miércoles, 26 de diciembre de 2012

Lecturas de vacaciones (III)

La Soledad del Lector, David Markson

Eduard Hopper, Rooms by the Sea (Detalle)


Reseña de una lectura de vacaciones.











Hay libros que acechan  al lector hasta que se imponen. Aparecen  algún día en una conversación,  de manera  casual e imprecisa, y luego regresan, agazapados en un  pie de página o mirándonos  ansiosos desde  su estante en la librería. Y entonces ya no queda más remedio que atender a ese llamado. Algo Así me ocurrió con La Soledad del Lector de David Markson,  libro que se ha convertido en una suerte de furor en algunos círculos de lectores en América Latina y España. Aunque moderadamente, eso sí. A mí por lo menos me tocó mandarlo traer desde Bogotá, porque en las librerías de Medellín nadie había oído hablar de él.

Publicado originalmente en 1996 con el nombre de Readers Block (título que en lo personal considero más significativo que el de la traducción), la novela de Markson apareció en el 2012 en el panorama de los lectores hispanos gracias a la edición de  La Bestia Equilátera. Y al parecer, por lo que he leído, hace parte de una trilogía. Mi entusiasmo inicial estuvo fundamentado en que pensé que se trataba de un libro de ensayos: entre más pasa el tiempo más razones se me ocurren  en contra de las novelas. En fin, achaques. El caso es que solo dos días después de haber hecho el  pedido llegó a mi puerta un sobre con el volumen; algo más de doscientas cincuenta páginas.

Una costumbre de lector romántico y estúpido que conservo  tal vez desde la infancia es la de oler minuciosamente los libros una vez caen en mis manos. Con los ojos cerrados, para añadir un detalle aun más patético. Luego doy un repaso a las páginas para darme una idea de a qué tipo de  ladrillo me enfrento. La Soledad del Lector olía bien, una mezcla de pulpa, pegamento y tinta. Típico. Pero  ante todo lucía extraño. De principio a fin párrafos muy breves, incluso líneas, bien separados unos de otros. Nada de capítulos ni apartados. La novela lucía más bien como un libro de aforismos. Empecé a leer.

                                                                             

"El cadáver de Laurence Sterne fue vendido a una escuela de medicina por unos profanadores de tumbas. Casi lo habían diseccionado por completo cuando por casualidad alguien lo reconoció." David Markson.
                                                                              


Ante todo, y como  señala una cita de David Foster Wallace en la contraportada, La Soledad del Lector es un relato experimental (el punto más alto en la ficción norteamericana, continua diciendo Foster Wallace). No hay en ella nada de lo que uno habitualmente espera encontrar en una novela. No hay diálogos, no hay hilo narrativo… casi podríamos decir que no hay personajes a excepción de dos entes abstractos llamados el Lector y el Protagonista de quienes no tenemos descripciones  sino más bien hipótesis o preguntas: ¿Y por qué el lector siempre visualiza el atardecer? (p. 147) ¿al menos el Lector tomó una decisión acerca de darle al protagonista algún tipo de pasado? (p. 192) Pero en realidad ninguno de los dos tiene cuerpo  ni carácter. Y sin duda no fue intención del autor que lo tuviera.  Ellos están allí, tal vez, para hacernos dudar en algún momento de quién es el verdadero creador a la hora de leer una ficción y para dejarnos la pregunta de  dónde viven  quienes habitan esas ficciones. O tal vez no sirven para nada. Porque por momentos uno parece olvidarse de ellos, hipnotizado por la marea de datos curiosos, absurdos y muy probablemente inoficiosos sobre todo tipo de artistas y escritores y personajes históricos, es como estar leyendo la Enciclopedia de Datos Inútiles de Homero Alsina Thebernet

                                                                             
"Cuando Daumier tenía sesenta años, era indigente y estaba completamente ciego, Corot compró la casa que Daumier alquilaba y se la regaló." David Markson.
                                                                              

Markson nos habla de suicidios: Jack London se suicidó… Y unas páginas más adelante: John Rigo se suicidó. Y luego: George Eastman se suicidó. Nos habla de vidas miserables, de la gonorrea padecida por este o del alcoholismo de aquel. Nos hace un censo minucioso  y espaciado de antisemitas: Séneca era antisemita. Tácito era antisemita. Chesterton era antisemita… Recuerda fragmentos breves de obras célebres, etc., etc… Y todo lo hace con ese estilo raro y repetitivo de párrafos brevísimos que dan la impresión de estar leyendo un timeline de Twitter. Y mucho más aun: dan la impresión de estar repitiendo un mantra.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Secuencias del 2012




Puesto que es frecuente hacer listas a estas alturas del año, aquí está mi lista de películas preferidas durante el 2012.

1.       Moneyball
Mi preferida este año fue la modesta cinta protagonizada por Bad Pitt y dirigida por Bernett Miller que estuvo nominada al Oscar en la categoría de mejor película y obviamente no ganó. Se trata de un festín de actuaciones: Jonah Hill, Phill Seymour Hoffman y, cosa que hace mucho rato dejó de extrañarme, Brad Pitt. Pero además es un lujo de adaptación, a cargo de  dos maestros: Steven Zeillan y Aaron Sorokin. Billy Beane, gerente general de los Atletics de Oakland, un equipo de beisbol pobre y sin aspiraciones, idea un método estadístico para seleccionar jugadores talentosos desechados por otros equipos…  El resultado es una especie de revolución de la sensatez. La película es un producto típico de Hollywood, pero es mesurada y tiene el aliento del gran cine clásico norteamericano.

Esta secuencia, que por suerte está en youtube, resume lo mejor de las actuaciones y del guion. 


2.       Tinker, tailor, soldier, spy
Pasé un tiempo sin sacarme  esta película de la cabeza. Creo que todo en ella es fuera de serie: los actores, la fotografía, el guion, la dirección de arte… en fin. La banda sonora hace parte ahora de mis debilidades. Creo que en su contra tiene que por momentos la trama se pone demasiado densa y uno escasamente puede parpadear sin perderse una clave fundamental. Yo en todo caso tuve que ir a ver la dos veces.

Lo mejor de la película, a mi juicio,  esa  última secuencia tan llena de alusiones y tan evocadora con Julio Iglesias sonando en primer plano; un momento magistral de la elipsis como recurso cinematográfico.



3.       Incendies
De cuando en cuando los directores canadienses nos devuelven la fe en el cine. Eso me paso este año con esta cinta de Denis Villeneuve que se siente como una patada en el hígado… Creo que la discusión sobre la originalidad esta saldada desde hace mucho tiempo: ya todo está dicho. Eso sí: aún quedan maneras de decirlo; y en efecto Villeneuve nos cuenta una historia vieja  de la cual hemos visto innumerables variaciones, pero nos la cuenta a su manera, en un escenario lleno de evocaciones atroces: el Oriente Medio con su laberinto de rencores y de guerras… El resultado es una  suerte de tragedia griega  en nuestros tiempos, muy difícil de digerir, casi absurda… pero posible en este mundo brutal. Y absurdo.

Un momento especial: la secuencia inicial, con la lánguida voz de Tom Yorke y el entramado de guitarras de Radiohead  al fondo. 





4.       El caballo de Turín
Por supuesto no voy  a poner en duda la reputación de Bela Tarr, pero  El caballo de Turín bien podría no significar nada. Es una de esas obras tan llena de sentido que se parecen un poco al silencio. Y tal vez por es difícil de abarcar. Los personajes, como Joseph K,  como Molloy,  Lucky o Pozo, p arecen ignorar de dónde vienen y ante ellos el camino siempre es incierto. En efecto la película podría haber sido concebida por Samuel Beckett o Franz Kafka. Está llena de incertidumbre, pero creo que justamente allí esta su belleza, en el hecho de estar lejos de ser explícita. Creo que es más un poema que un filme. Y lo es muy especialmente por el poderío de su fotografía  

Para el recuerdo siempre, la secuencia inicial, que además de poema es tratado de filosofía. 


5.       La Sirga
Estoy seguro de que La Sirga es un gran hito en la historia del cine colombiano, que con gran frecuencia es directo, llano, casi obvio. Aquí, por el contrario, nos encontramos con una obra elusiva, que evoca realidades, pero no se entrega a la primera interpretación. De hecho creo que esta historia, como cualquier gran historia, podría pertenecer a la tradición cinematográfica y narrativa de cualquier país.  Me recordó muchísimo, por ejemplo, a Tarkovski.

Visualmente para mi está al nivel de El Caballo de Turín y de Tinker Tailor Soldier Spy, por mencionar dos películas soberbias  de este mismo conteo.

Y su banda sonora sin duda merece una mención especial. 



Ver reseña completa de La Sirga en este blog

sábado, 15 de diciembre de 2012

Lecturas viejas (I)

Helene Hanff: 84, Charing Cross Road







































84, Charin Cross Road en la edición de Anagrama.

Como viene siendo casi una costumbre cada año, releí alguna tarde de noviembre 84, Charing Cross Road (1969).  Buena parte de mis libros preferidos son hallazgos al azar, textos de los que no sabía nada en absoluto. Ignoraba por completo, por ejemplo, quién era Helene Hanff. El caso es que, como también es costumbre, en alguna ocasión hace varios años iba a la deriva por la biblioteca y en algún recodo vi el librito modesto y como resignado al olvido. Lo digo porque estaba casi nuevo y en la ficha solo figuraban algunos préstamos pero, por lo que pude averiguar, no era una adquisición reciente. Lo abrí también al azar y leí cierta línea: P.D ¿Tienen el Diario de Sam Pepys? Lo necesito para las largas noches de invierno. No es nada especialmente significativo pero  me bastó para quedar seducido.

Muy a finales de los 40’s Helene Hanff encontró en la prensa el anuncio de una librería inglesa especializada en libros antiguos y de inmediato les escribió desde Nueva York con una lista de sus necesidades, que incluía obras de William Hazlitt y R. S. Stevenson especialmente difíciles de conseguir. Solo unas semanas después recibió la respuesta en la que se le anunciaba el envío de la mayoría de sus demandas. Desde entonces entre ella y el vendedor principal de Marks & Co, Libreros, Frank Doel, se inició una relación epistolar que se prolongó durante veinte años y que naturalmente se fue volviendo cálida y amorosa  con el paso del tiempo.

Se dice con frecuencia que la obra es una celebración de los libros y la lectura, pero habría que decir ante todo que es una celebración de la amistad (una que le habla especialmente bien a esta época plagada de relaciones virtuales): Helene y Frank son una suerte de almas gemelas que se conocen a la distancia y aprenden a quererse por medio de los libros que ella solicita y él acuciosamente provee. Es muy a su manera una historia de amor platónico, en el sentido más pleno del término, llena de buen sentido del humor.

La señorita Hanff, con el océano de por medio, increpa a Frank porque no le consigue pronto una  edición decente de la Antología de Poesía Inglesa de Oxford y en la siguiente carta el pobre hombre responde anunciando el envió del libro en magnífico estado. Ella pide a Cátulo, a Safo y a Horacio y él, en cuestión de semanas se las arregla para conseguirle ediciones de segunda mano en tan perfecto estado que incluso Helene le escribe para agradecerle mientras corta las páginas vírgenes con un delicado cuchillo de mantequilla…. Pero la relación entre ambos personajes es tan plena que lentamente empieza a trascender hasta llegar al resto de empleados de la librería y a la familia de Frank. De hecho, uno de los aspectos más llamativos de las cartas es la descripción, lenta y espaciada, de esa Inglaterra de la post guerra, tan pobre y agobiada por los racionamientos. Al cabo de solo unos meses, Helene se convierte en la proveedora de manjares inalcanzables en aquella época para esos amigos transoceánicos que añoran tanto conocerla: jamón, cordero, huevos frescos…

Helene Hanff fue guionista de series de televisión,  escritora de libros de historia para niños y colaboradora del New Yorker. Cultivó el teatro pero sus obras nunca lograron reconocimiento, lo cual implica tal vez cierta pizca retorcida de justicia poética puesto ella no soportaba las obras de ficción. 84, Charing Cross Road en cambio, la juiciosa y fiel recopilación de su correspondencia con un libreo inglés y su familia la convirtió en una autora de culto.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Un plato de sopa, etc.




Antes de existir los blogs estaban las libretas de apuntes. Yo comencé a usarlas cuando ingresé al taller de escritores de Mario Escobar. Al viejo le parecía inconcebible que alguien que pretendiera escribir fuera por el mundo sin un lugar donde registrar todo: impresiones, recuerdos, ideas… en fin. Y semana tras semana seleccionaba a alguien para que leyera un fragmento de sus apuntes. Creo que todos accedíamos con un poco de vergüenza.

El caso es que desde esa época he llenado varias decenas de libretas. Haciendo un balance equilibrado creo que no hay mucho de valor en ellas, todo demasiado pretencioso; pero releerlas creo que me ayuda a conocerme un poco mejor. Eso ya es algo, digo yo.

Hace unos días tomé al azar una de esas libretas, una muy vieja, y me encontré con una breve entrada sobre, según reza el título, pruebas de valor en la literatura. Una selección de episodios de valentía en unas cuantas novelas, casi todas ellas muy célebres. A continuación transcribo esa lista y, como ahora se trata de un blog, agrego dos de los episodios referidos en alguna adaptación al cine.

1. Gregorio Samsa saliendo de su habitación, reclusorio, para oir tocar el violín a su hermana.

En este momento de la novela lloré.

2. El Coronel, tan paciente y aplomado, respondiendo ‘mierda’

3. El Señor Magdalena declara ante un tribunal que él es Jean Vanjean:

Luego de una vida brutal y sórdida, ya lejos de la cárcel, de donde milagrosamente pudo escapar, Jean Valjean se ha convertido en el venerable Señor Magdalena, un hombre rico a fuerza de trabajo honesto y disciplina. En su vida acaba de aparecer Fantine, una prostituta desvalida y hermosa a la que aprende a amar, no sabemos si como hombre o como padre. La frágil, y a su manera virtuosa mujer, es una especie de ángel caído, como él. Entonces, cuando esta cerca de alcanzar la plenitud, Valjean escucha una noticia: en un pueblo cercano ha sido capturado Jean Vajean, y será condenado a muerte. La vida le ha puesto nuevamente una zancadilla: ¿debe quedarse disfrutando de la plenitud de su vida al lado de Fantine o debe acudir a salvar la vida de aquel desgraciado con quien lo están confundiendo? En el fondo Los Miserables es una gran tratado de sobre la moral y la ética. Valjean decide acudir al juicio para declarar que él es el hombre a quien buscan… pero lo hace luego de librar una batalla feroz consigo mismo, es uno de los momentos más intensos y complejos que yo recuerdo haber leído en una novela… Y luego de que renuncia a su nueva vida feliz declarando su verdadera identidad, descubrimos que su pelo ha encanecido por completo, en solo una noche…

Hay algunas adaptaciones contemporáneas de la gran novela de Victor Hugo, una de Claude Lelouch con Jean Paul Belmondo en 1995; pésima, a mi manera de ver. Otra de de Billie August, de 1999, protagonizada por Leam Nesson, Clare Danes y Geofrey Rush; considerablemente entretenida. Y una serie de televisión con Gerard Depardieu y John Malckovich, bastante aceptable pero en la cual el momento de la confesión de Valjean no alcanza el nivel esperado de intensidad… pronto podremos ver la nueva versión, inspirada en el célebre musical de Brodway.

4. Enjolras ante el pelotón de fusilamiento (Los miserables)

5. Bricky y Quinn, en una madrugada incierta, saliendo a buscar al asesino. (El plazo expira al amanecer de William Irish)

Siento una gran predilección por esta pequeña novela olvidada. En ella la ciudad de Nueva York el gran villano que no deja escapar a un par de campesinos sencillos que creyeron encontrar en ella la redención de una vida anónima y gris. Una noche ambos se encuentran con el cadáver de un desconocido y en ese muerto, en el misterio que encierra, se encuentra para ellos la única posibilidad de recuperar sus vidas.

6. El Poeta  acusando de asesino al Jaguar (La ciudad y los perros)

7. Pereira decidiéndose a publicar un artículo en el que denuncia la muerte de Montero Rosi (En Sostiene Pereira de Tabucchi).


8. Oliver Twists pidiendo en el orfanato un segundo plato de sopa:

Tal vez fue el momento que más me impactó de este libro, que a pesar de ser  una de mis novelas preferidas, me resulta bastante empalagoso por momentos. Por supuesto, para la época Dickens estaba complaciendo a todos los públicos, cual si fuera un escritor de telenovelas de nuestros días; pero cuando Oliver, recluido en el asilo, llorón y extremadamente delicado, se atreve a  levantarse de su asiento para pedir otro plato de sopa, lleva a cabo uno de los momentos más insurrectos de la historia de la literatura, o de mi historia de la literatura. El detestable Bumble no se lo puede creer y en el resto del comedor los demás niños huérfanos se miran atónitos. Pero Oliver solo obedece a sus instintos: tiene hambre. La escena es de una solemnidad tremenda pero al mismo tiempo de una gran sencillez.

Aquí esta la versión de ese momento en Oliver! la adaptación de Carol Reed de 1968:

 

domingo, 4 de noviembre de 2012

Memorias del Puerto

Páginas de un diario de viajes




Hace unos días tuve que volver al puerto. Llevaba muchos años sin ir. A mi llegada vi de paso la vieja oficina… Creo que fue el último lugar donde estuve ante de irme: ese dia vi el pueblo a través de los amplios ventanales tratando de retener en mi memoria cada detalle, me llené los pulmones de ese aire tibio y cargado de polvo… Y lloré. Tal vez no quería irme. En fin. 

Me alojé en un hotel a la orilla del río, que se veía pasar oscuro e impasible, como siempre; y salí al balcón a beber una botella de agua mineral. La noche era fresca pero aun así el calor se sentia espeso, gelatinoso. Recordé esa tarde en la que Jorge nos propuso sentarnos a pensar  de nuevo el río, a escribir sobre él… Con el ánimo de molestarlo, en alguna línea escribí: ‘allá afuera nos aguarda el río, sucio de basura y sangre…’ Imposible olvidar su gesto de dolor: respiró profundo, cerró fuerte los ojos  y frunció el ceño; lo miré pero él no me devolvió la mirada… Los jesuitas suelen ser hombres apasionados.

A lo lejos se escuchaba una canción ya vieja, una de esas con las que aprendí a querer el sonido del acordeón: parece la misma novela con otro guion, con escenarios diferentes y el mismo actor… Y se me vino a la memoria la tarde en que salimos a buscar a Camilo. Ya sé dónde lo podemos encontrar,  dijo Ivonne mientras con una expresión de tensión y asombro. Vamos. Empezamos a bajar por el pueblo  a paso largo con un sol naranjado tostándonos el cuello; íbamos pensando en que la oscuridad no nos sorprendiera en medio de esa búsqueda improvisada. Dejamos atrás el cementerio, tan célebre por sus incontables N.N  y de pronto estuvimos en un laberinto de diminutas casas de ladrillo con techos de zinc y tejas Etenit, separadas por estrechas calles sin asfalto. Niñitos barrigones por todas partes.

A Ivonne le habían dado la dirección de un compañero del colegio de Camilo, un niño llamado Yuber. Yuber sabe dónde esta Camilo, le dijeron. Llegamos a una casa y preguntamos por él. La mamá vive allá al fondo. Entramos por un corredor estrecho y oscuro tratando de esquivar los charcos en el suelo;  contra las paredes una infinidad de fierros viejos y retorcidos. Se respiraba un aire húmedo y grueso; olía a sebo. A la orden, dijo una mujer diminuta y menuda; se veía aún joven pero el rostro estaba minuciosamente arrugado. Nos miraba mal. Nos presentamos. Estamos buscando a Yuber. ¿Y como para qué sería? Le explicamos. El niño no estaba. ¿Usted conoce a Camilo, señora? ¿Ustedes de dónde es que vienen? Nos preguntó de nuevo. En un poyo armado con tablas había un fogón de petróleo. Miré a Ivonne; el sudor le bajaba por el cuello. Señora, necesitamos encontrar a Camilo porque él tiene algo que es de nosotros y necesitamos que nos lo devuelva... Y como no lo hemos vuelto a ver. Creo que esa era la salida más diplomática y sincera posible. Ese es hijo de Marta Cortes, vea salga hasta la esquinita de allí, voltee para este lado y se van caminando hasta que vean una casita de madera pintada de verde, ahí voltea a mano izquierda y se va hasta el fondo: ellos viven en un ranchito de dos pisos, por ahí pregunta…

Seguimos fielmente la instrucción: llegamos a la esquina, caminamos hasta una casita presumiblemente  verde ¿Era verde? Doblamos a la izquierda… y comprendimos que nos habíamos perdido…  Ivonne se sabía la historia del barrio: la mayoría de familias eran desplazados de las guerras paramilitares de la región. Cientos de personas. Ahora el panorama no era de casas precarias de ladrillo sino ranchos de madera. Ya se sentía el olor del río. En el horizonte se veían las últimas ráfagas del sol y se recortaban las siluetas diminutas de los últimos gallinazos. 

Encontramos una tienda y preguntamos por Marta Cortés, por Camilo. No tenían idea. Nos bebimos un par de Coca-Colas sentados en un tronco dispuesto a manera de silla. ¿Qué le vamos a decir cuando lo encontremos? No sé… que por favor nos devuelva lo que es de nosotros. Andrés, eso na va a pasar… Camilo llevaba veinte días desaparecido. Pero algo me decía que debía seguir confiando en él. Entonces Ivonne me contó la historia de su hermano ¿Yo no le he contado? No. El tipo era oficial de una fuerza élite contra guerrilla y un día se despidió, salió para una misión... Pasaron tres años sin saber nada de él, lo dieron por muerto. Al cabo de ese tiempo recibieron una llamada, era él. Había pasado tres años explorando palmo a palmo cierto páramo del sur del país, en busca de guerrilleros. Así de simple. Una vez pasamos cuatro meses sin ver el sol, cuatro meses en un hueco, comiendo gusanos, les contó… Pero desde que apareció siempre pensamos que era otro, dijo Ivonne, no miraba igual. Nunca volvió a mirar igual…

Continuamos; intentamos recoger nuestros pasos buscando de nuevo la casa verde y preguntando aquí y allá por Camilo, por su madre. Hasta que dimos. Mire ellos viven allá, nos dijo alguien que señaló un ranchito de dos pisos. Afuera había una mujer madura y morena en la que todavía quedaban vestigios de belleza. Señora, buenas noches. Le explicamos. Ella era amable pero nos miró extrañada. Espere yo se los llamó. Pegó un grito: Camilo. De adentro del ranchito salió un niño de unos doce años. Vea, que aquí lo buscan los señores. Ivonne y yo nos miramos: ese no era nuestro Camilo… Les explicamos y ya nos íbamos a ir cuando el niño nos dijo: yo los he visto a ustedes, yo sé quienes son: ustedes están buscando es a Cepillo. En efecto nuestro Camilo se motilaba como un cepillo. Yo sé donde vive.

Emprendimos el camino hacia la ribera del río en medio de una oscuridad casi absoluta, pero aún alcanzábamos a ver en cada rancho, amarrada en un palo de escoba, la bandera de Colombia izada en alto, inmóvil y triste. Era el barrio Colombia. Ranchos de cartón y madera. Algunos con la puerta abierta, como la boca de un muerto. 

Entre más avanzábamos, menos ranchos. La corriente del Magdalena se sentía poderosa y aterradora a solo unos metros. En algún punto tuvimos que dar zancadas, así de alta estaba la yerba. Hasta que vimos la casa. Era el último rancho. El último. Quedaba a unos pasos del río: cuatro estacones unidos por tablas y cartones a las que algunos plásticos y  viejos pasacalles servían como techo.  Nos recibieron un hombre y dos mujeres, una joven y la otra ya muy vieja. Los tres se veían demacrados y flacos. Buenas noches… Estamos buscando a Camilo. Se miraron entre ellos. Él no está,  ¿Como para qué sería? Adentro había una vela moribunda encendida: el rancho estaba totalmente vacío, solo se veían periódicos y trapos tendidos en el suelo pelado. En un rincón un bebé lloraba inconsolable.  

En ese momento supimos que no había nada qué hacer… y además no importaba…

miércoles, 17 de octubre de 2012

The Walking Dead

Después del Apocalipsis zombi alguien seguirá cortando el césped





El hombre se llama Rick Grimmes, lleva terciada una escopeta y va montado sobre su caballo. Va en busca de su mujer y su hijo, indefensos y extraviados en algún lugar incierto. Delante de él se extiende vacía la amplia  autopista que conduce hacia la ciudad. A lo lejos, los oscuros rascacielos se levantan como sombras. Al otro lado, apeñuscados en el carril de salida, abandonados e inmóviles,  centenares de carros  devorados por el polvo. Aquí y allá los cuervos picotean impasibles los restos de algún cadáver decrépito y reseco. En ocasiones el cadáver se levanta y trata de alcanzar a Rick, quien no comprende adónde diablos fue a parar el mundo… 

La secuencia es uno de los momentos iniciales de The Walking Dead, una de las novelas gráficas más populares de los últimos años, que cuenta la historia de un mundo post apocalíptico infestado de zombis por una razón que nunca nos será plenamente revelada . Se trata de un relato feroz en el cual abundan las yugulares sangrantes, las vísceras y los sesos desparramados  creado en 2003 por Robert Kirkman, a cargo de los guiones, y Tony Moore, como dibujante. La obra, publicada por Image Comics, fue premiada en 2010 en el Comic-Con Internacional de San Diego y el 31 de octubre de del mismo año el canal AMC, conocido por éxitos de audiencia ya casi legendarios como Mad Men y Breaking Bad, estrenó su adaptación a la televisión a cargo de Frank Darabort, guionista de Pesadilla en ELM Street en lo que constituyó un nuevo éxito puesto que The Walking Dead se convirtió de inmediato en una nueva serie de culto.

La historia  de The Walking Dead la conocemos de memoria, aunque no siempre nos la han contado con muertos vivientes: Rick Grimmes es un hombre joven de algo más de treinta años, trabajador, respetuoso de las leyes, padre de familia y esposo ejemplar, valiente y  buen amigo. Podríamos arriesgarnos incluso  a decir que su visión del mundo, al principio, es la de un  demócrata… Podríamos estar hablando del protagonista de la familia Ingalls (Little house in the praierie), de  Daniel Boone o incluso de Pedro Picapiedra. Rick es policía y en el cumplimiento de su deber recibe un disparo que lo deja en coma al borde de la muerte y recluido en un hospital. Un día el hombre despierta y descubre que el mundo tal y como él lo conocía ha desaparecido. Y en ese mundo debe arreglárselas para cuidar a su familia.

Ante todo a la serie hay que reconocerle que en su primera temporada, y muy especialmente en sus dos primeros capítulos, alcanzó un tono desolado y sobrio digno de La carretera o de El Poder y la Gloria (en el cómic esa sobriedad está muy bien acentuada por los dibujos a blanco y negro, que además constituyen una salida muy a la manera de Hitchcock a los frecuentes borbotones de sangre). Rick es un hombre común asediado por un mundo radical y absurdo, pero lo que en McCarthy eran hordas de salvajes  caníbales y violadores y en  Graham Greene crueles policías mexicanos de piel cetrina, en The Walking Dead son caminantes: cadáveres que han vuelto a la vida y que fuerzan a los sobrevivientes a convivir al límite, a enfrentarse unos a otros y a revelar de esa forma que en un ser humano el lado más espeluznante y brutal definitivamente se revela cuando esta en vida.






En este punto viene bien recordar que, como todo buen relato americano, y no obstante las tripas desparramadas, The Walking Dead tiene una profunda vocación didáctica y moralizante y en cada capítulo podemos encontrar una revoltura de los temas que más obsesionan hoy en día a esa sociedad, y casi podríamos decir a todo Occidente. La serie esta llena de acción  (para aquellos a los que gusta la acción) con abundantes elementos gore (para el público gore, que al parecer es enorme), y funciona, moderadamente, como relato de terror… Pero en realidad pretende mostrarle a Norte América sus propias miserias, en un tono más rimbombante de lo que uno esperaría de un relato de muertos vivientes en el que por alguna razón, a pesar de que van ya meses del apocalipsis, en todas partes el césped siempre está bien cortado. 

En De Caligari a Hitler, una historia psicológica del cine Alemán, Sigfried Kracauer  anotó que la proliferación de tiranos y seres monstruosos y contrahechos del cine alemán en los años veinte y treinta era la proyección de una nación que se sentía manipulada y desvalida luego del abusivo Tratado de Versalles y veía en esas figuras, con esperanza y temor, a alguien que manejara su destino. Los zombis han terminado también por admitir una variedad de lecturas desde que en 1968 George A. Romero estrenó La noche de los muertos vivientes. En principio muchos se apresuraron a decir que aquellos muertos que regresaban de sus tumbas eran los soldados caídos en la guerra de Vietnam dispuestos a atormentar a una sociedad opulenta (y considerablemente republicana). Otros, aún más imaginativos que Romero, adujeron que los zombis eran la representación de los peligros del comunismo, que acechaban más que nunca a Norte América por aquellos días… Romero ha repetido en innumerables entrevistas que todas esas interpretaciones no corresponden a su intención, que no estaba más allá de hacer una película de terror entretenida, pero lo cierto es que desde entonces los zombis han adquirido una gran carga conceptual que los convierte en símbolo por excelencia de la alienación (lo cual es evidente en El diario de los muertos donde Romero mismo reflexiona sobre los desmanes de las empresas informativas).

En la primera temporada de The Walking Dead, por ejemplo, una de las reflexiones más serias va entorno del verdadero papel de las mujeres en un mundo lleno de zombis y de machos alfa… Ninguno, parecen concluir los autores en un principio. Básicamente cocinar y lavar la ropa sucia, aunque lentamente Andrea, uno de los personajes femeninos comienza a alzar la voz y a verse tan fuerte como Rick o Shane, otro de los protagonistas. Nada más políticamente correcto podía esperarse del país y la era de Hillary Clinton, Sarah Palin y Condoleezza Rice

También  nos encontramos en con una forzada alusión a la gran problemática de los inmigrantes. De hecho los caminantes (walkers) son esos cadáveres que regresan y ahora amenazan el tradicional y sólido modelo de vida de la familia americana. Son inmigrantes, vienen del reino de los muertos, pero son inmigrantes  que con su presencia arruinaron los valores y las costumbres de quienes quedan vivos. Eso sí, entre el grupo de los vivos también encontramos a un coreano y aun afroamericano para mantener por supuesto el tono incluyente y abierto.

Pero como es típico en las historias de zombis, aquí  nos enfrentamos a una de las más reconocibles obsesiones norteamericanas: las armas. Es como si la serie fuera patrocinada por la Sociedad del Rifle. Todo el mundo quiere tener una pistola. Y todos quieren aprender a disparar, lo cual es comprensible en semejante mundo. Cualquiera de nosotros quisiera aprender. Pero cuando a Carl, el pequeño hijo de Rick de tan solo once años de edad empieza a llevar una 9  milímetros en la pretina uno recuerda aquella canción de Aaron Lewis tan descriptiva del sentir americano: I love my country, i love my guns.