domingo, 14 de abril de 2013

Roa de Andy Baiz


roa


Esperé con mucho entusiasmo esta nueva película de Andy Baiz, de quien hasta ahora hemos visto en las salas Satanás y la Cara oculta, ambos trabajos con un tono muy característico, pero marcados por el rigor técnico en el manejo de la imagen y por la buena factura del guion.

En esta oportunidad la expectativa estaba en que el argumento se inspira en Juan Roa Sierra, el oscuro asesino de Gaitan. Ese crimen, como sabe cualquiera en Colombia, es uno de los puntos de mayor inflexión en nuestra historia, equiparable solo a magnicidios como el de Rafael Uribe Uribe, en 1914, y al de Luís Carlos Galán, en 1989.
A estas alturas, creo que muy probablemente nos vamos a quedar sin saber a ciencia cierta qué pasó aquel 9 de abril y cuáles fueron las verdaderas motivaciones de Roa Sierra; de allí la importancia de que alguien, en este país de asesinos anónimos, quiera reflexionar sobre la humanidad de uno especialmente significativo.

Andy Baiz parte de una novela muy celebrada: El asesinato del siglo, de Miguel Torres; libro que por cierto no he leído. Su intención es ponerle cara y cuerpo a Roa Sierra. Nos lo muestra como esposo y padre de familia, como hijo, como hermano y como un desempleado que para entonces, como sigue ocurriendo hoy, termina perdido en los caminos de la ilegalidad mientras busca una manera digna de ganarse la vida.

Hay muchas versiones acerca de quién era Roa: un hombre fascinado con teorías esotéricas, un sicario al servicio de la CIA, un amante celoso airado por los requiebros de Gaitán a su amada. Baiz pasa rápido sobre todas esas facetas y nos lo presenta además como una especie de sicópata que acecha a su víctima, que lo desairó en alguna oportunidad, tejiendo rutas sobre un mapa, como Erik Lonnrot, el protagonista de La muerte y la brújula. Pero el Roa que domina la película es el hombre humilde que queda a merced de intereses políticos mezquinos, como ha ocurrido y sigue ocurriendo con cientos de personas a lo largo de Colombia. Considero que en ese punto la historia de hace 65 años le habla claro al país de hoy y lo hace recordar tantos otros magnicidios.

Habría que aplaudir también la minuciosidad con que fue recreada la Bogotá de finales de los años cuarenta; sin embargo, ese trabajo tan aplicado tiene es su contra que todo se ve exageradamente pulcro: los carros sin una partícula de polvo, los vestidos sin una arruga, las calles como acabadas de lavar… Todo es bonito, y me parece que eso le resta verosimilitud al conjunto de la obra. Le da un aire demasiado frío y calculado.

Las actuaciones en cambio van por el camino de lo apenas aceptable: Santiago Rodríguez, en el papel de Gaitán se ve un poco extraño, sobre todo por esa nariz postiza, de la cual estoy seguro era totalmente innecesaria. Y Catalina Sandino, que interpreta a la mujer de Roa, es solo un personaje más, su presencia  es ante todo un gancho para la taquilla, porque dramáticamente no aporta mayor cosa
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