lunes, 25 de marzo de 2013

5. G. K. Chesterton


G. K. Chesterton

Como casi todo el mundo, llegué a Chesterton por Borges. El hombre que fue jueves  me deparó una de las tardes más felices de mi vida. Y no exagero cuando digo que aún conservo el asombro que me produjeron las narraciones del Padre Brown,  hace ya un buen número de años. Recuerdo también como fiesta la lectura del volumen de sus obras completas dedicado a los artículos que publicó en la prensa.

Chesterton fue un hombre de una inteligencia vigorosa y chispeante que parecía renegar de todo. Agnóstico durante una buena parte de su vida, lentamente fue entregándose al catolicismo. De esa transformación fue dando cuenta en algunos de sus ensayos más célebres: Herejes, El hombre eterno, Ortodoxia.

Tal vez eso es lo que me lo ha hecho tan entrañable siempre: hombres como él, como Papini, o incluso como el mismo Luis Tejada, son la evidencia de que tal vez lo que más necesita un ser humano para llegar a la plenitud es algo en que creer. No importa qué.

domingo, 17 de marzo de 2013

La muerte de Mamatoco (II)


La muerte de Mamatoco (II)
Segunda entrada dedicada a una de las décadas más convulsionadas y apasionantes de la historia de Colombia.

La segunda administración de López Pumarejo se inició sin sobresaltos luego de que Laureano Gómez y sus adláteres prometieran una revolución en caso de que el candidato de la Revolución en Marcha retornara a la presidencia. El 2 de enero de 1942 El Liberal, periódico dirigido por Alberto Lleras Camargo que servía como plataforma política a López Pumarejo, publicó la siguiente información: “El señor Álvaro Gómez Hurtado, hijo del doctor Laureano Gómez y vicepresidente del consejo municipal de Bogotá, a raíz de una conversación política con el señor Pedro López Michelsen, le anunció que el señor Alfonso López no sería Presidente de la República, porque había treinta jóvenes conservadores juramentados para matarlo, en el caso de que fuera elegido. Agregó:

-        Por mi parte, cumpliré las órdenes de mi padre, aunque me cueste la vida.

Se recuerda que el señor Laureano Gómez en el Senado de la República y en su propio diario (El Siglo), anunció que el conservatismo optaría por la guerra civil o el atentado personal, y defendió como moral y conveniente éste último, citando opiniones de teólogos españoles de la Edad Media”.

Por su parte, Laureano, tratando de encontrar ayuda para su sonada revolución, había dicho al embajador norteamericano Spruille Braden: “¡Guerra civil! Habrá guerra civil, y esperamos que ustedes nos apoyen en ella, para impedir que el comunismo se apodere de Colombia”. Y cuando Braden le manifestó el poco interés de los Estados unidos en esa guerra, Gómez replicó: “Entonces tendremos que buscar ayuda en cualquier otra parte.”
Lauriano Gómez

Laureano Gómez


Muy probablemente esa “otra parte” era la Alemania nazi, país cercanísimo a los afectos de Gómez, y del cual había manifestado ser el adecuado para controlar el Canal de Panamá. De hecho, el gobierno alemán, según lo registra Venon Lee Fluharty en su libro La Danza de los Millones, había donado, por medio de su agregado de prensa, cien mil pesos en 1942 para la construcción de una nueva imprenta en el periódico El Siglo.

De cualquier forma, aunque Gómez no inició su revolución, tampoco desaprovechó las oportunidades que se le presentaron para hacerles daño al presidente Alfonso López y a su gobierno. Esa oportunidades se presentaron en forma de escándalos, y El Siglo se constituyó en la principal herramienta para explotarlas: los negocios turbios del hijo del presidente, Alfonso López Michelsen, dieron lugar para que la prensa oposicionista, e incluso periódicos liberales como El Tiempo y La Razón, lanzaran ataques implacables contra López Pumarejo aduciendo complicidad y encubrimiento. Así mismo, la orden del ministro de guerra de construir unas casetas cerca de una finca de la familia Michelsen con el fin de custodiar al presidente cuando estuviera de visita allí, generaron en la prensa (no solo en El Siglo) severas críticas fundamentadas en el hecho de que dichas construcciones valoraban una propiedad privada a costa de inversiones oficiales. Sin embargo, tal vez el escándalo que dio lugar a los ataques más violentos contra López Pumarejo fue el asesinato de Francisco Pérez, alias Mamatoco.

A principios de 1943, y gracias a las informaciones de los servicios de inteligencia norteamericanos, López Pumarejo denunció ante la prensa, y prohibió mediante decreto, las operaciones en el país de un grupo nazi-falangista integrado entre otros por Silvio  Villegas y Guillermo León Valencia. Unos meses después Mamatoco apareció apuñaleado en el parque José Santos Chocano de Bogotá, y se inició entonces el contragolpe de los laureanistas

domingo, 10 de marzo de 2013

Reseña: Correr




Correr de Jean Echenoz


No recuerdo con precisión cuándo supe por primera vez de esta novela de Jean Echenoz pero  recuerdo en cambio cierta entrevista en la que el escritor francés manifestaba su intensión de emular en ella, por lo menos parcialmente, al Marcel Schwob de Vidas Imaginarias. Y tal vez fue entonces cuando me decidí a leerla.

Correr hace parte de una trilogía de biografías noveladas en las que Echenoz se ocupa además de Maurice Ravel y de Nicolás Tesla. En este pequeño volumen el protagonista es el checo Emil Zátopek, gran leyenda del atletismo, ganador de tres medallas de oro en solo una semana por allá en los juegos olímpicos de Helsinki en 1952. Las ganó en tres competencias absurdamente arduas: 5000 metros, 1000 metros y la maratón. Zátopek fue la renovación del atleta invencible que rayaba en lo divino, tan propio de la antigüedad clásica, y que en nuestros días ha renacido en hombres como, Phelps, Schumacher, Messi o Federer.

Pero además fue un hombre con profundas convicciones políticas que lo llevaron a apoyar en 1968 aquella ola de renovación al comunismo conocida como la Primavera de Praga. El resultado fue, como suele ocurrir con la disidencia en los regímenes totalitarios, amarga para el gran deportista. 

Jean Echenoz
Jean Echenoz





Jean Echenoz relata la vida del corredor sin apasionamiento, como lo haría un notario: su juventud lejana a los deporte; su inesperado encuentro con el atletismo; sus entrenamientos mientras a lo lejos se escuchan las bombas del Ejército Rojo tratando de ahuyentar de una vez por todas a los alemanes, en desbandada y con la guerra ya perdida; sus líos con la prensa; sus incontables glorias y las infamias a las que lo somete el partido comunista. No hay, creo yo, una sola palabra, un adjetivo, que deje entrever alguna emotividad.  Ni siquiera el primer gran momento glorioso de Zátopek, cuando era un desconocido y ganó aquella carrera ante cientos de espectadores atónitos en Copenhague.

La narración, que avanza a zancadas como su protagonista, es fría, casi rutinaria, sumarial; la grandilocuencia le queda a la imaginación del lector, que en efecto se ve casi en la necesidad de desbordar esas palabras tan precisas. El autor por su parte no le hace nunca esa concesión, lo cual constituye sin duda un gran acierto. En esa medida resulta difícil leer Correr sin evocar el Reportaje al pie de la horca de Julius Fučík, ese otro héroe de la historia checa en el siglo XX, cuyo estilo a la hora de relatar su propia muerte resulta tan abrumadoramente parco.

Un libro entretenido, rápido y profundo; como para leer en una sola sentada.