El plazo expira al amanecer es un viejo clásico de la novela negra publicado en 1948 en el que el tiempo y la ciudad de Nueva York, vasta y oscura, se imponen como dos villanos atroces conjurados en contra de de Bricky y Quinn, a quienes el azar junta una noche en torno del cadáver abaleado de un desconocido. El par de jóvenes se convierten, sin esperarlo, en unos detectives improvisados pero brillantes que esperan esclarecer el crimen para de esa forma escapar de la ciudad, que los ha sometido y los mantiene confinados en el anonimato, la pobreza y la mediocridad. Las únicas pistas de las que disponen son un botón café y el vago aroma de un perfume femenino. Delante de ellos se extienden las calles hostiles y casi fantasmagóricas. Sobre sus cabezas, en la cumbre del edificio de la Paramount, el reloj marcha implacable recordándoles a cada instante que están a punto de perder el bus que los sacará de ese purgatorio.
En menos de doscientas páginas Irish nos entrega un relato vigoroso, lleno de emoción y de giros inesperados, en el cual se alcanza a profundizar en el carácter y la psicología de los personajes, algo no tan común en la literatura de su género para esas épocas. Al cabo de unos párrafos resulta difícil renunciar a seguir de un solo tirón hasta el final. Y faltando solo un poco para terminar, se siente el irremediable deseo de que la historia no termine para que de esa forma Bricky y Quinn sigan sorprendiéndonos en su carrera por resolver el acertijo y escapar a tiempo.
Toda esa sensibilidad narrativa no es un mero accidente. Notablemente influenciado por Scott Fitzsgerald en susinicios, Irish, nacido en 1903, fue un escritor de muchísimo oficio. Su primera obra, titulada Cover Charge, apareció 1926 y luego, entre la década de los treinta y los cuarenta publicó un puñado de novelas y cerca de cuatrocientos relatos en revistas míticas como Ellery Queen Mistery Magazin y Black Mask, en las que por cierto publicaron deidades del género policiaco como Raymond Chandler y Dashiell Hammett. Esa abundancia fue sin duda fruto de su gran imaginación, pero además estuvo muy impulsada por la escasez luego de la Gran Depresión del veintiocho, que entre otras consecuencias, generó una eclosión de literatura sobre crímenes en esas revistas impresas en papel barato conocidas como pulp. Publicaciones en las que la novela llamada novela policiaca, milimétrica y fría como una partida de ajedrez, de gente como Artur Conan Doyle y Agatha Christie, se transformó en la violenta y urbana novela negra, que retrataba el mundo criminal de grandes ciudades como Chicago y Nueva York. Hoy en día se cuentan veinte volúmenes de cuentos y más de veinte novelas firmadas por Woolrich o cualquiera de sus pseudónimos. Obras en cuyos títulos curiosamente abundan las palabras “negro”, “noche” y “muerte”.
En la década de los cuarenta, la edad dorada de las radionovelas en Norteamérica, innumerables relatos de Irish fueron adaptados para la radio. Hay quien incluso se aventura a decir que es uno de los autores de novelas de suspenso más adaptado al cine. Cerca de treinta adaptaciones. La historia recuerda especialmente La novia vestía de Negro y la Sirena del Misisipi, de Fracois Truffaut; y, sobre todo, La ventana indiscreta, obra maestra de Hitchcock basada en un relato de 1942 titulado It had to be murder.
William irish fue un hombre de una vida promiscua y disoluta. A principios de los años treinta contrajo matrimonio, lo cual no impidió que continuara sus frecuentes y múltiples relaciones homosexuales. Al saberlo, como era de esperarse, su mujer lo abandonó. Él regresó con su madre sobreprotectora luego de cuya muerte se entregó a la depresión y al alcoholismo. Murió de ictericia y con una pierna amputada en 1968. Su vida azarosa, relatada por Francis M. Nevis Jr en First you Dream, then you die, recuerda un poco a la de Horacio Quiroga y en su obra muchos han querido ver ecos de Edgar Allan Poe, tanto como para llamarlo el Poe del siglo XX.
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