sábado, 26 de noviembre de 2011

1. Robert Walser

Qué hermoso es olvidar y ser olvidado


Este es el primero de una serie de  ejercicios de retrato (escritos y dibujados) de algunos personajes (imaginarios y reales) que he ido aprendiendo a querer  y que me han acompañado durante años.

robert walser
Robert Walser

Recuerdo bien la primera vez que tuve noticia de Robert Walser (1878-1956) mientras asistía a cierto curso somnífero de estética. El chorro de luz  compacta salía del proyector de filminas y la imagen se recortaba perfecta contra la pared oscura. En ella se veía a un hombre precedido de sus propias huellas y tendido boca arriba sobre la nieve, al lado de su sombrero.  Muy pronto el relato del profesor llamó mi atención: ese es el cadáver del escritor suizo Robert Walser, dijo. Walser salió a caminar una mañana, como acostumbraba, y en algún momento cayó, fulminado. Luego mencionó brevemente su obra, que influenció y causó la admiración de Franz Kafka. Y se refirió a su increíble humildad y a su disposición de vagabundo y de escritor  anónimo: creía que los verdaderos poetas depreciaban la gloria.  Eso me bastó para quedar profundamente cautivado.

No esperé a que terminara la clase: me fui directo a la biblioteca. Entonces solo encontré un libro de Walser que terminé de leer como   cuatro horas después. Su nombre era  Jakob von Guten, una extraña y entretenidísima  novela autobiográfica en la que parodiaba  un instituto en el que estudió para convertirse en sirviente, un lugar donde solo formaban ‘ceros a la izquierda’.

Robert Walser es acaso el creador más singular y apasionante, por lo menos del siglo XX. En un mundo obsesionado con el brillo y la fama, la austeridad y la sencillez  de su vida y de su obra le aportan un irresistible aura de carisma. Misteriosamente siempre buscó emplearse en trabajos manuales que no comprometieran su intelecto: botones, mayordomo, ayudante en alguna notaria, copista, etc. Aunque no prosperó en ninguno. Desde muy joven profesó una notable devoción por el alcohol, lo cual a la larga contribuiría a su pérdida de la razón.

Fue un hombre rigurosamente solitario. Nunca tuvo una esposa (aunque adoraba a las mujeres) y más allá de su hermano Franz Walser y de Carl Selling, su albacea y quien escribió un libro de sus conversaciones con él, parece que solo tuvo unos cuantos amigos. Tampoco tuvo posesiones y consideraba que su casa era su paraguas. Todos los libros que leyó fueron prestados.  Era una suerte de cínico del siglo veinte que se describía como “una entidad perdida y olvidada en la inmensidad de la vida”. Como los cínicos, adoraba caminar, ir de aquí para allá. Vivió en Berlín, en Zúrich, en Viena, en Múnich… No en vano otra de sus obras más célebres es El paseo.

Walser es uno de los padres del absurdo en el arte; sin él probablemente no habría existido Kafka y es uno de los grandes forjadores del antihéroe y de todos esos seres anónimos y sin rumbo tan típicos de la literatura de siglo XX. Hay que decirlo con la certeza de que él se hubiera sentido incómodo y hasta infeliz por el hecho de que ahora le atribuyamos semejantes paternidades. Su vocación era el olvido.

Tenía el hábito de escribir notas a las que no daba ninguna importancia en pequeños papeles. Escribía con lápiz y con una letra diminuta que solo se descifró al cabo de años.  Llamaba a esa forma de escritura ‘el Método del lápiz’.  Más de quinientas de esas anotaciones fueron publicadas con el nombre de Microgramas.

Murió en 1956 durante uno de sus paseos, cosa que, presumimos, le debió causar una profunda satisfacción. Para entonces llevaba  23 años de reclusión voluntaria en el manicomio de Herisau donde nunca escribió porque sostenía que había ido allí no para escribir sino para enloquecer.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Imágenes de colores y letras

Recuento (incompleto) de escritores y poetas pintores (I)

Las letras son el testimonio más feliz del parentesco entre la palabra escrita y la pintura. Hace mucho más de cinco mil años, cuando lo que conocemos como alfabeto no era más que esa serie de imágenes elementales a las que hoy llamamos ‘pictogramas’, nuestros antepasados representaban el mar con un dibujo que trataba de reproducir el movimiento de las olas   Al cabo de varios milenios, con la innovación de la letra tallada en tabletas de arcilla, ese dibujo se abrió camino en los alfabetos en Oriente, desde Sumeria hasta Fenicia, y llegó primero al griego y luego al latín para convertirse en la M con la que escribimos la palabra Mar y curiosamente también la palabra Madre.

Por lo demás, y haciendo a un lado la caligrafía, que goza de una reputación indiscutible, es un hecho  aceptado en el mundo de las artes que quien escribe dibuja: en últimas  ambos oficios usan la línea para reproducir y recrear la realidad. Para crear imágenes. La diferencia probablemente estriba en que con la escritura las imágenes se terminan de formar en la imaginación del lector, no en su retina.

La tradición literaria cuenta con un sinnúmero de escritores y poetas que encontraron en el dibujo y la pintura una extensión de su lenguaje: desde Dostoievski hasta Allen Gingsberg pasando por Kafka, Proust, Augusto Monterroso, Ernesto Hábato y Hector Rojas Herazo, solo por mencionar algunos. Una verdadera legión que nos recuerda que más allá de las técnicas el Arte es uno solo.



Víctor Hugo

Castillo
Para describir al gran novelista francés  se cita con frecuencia aquella frase de Jean Cocteau según la cual “Víctor Hugo era un loco que se creía Víctor Hugo”.  En efecto con él la palabra megalomanía cobró su justa dimensión. Italo Calvino lo consideró un dios  omnisapiente y todopoderoso  que manejaba hasta los hilos más secretos del alma de sus personajes. Lo recordamos además como dramaturgo, como poeta y por supuesto como el superlativo autor de Nuestra Señora de París (1831) y Los Miserables (1862).





Paisaje con castillo
Fue un hombre desmesurado cuyos intereses desbordaron su pasión profunda por la creación literaria. Su pensamiento político lo llevó de un lugar a otro sin ningún  recato: fue partidario de la monarquía y, sin embargo, defendió con vigor la República. Celebró  la Revolución pero respaldó  el gobierno que se opuso a los rebeldes. Salió exiliado de Francia luego del golpe de estado de Napoleón y a su regreso, casi dos décadas después fue elegido para la Asamblea Nacional y para el Senado.



Composición
Su incursión en el dibujo nos lo muestran como un dibujante hábil e inquieto: se adelantó por muchos años a esa experimentación  que iniciaría Whistler con las manchas y los planos de colores y que décadas después daría lugar a la pintura abstracta. Regaba la tinta sobre el papel solo para ver qué pasaba y mezclaba materiales esperando encontrar de esa forma el medio que lo ayudara a expresarse mejor. Su actitud, a mediados del siglo XIX, era ya la de los posteriores artistas de las vanguardias. Muy probablemente su paso por Inglaterra lo familiarizó con la obra, rica en atmósferas, de Turner. Y muy probablemente también en ocasiones, cuando dibujaba, pensaba en Fenhofer, aquel pintor genial y revolucionario protagonista de La obra Maestra desconocida, esa novelita asombrosa de Balzac. algunos de los temas que más interesaron a Victor Hugo fueron los típicos de romanticismo: paisajes de aspecto sobrenatural y castillos.




Fedor Dostoievski



Las imágenes de Dostoievski hacen parte del repertorio de pesadillas de un buen número de lectores. El carácter opresivo de novelas como Memorias del subsuelo, Crimen y castigo y los Hermanos Karamazov se queda en uno de una manera inexplicable. Sin embargo son historias apasionantes en las cuales  en algún momento se respira un aire de alivio.

La vida misma de Dostoievski fue en algunas épocas  similar a la de sus personajes. En 1849 fue condenado a muerte junto con algunos compañeros de cierto movimiento político. Fue llevado hasta el pelotón de fusilamiento y solo en el último momento le comunicaron que su pena había sido indultada. Pasó sin embargo cinco años de trabajos forzados en Omsk, Siberia, años durante los cuales padeció repetidos ataques de epilepsia…

En su juventud  trabajó como delineante en el departamento de Ingeniería de San Petersburgo. Ignoramos si existe alguna relación, pero luego adquirió la costumbre de dibujar en las márgenes de algunos de sus manuscritos: ejercicios de caligrafía, rostros de sus personajes, construcciones góticas… esas páginas tienen cierto aire de Leonardo.



Dante  Rossetti

Beata Beatriz.
Dante Gabriel Rossetti (1828-1882) fue muy a su manera uno de los grandes precursores  del simbolismo  y de los poetas malditos que hacia finales del siglo XIX iban a cautivar a Europa con su brillo oscuro. Movido sin duda por el influjo del romanticismo, se interesó por historia el arte y la poesía del la Edad Media. Su homónimo poeta florentino, Dante Alighieri, ejerció sobre él una fascinación que duró hasta la muerte y  tuvo ribetes casi místicos. Su joven esposa, Elizabeth Siddal,  una de las emblemáticas modelos de los pintores prerrafaelitas, murió por consumo de láudano (aunque algunos atribuyen su muerte a una complicación respiratoria luego de posar durante horas en una tina de agua fría como Ofelia para un cuadro de Jhon Everett Millais). Rossetti vio en ella de inmediato a la mismísima Beatrice  Portinari del Dante. La enterró con todos sus poemas inéditos y se dedicó a seguir idealizándola en sus pinturas. Esa mujer de cabello rojo encendido tan frecuente en la obra de Rossetti es Elizabeth Siddal.


La pia de Tolomei
Rossetti fue uno de los fundadores de La Hermandad Prerrafaelita, un grupo de pintores, poetas y críticos cansados de los vicios y las repeticiones que tenían viviendo al arte ingles una suerte de nuevo manierismo, ese estilo posterior a Rafael a Miguel Ángel y en general a los grandes pintores del renacimiento, y que repetía las ‘maneras' de esos viejos maestros. Los prerrafaelitas intentaron rescatar el vigor del gran arte del renacimiento, pero no copiándolo sino buscando también inspiración en sus motivos. Encontraron también en Shakespeare y en el secular  ciclo bretón del Rey Arturo una fuente para su obra.

Rossetti  se consideraba más poeta que pintor, sin embargo creía que, a diferencia de lo que ocurría con la poesía, para su época  a la pintura le faltaba mucho por decir.  En los últimos años de su vida se dejó persuadir de sus amigos y mandó a exhumar los poemas que había enterrado con su esposa. Murió en 1882 adicto al hidrato de cloroformo y eclipsado por el ataque de la crítica a aquellos poemas.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Versiones del Apocalipsis (I)

Theodore Géricult y los náufragos de la Medusa: horror en alta mar.

'La balsa de la Medusa', por Theodore géricault (1819)


Corría septiembre de 1816 cuando la restaurada Francia de los Borbones y los periódicos de toda Europa se estremecieron  con una noticia perturbadora: luego de trece días a la deriva habían rescatado por fin  a los sobrevivientes del naufragio de la  Medusa,  una moderna fragata real de la marina francesa que un mes antes había encallado en un banco de arena entre las Islas Canarias y Cabo Verde,  a unos sesenta kilómetros de las ardientes costas de Mauritania.

Los rescatistas a bordo del bergantín L’Argus encontraron en alta mar, casi por casualidad, una balsa precaria fabricada con los restos de la fragata. Encima de ella una escena escalofriante: colgando de improvisadas perchas y cables se balanceaban los girones de carne y los pedazos de cuerpos humanos aun sangrantes al lado de los cuales esperaban ansiosos, con los rostros desencajados,  los quince sobrevivientes brutalmente tostados por el sol y reducidos a los huesos.


A la deriva…


Todo comenzó el  17 de junio cuando la Medusa partió a  tomar posesión  de San Luis de Senegal,  colonia de África Occidental que Inglaterra había restituido a Francia. A bordo estaban el gobernador francés de la colonia con su familia, sus altos funcionarios, un grupo de científicos y  un batallón completo de infantería de marina. Estaba además la tripulación estimada en unas 160 personas. Al mando de la embarcación, un tal Hugues Duroy de Chaumereys, que había estado a punto de perder la cabeza con Napoleón por mantenerse fiel a Luis XVIII, actitud en virtud de la cual había recibido de la corona la dignidad de Capitán. Pero se trataba de un marinero prácticamente retirado del oficio.

Duroy de Chaumereys,  arrogante y torpe, desestimó  las recomendaciones de sus oficiales y tratando de apurar el viaje desvió el curso de la embarcación por casi un centenar de kilómetros. Pronto llegó la catástrofe. Luego de que La Medusa colisionara con el banco de arena, la tripulación respondió al pánico y el capitán ordenó evacuar la nave. Previsiblemente, los seis botes de salvamento se ocuparon de inmediato con el capitán, el gobernador y su familia, la mayoría de científicos y los altos oficiales. Las  personas restantes debieron apiñarse en  la balsa de aproximadamente  quince por ocho metros, construida  sin mayor esmero con las tablas, los pedazos del mástil, las cuerdas y las velas del barco.

El capitán había prometido que los botes salvavidas remolcarían  la balsa hasta la costa, pero solo dos horas después, sin explicación, se soltaron cuerdas que los unían y los 147 desgraciados, entre ellos una mujer, sumidos en el desespero y provistos de solo una caja de galletas, que se acabó el primer día, y unos cuantos barriles de vino, iniciaron un recorrido por el infierno que terminaría con la muerte para casi todos.




¡El horror, el horror!

La primera noche murieron veinte, ignoramos cómo: los asesinaron, se suicidaron resignados a su suerte  o sencillamente se los llevó el mar, que inundaba los bordes de esa embarcación de pesadilla. En los días siguientes la carnicería fue atroz: decenas de hombres amotinados, ebrios de vino y miedo, intentaron destruir la balsa a lo cual los pocos oficiales armados que iban a bordo respondieron con un ataque que dejó 65 muertos y un número indeterminado de heridos a quienes en los siguientes días, cuando ya los acechaba la locura o la muerte, se los llevó el mar o simplemente murieron de hambre.

Cuando el vino escaseaba, relató Henri Savigny, médico sobreviviente, las raciones debieron completarse con agua salada y orina. Al cabo de cuatro días se reportaron los primeros casos de canibalismo.  Savigny declaró a la prensa que al principio esa alternativa le resultaba atroz, pero entre más pasó el tiempo comprendieron que era la única posibilidad para seguir viviendo.Los pedazos de cuerpo y carne humana colgados que aterrorizaron a los rescatistas eran las raciones puestas a secar al sol.

Luego de rescatados, cinco de los quince famélicos sobrevivientes  no pudieron evitar comer más de la cuenta, considerando su delicadísima situación, y murieron de indigestión.

La historia contada por Géricault

Theodore Géricault, artista emblemático del Romanticismo, quiso pintar a sus 27 años un cuadro que lo consagrara en el Salón Oficial de 1819 y le ganara el reconocimiento de sus contemporáneos. Su procedimiento fue similar al de un reportero del siglo XX: quería relatar en su pintura hechos de la vida real, lejanos a las ensoñaciones históricas grandilocuentes y edulcoradas del Neoclasicismo, muy a su manera empezaba a allanar el camino de Courbet y probablemete no quería parecerse a David. Se entrevistó con los sobrevivientes y rastreó la prensa. Se mudó a un enorme estudio cercano a un hospital donde le permitieron hacer estudios de los cadáveres y de los enfermos agonizantes. De una manera vehemente  dibujó cientos de  bocetos  y mandó a construir una maqueta  a escala de la balsa.

Sin embargo fue el tiempo el que se encargó de atribuirle el estatus que se merecían tanto Gericault como su pintura.  ‘Esena de un naufragio’, nombre con el que fue presentada la obra al Salón, no fue comprada por Luis XVIII como esperaba el joven pintor, y esa apuesta suya por un arte monumental y grandioso no fue plenamente comprendida por el público que prefirió ver su notable carga política.

El naufragio de la fragata la Medusa fue uno de los grandes escándalos de la época en Europa por que evidenciaba el desprecio y el olvido al que la clase dirigente y aristocrática sometía al pueblo. La prensa de oposición francesa se ensañó con un gobierno que muy a regañadientes destituyó a 200 oficiales de marina y a un ministro tratando de resarcir su imagen ante la opinión pública del continente entero.

Los Salones Oficiales eran eventos artísticos organizados en gran medida para favorecer el nombre de la Corona, por lo cual  resulta curioso que solo dos años después Gericault, en un gesto  a primera vista ingenuo  participara con aquella obra. Pero la decisión tal vez no fuera casual. Como el cobarde Capitán de la Medusa, recientemente el artista había  huido de una gran responsabilidad que la vida puso en su camino: el  romance clandestino con la esposa de su tio materna había dado como resultado un hijo que la familia entregó en adopción apresuradamente para evitar la deshorna, la madre fue enviada lejos.

Gericault asumió la creación de su obra maestra como una suerte de apostolado, como la purga de un hombre que había fracasado esencialmente en la vida. Trabajó durante casi dos años, sin descanso. Al finalizar intentó suicidarse y murió en 1824 como consecuencia de las graves heridas  que le produjo una caída mientras montaba a caballo.


Nuestra historia, una balsa de la Medusa
La balsa de la Medusa
De niño vi por primera vez una reproducción de la balsa de la Medusa en cierta enciclopedia y desde entonces sentí una enorme fascinación por la gran energía y la tensión contenidas en esa pintura abrumadora. Con el tiempo pensé que la historia de todos esos hombres desgraciados era similar a la historia de los pueblos latinoamericanos: dejados al garete por sus gobernantes y avocados a matarse entre sí para sobrevivir. Hace unos años intenté un collage de casi cuatro metros de ancho con cartones y viejos tablones usados anteriormente como techos y paredes para reproducir un mapa de Colombia que parecía transformarse el aquella balsa pintada por Géricault. El resultado no fue del todo deplorable, pero quedó lejos de parecerse a lo que  esperaba. Sin embargo, como ocurre con frecuencia, al final terminé sintiendo gran simpatía por  este, el primer boceto de la obra.