al garete en el océano en una pequeña balsa en compañía de un tigre de bengala feroz.

Ang Lee fue considerablemente fiel al libro de Jean Martel. En particular me resultó conmovedor y bien logrado el momento en el que Pi Patel y Richard Parker, el tigre, llegan al final de su viaje: el animal, famélico y atolondrado, se interna lentamente en la selva y se olvida, por instinto prácticamente, de su amigo y benefactor con una facilidad asombrosa. Probablemente todos nos hemos sentido en algún momento como Pi se sintió en ese instante. La película es en efecto un banquete visual, cosa habitual en Lee, que en esta oportunidad contó con la fotografía de Claudio Miranda, el chileno que tantas veces ha acompañado a David Fincher. Incluso esta cinta tiene un poco de la pirotecnia visual y el encanto de El misterioso caso de Benjamin Button.

Pienso que, de todas las cintas en competencia, es la más perfectamente cortada con las tijeras del Oscar.

Lincoln


Tenía la convicción de la película iba a resultar aburrida hasta el sopor, pero me equivoqué. Obviamente su ritmo está lejos de ser frenético, pero los ires y venires de la reforma que finalmente abolió la esclavitud en un país tan pretendidamente libertario, tienen su propia tensión. Otro factor que juega muy a favor de la  narración es Daniel Day Lewis, tan soberbio como siempre y en un registro tan opuesto al de su anterior personaje en There will be blood.

A estas alturas tal vez solo John Huston contó la historia de Note América tan sistemáticamente en el cine como lo viene haciendo Steven Spielberg.

No creo que gane el premio a mejor película; pero sin duda DDL, ganará al de mejor actor.

Zero Dark Thrirty


A la larga esta nueva película de Kathrin Bigelow es una variación de su ópera prima: The hurt loker. La protagonista, Maya, vive por su trabajo, no se concibe sin él. En esa medida la película va mucho más allá del asunto de la guerra imperialista emprendida por los Estados Unidos luego del 9-11. Pero sin duda esa guerra es uno de los ejes de la narración y a diferencia de quienes piensan que se trata de una exaltación del orgullo americano, considero que Bigelow da un paso más en el camino que emprendió Spielberg cuando en Munich reflexionó sobre el vació y la locura de las guerras contra el terrorismo. Una guerra en la que los contendores, todos, terminan convertidos en fantasmas atormentados y atroces.

Como se ha repetido una y otra vez, la narración de los diez años de persecución a Bin Laden avanza a zancadas, casi no da respiro. A ratos resulta tedioso estar pendiente de tantos nombres… pero en general son dos horas cuarenta minutos muy digeribles.

Igual es una película hecha con el molde del Oscar. Encaja mucho más aun considerando que desde No country for old man incluso las historias oscuras admiten la consideración de los jurados.

Argo


Durante por lo menos tres cuartos del metraje nos encontramos con un triller político en clave de comedia considerablemente agradable. Pero las últimas secuencias son una payasada imperdonable. Una gringada. Creo que por esa razón es la cinta con más opciones para a ganar.

Django Unchained


Como ocurre en Lincoln, aquí nos encontramos con una cinta en la que un solo actor, en este caso Christoph Walz, hace que valga la pena pagar la boleta. Incluso ahora que lo pienso no hay más de dos secuencias de diálogos encantadores que no esté remachada por él. Cuando Walz ya no está en la película, la única alternativa que le queda a Tarantino son los balazos y las explosiones.

Es imposible que gane, reconociendo eso sí que los jueces son suficientemente estúpidos como para premiarla.

Beast of the southern wild


De tanto en tanto los miembros de la academia deciden nominar a un actor, a una actriz o a una película de la que nadie ha oído hablar para dejar en evidencia su erudición y su amplitud de miras. Eso pasó, por ejemplo, con Catalina Sandino. Este año la oportunidad fue para esta cinta de solo una hora y media que se hace larguísima por lo aburrida. En realidad hace mucho no me sentía tan desconectado de lo que ocurre en la pantalla.


Es a su manera una película tan pretenciosa como cualquier superproducción. En realidad la fatuidad no está solo en los grandes presupuestos y en la pirotecnia. El cine independiente, con su pretendida profundidad disfrazada de sencillez, se acerca con frecuencia a la misma superficialidad de la gran industria.

Por supuesto la niña, Quvenzhane Wallis, merece una mención aparte; y al lado de Emmanuelle Riva es tal vez la mejor dotada para recibir en esta oportunidad el premio a mejor actriz principal.

Amour


Tal vez debido a que con el paso del tiempo los niveles de testosterona tienden a mitigarse, ahora lloro fácilmente con algunos films. Y la verdad es que me gusta. Eso en todo caso me pasó con esta película de Haneke, que como era de esperarse cae como una patada en el hígado. El solo hecho de que haya directores que se atrevan a tratar con tal seriedad el universo de la vejez es ya un alivio en este mundo estupidizado por la obsesión con la niñez y con la juventud. Pero además es muy reconfortante ver el trabajo de artistas capaces de darle al amor, otro tema reducido a la ramplonería, una dimensión tan profunda.

No me cabe duda de que en un mundo en el que la estupidez no fuera la norma, Amour de Michael Haneke sería la rotunda ganadora del Oscar a la mejor película.

Silver linings playbook


Esta película es el peor irrespeto a la inteligencia del espectador que he visto en mucho tiempo. Todo en ella es por lo menos mediocre, sino decididamente malo: las actuaciones, empezando por Bradley Cooper, que luce sobreactuado todo el tiempo; y terminando con Robert De Niro en un papel demasiado torpe; Jennifer Lawrence no lo hace tan mal, pero de ahí a que la nominen a un Oscar y atrevidamente la pongan en el mismo nivel de Emmanuelle Riva… ahí sí hemos perdido la cordura del todo… 

Y ni qué decir de la dirección: David O. Rusell queda totalmente desdibujado a la luz de The Figther, que sin ser precisamente magistral, era una película aceptable y bien lograda.

Los Miserables


En mi vida solo he visto con gusto unos cuantos musicales: West Side Story, Singing in the rain, Jesus Christ Superstar y Dancer in the dark. El resto no los soporté. Por esa razón, y porque Los miserables es una de mis novelas preferidas, creo que me voy a abstener de ver la película de Tom Hooper.


miércoles, 13 de febrero de 2013

Django Unchained

Tarantino dispara de nuevo


Django Unchained


La película


La historia  tiene lugar dos años antes del inicio de la guerra civil en Estados Unidos. Una guerra cuyo núcleo fue la lucha por el fin de la esclavitud en un país que  paradójicamente inspiró sueños de libertad como el de la Revolución Francesa, pero mantuvo una actitud ambigua e incluso mezquina con la población negra hasta entrado el siglo XX. Django es un hombre negro, libre, que quiere encontrar y liberar a su esposa. Para ello cuenta con la ayuda de King Shultz, un alemán al cual la esclavitud le resulta extraña, una especie de ángel de la guarda de Django que no comprende ni acepta la realidad que viven los negros.

Tal vez el reclamo parezca absurdo, pero creo que presentar a un europeo como estandarte del discurso anti esclavista es por lo menos extraño: Europa desangró África con especial salvajismo en la segunda mitad del siglo XIX. Y Alemania en particular fue responsable del genocidio herero y namaca, acontecimiento que en rigor fue la semilla de brutalidad del régimen Nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

Tarantino


Entre todos los cineastas relevantes de esta época, Tarantino es probablemente el más superficial y plano. Muchos se empeñan en esgrimirlo como una de las más puras encarnaciones  de la postmodernidad en el arte. Ignoro qué significa eso, y creo que nunca voy a tratar de entenderlo, pero creo que a Vargas Llosa  no le falta razón cuando plañideramente repite una y otra vez que en el mundo en que vivimos hoy preferimos la pirueta, el destello y el ingenio antes que la inteligencia reposada y la sabiduría. Y justamente en eso se fundamenta el encanto de Quentin Tarantino, por eso es un producto perfecto de esta sociedad nuestra de candilejas; postmoderna o no.


Los diálogos


Ahora, debo admitir que soy un fan decidido de esas películas estrambóticas y profundamente infantiles. Adoro ante todo los diálogos:  Vincent Vega y Jules Winnfield intercambiando ideas sobre los masajes de pies;  el Sr Rosa y el Sr Rubio disertando acerca de las propinas; Hans Landa agradeciendo un vaso de leche… en fin. Hipnotizantes. Esos diálogos resultan demasiado reales, tal vez por eso sorprende que alguien los ponga en una pantalla de cine. Pero son pirotecnia, como también lo son los chorros de sangre y los sesos desparramados y los brazos cortados. Detrás de todo ese artificio no hay nada. Nada. Ni postmodernidad, ni estética, ni nada. Solo piruetas.



 Quentin Tarantino

Christoph Wals y Leonardo Di Caprio


Este actor austriaco es tal vez lo mejor que le ha pasado a la filmografía de Tarantino en mucho tiempo. En Inglorious Basterds cada aparición suya es una delicia. La morosidad y el desparpajo para pronunciar sus diálogos; su presencia tan extraña: un hombre pequeño encarnando semejante monstro. En esta oportunidad también se convierte en la columna vertebral de la película; su personaje, el Doctor King Shultz, un casa recompensas sin muchos escrúpulos es demasiado fino  para el mundo en el que vive; y ese contraste termina por darle un sabor especial a la película.

También es un gusto ver a Di Caprio, otro de esos galanes de cuyo talento como actor no queda duda: Calvin Candie, delicado hasta rayar en el afeminamiento, es impredecible, encantador y brutal.

De Jamie Foxx es mejor no hablar: el tipo lo ha hecho bien en otras oportunidades, pero aquí, muy probablemente con el patrocinio del director, parece más un pandillero que otra cosa.

El Western


Cuando luego del estreno de Kill Bill Vo 2 se supo que el siguiente proyecto de Tarantino sería un western, recuerdo que me desvelé alguna noche, unos cuantos minutos, deseando que al loquito le diera por adaptar Meridiano de  Sangre, que como ya todo el mundo sabe, es uno de esos proyectos errantes en Hollywood. Pero creo que esa misma noche caí en la cuenta de que la novela de Cormac McCarty camina por territorios demasiado oscuros y profundos; en ella los personajes tienen muchas dimensiones. Definitivamente necesita otro director.


Un tiempo después se supo que el creador de Pulp Fiction exploraría la historia de uno de los personajes más emblemáticos del cine de vaqueros, muy en particular del spaguetti western: Tarantino iba a filmar una nueva versión de Django, pistolero interpretado antes por Franco Nero, entre muchos otros, e incluido en películas de Sergio Leone y Takashi Miike. Eso, por supuesto, tenía mucho más sentido que mi deliquio con el Juez Holden.

Resulta comprensible que Tarantino optara por un personaje y por una historia emblemática del western. En primer lugar, nunca ha filmado algo que no responda a la maquinaria de ese género: desde Resevoir Dogs hasta Kill Bill pasando por Jackie Brawn, el capítulo de  CSI y etcétera, etcétera. Y en segundo lugar porque las películas de vaqueros pertenecen al género que más se ha construido a partir de estereotipos, su esencia está en cumplir con ellos, en respetarlos. Quien filma un western cuenta un poco con el respaldo de todo el género. Un punto más a favor de Quentin.
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viernes, 1 de febrero de 2013

En jardines ajenos


en jardines ajenos

Reseña de un libro de cuentos memorable.































En jardines ajenos en la edición de Acantilado

Soy uno de esos lectores que se enfrentan con entusiasmo una novela de 400 páginas pero se amedrentan ante un cuento de 40.  Al respecto de ambos géneros, se cita con frecuencia a García Márquez: escribir una novela es como ganar una pelea por rounds; en cambio escribir un cuento es como ganarla por nockout. Esa misma relación es válida para la lectura. Por la manera en que está concebido, un cuento pide ser leído de una vez, sin interrupciones; solo de esa forma el mecanismo interno de la historia puede causar su efecto. En esa medida tienen mucha razón a quienes comparan al cuento con la poesía. El poema no se lee por tandas, una estrofa o un verso hoy y otro mañana. No. Ese licor se va en un solo trago, y tal vez por eso es necesario tener una disposición especial también. La novela en cambio es un viaje largo en el que tenemos tiempo incluso de aburrirnos, de parar y de reiniciar mucho tiempo después…

Comienzo con esa digresión a propósito de En jardines ajenos (2006), libro de cuentos del escritor suizo Peter Stamm (1964). Para mí la dificultad con los cuentos radica en encontrar aquella disposición. Y celebro muchísimo cuando por fin encuentro un libro de ese género que me obliga a leer sin detenerme de tapa a tapa. Peter Stamm me volvió a dar esa alegría (Creo que infantilmente siempre he querido volver a encontrar en algún otro libro la emoción que me produjo Las nuevas noche árabes hace ya muchísimo tiempo).

De una manera lenta pero sólida Stamm se ha ido constituyendo en una de las voces más sugestivas de la literatura actual.  Al punto que su novela Siete años (2011) ha sido recibida por innumerables críticos y reseñistas del mundo como una obra maestra… Pero Stamm es ante todo un maestro del cuento.

A pesar de ser un escritor suizo, la escritura de Peter Stamm le debe más a la tradición narrativa norteamericana que a la europea. Su estilo limpio y directo,  pero al mismo tiempo elusivo, está fuertemente emparentado con Hemingway y con grandes herederos suyos como Raymond Carver, John Cheever, Lorrie Moore o Michael Chabon.

En jardines ajenos está integrado por once relatos en los que, como es común que ocurra con ese género después de Carver, en apariencia  no se cuenta nada. Son historias sencillas cuyos desenlaces nunca nos deparan una revelación o una sorpresa, son a primera vista tan prosaicas como la vida misma pero, como también ocurre en la vida, están llenas de secretas frustraciones y anhelos que terminan por atribuirles tensión y misterio.

Hace poco escuché una entrevista concedida a una emisora canadiense en la que justamente el Stamm enfatiza en que no se trata de contar historias con un principio y un final, ese camino ya está agotado desde hace mucho tiempo. De lo que se trata, dice él, es de crear atmósferas y explorar las motivaciones de los personajes, los resortes que los mueven.

Los tres elementos fundamentales de En jardines ajenos, de cada uno de los relatos, son la soledad, el viaje y  la espera: una mujer sola y ya casi olvidada por sus hijos, un hombre que viaja solo a Europa del, tres jóvenes que esperan el tren... Eso, unido a una escritura sobria y precisa, termina por darle al libro un aire evocador e intimista que ejerce en el lector un efecto sedante y muy agradable. 


sábado, 26 de enero de 2013

Moonrise Kingdom


moonrise kingdom


Algunas ideas sobre la última película de Wes Anderson

La soledad

Mi película preferida de Wes Anderson es, de lejos, Bottle Rocket. Y siempre estoy esperando que el gran director algún día recupere la sencillez de su ópera prima. Eso no significa que no sienta gran aprecio por  lo que vino después. Pero creo que progresivamente, durante un buen tiempo,  sus personajes y sus argumentos se fueron haciendo cada vez más abstractos y sofisticados, casi indescifrables, diría yo. Al punto que The Royal Tenembaum parece una obra del teatro del absurdo

Moonrise Kingdom tiene algo de esa sofisticación pero en el fondo es bastante sencilla. Lo que da sustento a la historia es la profunda soledad de los personajes. Es una soledad que tiene varios hilos narrativos: esta la soledad de Walt Bishop, el padre de familia que parece naufragar en su propia casa; esta la soledad del el capitán Sharp; y obviamente esta la soledad de Suzy y Sam. La película parece estar ambientada en los años cincuenta o sesenta pero pronto uno comprende que esos personajes son intemporales y que su aislamiento podría ser el nuestro.

La soledad es uno de los temas predilectos de Anderson, cuyos personajes además parecen haber perdido el sentido de la vida: Margot Tenenbaum, Dignan, Steve Zissou, los hermanos  Whitman.

Los actores

Con la excepción de Bottle Rocket, la atmósfera en la que viven los personajes de Wes Anderson es siempre extraña y hasta cierto punto onírica. Casi nada de lo que ocurre en esas películas quiere imitar fielmente a la realidad. En Moonrise Kingdom, solo por mencionar un caso, todo está dispuesto de manera que el espectador siempre comprende que lo que tiene ante sus ojos es un decorado, como en una obra de teatro: la balsa en la que Sam escapa al principio de la película es prácticamente de juguete y la casa de Suzy es como de muñequero. Algo similar ocurre con los actores: dicen sus diálogos de manera convincente, podemos ver también  sus emociones, pero siempre hay en ellos, en su actitud, algo ligeramente sobreactuado.

Ahora que lo pienso se me ocurre que buena parte de esa extrañeza radica en la mirada: cuando uno los ve ante la cámara, los personajes de Wes Anderson prácticamente no parpadean, sostienen la mirada como si estuvieran en éxtasis. Lo mismo ocurre con los diálogos: parecen escritos en piedra, siempre definitivos. Esa característica resultaría ridícula en muchos otros directores, pero sobre todo, resultaría ridícula con otros actores. El caso es que aquí estamos frente a maestros: Bill Murray, inmutable como siempre, pero también encantador;  Frances McDorman, Harvey Keitel; Edward NortonJason Schwartzman, que no podía faltar y que como siempre encaja perfectamente…

Jared Gilman y Kara Hayward, los dos niños que interpretan a Suzy y Sam, de hecho parecen haber nacido para actuar en una película de Wes Anderson.

Bruce Willis

Por último quiero mencionar lo mucho que me gustó Bruce Willis. Para mí el tipo tiene un no sé qué de Humprey Bogart. Infortunadamente no siempre se ha involucrado en proyectos que le permitan explorar mejor su presencia escénica. Tal vez fueron Terry Gilliam y Tarantino quienes mejor lo supieron aprovechar.


sábado, 19 de enero de 2013

Argo

Ben Affleck al rescate argo


Ben Afleck empezó a perfilarse como un tipo odioso desde Armaguedon,  pero vino a consolidar esa imagen en Pearl Harbour, película que además de contar con él como protagonista constituía una exaltación chapucera del siempre predecible patriotismo norteamericano (vale recordar que ambas tuvieron como director a Michael Bay, también detestable). De hecho creo que nadie lograba explicarse cómo aquel actor mediocre con ínfulas de galán había ganado alguna vez un Oscar. En efecto Affleck escribió junto con su gran amigo Matt Damon el guion de Good Will Hunting, trabajo que les valió aquel premio en 1997. Pero cinematográficamente hablando, creo que pocos estaban dispuestos a atribuirle algún otro mérito. Hasta que anunció que iba a incursionar en la dirección.

La primera película dirigida por Affleck fue Gone, Baby, Gone (2007), que además contó como protagonista con su hermano, Casey Affleck. En contra de todos los pronósticos, se trató de una obra madura que llenaba al espectador de cuestionamientos éticos y morales, pero que ante todo lo mantenía en ascuas hasta el último minuto por el ritmo frenético de la narración. Por aquella misma época llegó Hollywoodland, otra sorpresa: allí Affleck interpretaba con notable solvencia al actor que encarnó en la década de los cincuenta a Superman en la serie de televisión: un George Reeves alcohólico y derrotado.

En 2010 el californiano ex esposo de Jennyfer López estrenó The Town. En esta oportunidad además de dirigir se encargó del papel protagónico y logró que la crítica del mundo comenzara a verlo definitivamente con otros ojos. Esta nueva película, un thriller de acción coprotagonizado por Rebeca Hall, sin lograr la profundidad y el cuerpo de Gone, Baby, Gone, reafirmaba el pulso narrativo de su director.

Por supuesto Affleck aún está lejos del nivel de directores de su generación como Poul Thomas AndersonWes Anderson, pero la lejana similitud entre su carrera y la de grandes maestros del cine clásico norteamericano como Nick CassavetesClint Eastwood, logra que ahora muchos esperemos  con cierta expectación morbosa cada uno de sus proyectos. Por eso cuando el año pasado se anunció el estreno de Argo el entusiasmo fue general.

argo


Argo relata  una historia real: el operativo que en 1980 la CIA llevó a cabo para rescatar a seis funcionarios  de su embajada en Teherán durante aquella crisis de rehenes ocurrida en el agitado Irán posterior al régimen del Sha y dominado por los Ayatolas. Por supuesto esa trama está lejos de ser inocente y espontánea en un momento en el que Estados Unidos amenaza reiteradamente con atacar al régimen de Mahmoud Ahmadinejad. Incluso se me ocurre que es demasiado significativo que el director, que además es el productor junto con George Clooney, quisiera rodar en Teherán y el gobierno de U.S.A lo persuadiera de no hacerlo.

Affleck  interpreta al agente secreto Tony Méndez quien propone la filmación de una película de ciencia ficción en Irán como fachada para el rescate. Se oye absurdo. Y lo es. Pero el contraste entre las calles de Teherán, con  supuestos traidores al régimen colgando del cuello en el brazo de una grúa, las oficinas claustrofóbicas de la CIA y el brillo fastuoso de Hollywood le aporta a la historia un tono tragicómico acentuado por la presencia refrescante y  el gran sentido del humor de John Goodman y Alan Arkin, quien por cierto está nominado por su trabajo aquí al Oscar como mejor actor secundario.

La trama de Argo no le da tregua al espectador, que ve cómo los hilos de la historia se van tensando  y sufre en su silla por la suerte esos personajes, cuyo destino es incierto. Creo que merecidamente la película ha sido clasificada por algunos en el género de aventuras; por ese ritmo trepidante y por su sabor a intriga política en algunos aspecto me recordó North by Northwest de Hitchcock. Pero sin duda el precedente más notable es Wag the dog (1997), la película de Barry Levinson, que también aborda el tema del cine y la política internacional.

Un aspecto notable además es la fotografía de Rodrigo Prieto (Beutiful, Babel, Brooke Back Mountain, 8 Mile, Amores perros…) que por ratos lo hace a uno pensar que está viendo una película de Sidney Lumet. Eso sin mencionar la increíblemente minuciosa dirección de arte.

Quedan para  el olvido los planos en los que sin razón aparecen los pectorales y los abdominales del protagonista. Pero sobre todo, para el olvido los planos le atribuyen a la cinta el tufillo heroico y chauvinista que nos hace recordar el fantasma del Affleck de Pearl Harbour. 

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domingo, 13 de enero de 2013

La muerte de Mamatoco (I)




Primera entrada sobre historia de Colombia. Dedicada a un oscuro boxeador cuyo asesinato marcó el peor momento de una enemistad política legendaria.

Una conclusión posible sobre la situación del presidente Alfonso López Pumarejo durante su segunda administración (1942) es que, si bien los escándalos que la entorpecieron hubieran logrado hacerle daño sin que importaran mucho las circunstancias que los acompañaron, hubo una especialmente dañina sin la cual probablemente López habría descartado su renuncia: su reciente enemistad con Laureano Gómez.

Ambos habían estado en contra del régimen de Abadía Méndez. Ambos acecharon al viejito Marco Fidel Suárez hasta que lo hicieron renunciar de la presidencia en 1921 y  lo llevaron a la amargura: Gómez, además de reprocharle el desenlace del conflicto de Panamá, no le perdonó haber gestionado en el Banco Mercantil el adelanto de algunos de sus sueldos de presidente*. López lo fustigó “por haber pagado unas resmas de papel de imprenta destinadas a publicaciones oficiales, a treinta pesos en vez de once, como se lo ofrecieron otros contratistas”. En esos términos lo recuerda Suarez en Los Sueños de Luciano Pulgar. Gómez apoyó la primera candidatura de Alfonso López Pumarejo (1934), y durante su posesión como presidente de la república pronunció un discurso en el que evocaba la gran amistad que los unía. Unos días antes  López había declarado a El Tiempo: “Mi amistad con Laureano Gómez es digna de respeto. Me parece muy importante que el jefe del partido conservador defina la posición de su partido frente al gobierno liberal en el acto de inauguración presidencial el próximo siete de agosto. Sin embargo, una vez posesionado López, no tardó en aparecer el motivo que constituyó el inicio de una enemistad legendaria en la vida pública de Colombia, equiparable a la de Obando y Mosquera y mucho más feroz sin duda que la de Santos y Uribe en nuestros días.
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“Mi amistad con Laureano Gómez es digna de respeto. Me parece muy importante que el jefe del partido conservador defina la posición de su partido frente al gobierno liberal en el acto de inauguración presidencial el próximo siete de agosto”. 
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En 1930, luego de cuarenta y cinco años de hegemonía conservadora, Enrique Olaya Herrera,  un político liberal llegó a la presidencia. Tiempo después un rumor  recorrió el país como un incendio: cerca de un millón de los votos que eligieron a Olaya Herrera eran falsos. El hecho nunca pudo comprobarse pero López se comprometió a elaborar un código electoral que en el futuro le garantizara al partido conservador unos comicios justos. El parlamento aprobó entonces una ley electoral pero, según Laureano Gómez, dicha ley no le daba al conservatismo una representación adecuada. A propósito del asunto Laureano escribió lo siguiente en el editorial de El Siglo de marzo 22 de 1937: “Declaro que creí siempre en su palabra (en la de López), sin abrigar al respecto ninguna reserva. Las circunstancias peculiares en que él y yo nos encontrábamos me deciden a expresar en público el siguiente interrogante que hace ya meses formulo a solas y con honda desolación todos los días: ¿El de  señor López me engañaba?” (Extraigo la cita del libro de Álvaro Tirado Mejía: Aspectos políticos del primer gobierno de Alfonso López Pumarejo).

De cualquier forma, no fue solo el incumplimiento de una promesa lo que lo que determinó el alejamiento de los dos políticos. Las convicciones de Laureano hacían imposible su amistad con el gobernante liberal: el ‘zarpazo’ de Roosevelt había acentuado un sentimiento anti yanqui que tenía fundamentos religiosos  y radicales ¿Cómo iba a tener él en buena consideración a un país en el que convivían sin ningún inconveniente protestantes masones y judíos? Laureano se manifestó en contra de los Estados Unidos en la Primera y Segunda Guerra Mundial, y apoyó decididamente a Franco durante la guerra del treinta y seis en  España. López en cambio estuvo a favor de la república y puso el Ejército Colombiano a las órdenes de los Aliados. Además de eso puso a funcionar su famosa Revolución en Marcha, que contradecía fundamentalmente las ideas del caudillo conservador.


* Eduardo Lemaitre sugiere que el aborrecimiento de Laureano por Marco Fidel surgió en 1914 luego de un debate en el congreso cuando Suárez era Canciller y trataba de sacar adelante el Tratado con Estados Unidos para normalizar las relaciones luego del despojo de Panamá. El señor Canciller quiere que firmemos el tratado como unos ovejos, dijo Laureano durante su intervención. Suárez, que fue un gramático consumado, uno de los más grandes en este país de gramáticos, interrumpió para corregirlo: no existen los ovejos. Laureano lo miró con furia pero el viejito continuó: el macho de la oveja se llama carnero. Durante mucho tiempo Laureano Gómez fue conocido informalmente como 'el ovejo'.

La muerte de Mamatoco (II)
La muerte de Mamatoco (III)


jueves, 3 de enero de 2013

Lecturas de vacaciones (IV)

Emma Reyes - Memoria por correspondencia

Memoria por correspondencia

Reseña de un libro hermoso, uno de los mejores de 2012.
















Emma Reyes, Memoria por correspondencia, Bogotá, Laguna Libros y Fundación Arte Vivo Otero Herrera, 2012.











Luego de leer Memoria por correspondencia me tomó varios días superar esa especie de duelo que se siente al terminar de leer  ciertos libros.  De hecho esas  palabras sobrias y precisas  me siguen retumbando en el oído.  

El libro consta de veintitrés cartas escritas por la Emma Reyes desde 1969, a lo largo de casi treinta años,  y dirigidas a su amigo Germán Arciniegas, quien  encontró en ese recurso epistolar la posibilidad de que Emma relatara por escrito las historias de su infancia que siempre había contado de viva voz. Al parecer ella no se tenía mucha fe escribiendo. Incluso en alguna carta le manifiesta a Arciniegas su desconcierto por no contar los sucesos de una manera clara y legible. Pero lo cierto es que como escritora Reyes demuestra  una  habilidad excepcional para crear imágenes, lo cual probablemente esté relacionado con su talento como pintora y artista visual.

Algunas personas resaltan la conmoción que les produce la lectura de esas historias descarnadas y llenas de detalles crueles, pero creo que lo que prevalece a lo largo de todo el libro es el vigor con el que  Emma y su hermana Helena se sobreponen a  las adversidades de su niñez en Bogotá, tan llena siempre de hambre y de infamias: las niñas, descorazonadoramente pobres,  desconocen a sus padres  y viven bajo la custodia de una mujer que a la primera oportunidad las abandona en una estación de tren, razón por la cual van a dar a un convento donde por caridad las monjas terminan su crianza.

Emma Reyes nos cuenta relatos sencillos pero memorables, llenos de una belleza amarga y de un sentido del humor implacable: las peripecias que debía hacer a los cuatro años  para botar las bacinillas pesadas de mierda; la felicidad que le producía, en el frío de Fusagasugá, ponerse  en las mejillas los huevos  tibios y recién puestos de las gallinas; la noche en la que en un patio del convento se le apareció el diablo; la primera vez que se confesó y le pidió al cura perdón por orinarse en la cama; la tarde en que se subió a un árbol para tratar de ver al niño Jesús; los castigos crueles y absurdos de las monjas…

Pero Memoria por correspondencia es además, como era de esperarse, una rendija  para asomarse a la Colombia de los años veinte: un país precario e inocente en el que los incendios que dejaban cien muertos se apagaban a poncheradas; y en el que un carro, ese invento desconocido y exótico, era recibido por muchos con el estupor y el asombro con el que se recibe a una bestia.

Leyendo a Emma Reyes recodé mucho a Frank McCourt y al Roddy Doyle de Paddy Clark JaJaJa, e insisto en que por disímiles que puedan parecer, hay muchísimos puntos de encuentro entre el pasado miserable de Irlanda del Norte y el de Colombia.

Sin duda estamos ante una obra que terminará convertida en un gran clásico de nuestra literatura.