sábado, 22 de septiembre de 2012

Operación Pablo Escobar

Reseña conversada del último libro de Germán Castro Caicedo


operación pablo escobar


Una cantina y un par de cervezas...



Me senté a hablar con un amigo. Fuimos a beber cerveza en el Bar Colón, una de las cantinas más tradicionales de la ciudad. Coperas, viejitos melancólicos, canciones de Los Cuyos, bocas oscuras despachando tragos de aguardiente. En esas terminamos en un libro al que ambos llegamos por pura curiosidad histórica… Mentiras,  llegamos a él por ociosidad, por la telenovela que transmite en la noche un canal nacional. El libro es Operación Pablo Escobar de Germán Castro Caicedo. Recuerdo que en una ida a la Librería Nacional me dejé llevar por la corriente y compré el libro de Alonso Salazar, en el cual se basa la telenovela,  y compré  este…

-Yo honestamente no creo que Escobar sea un tema superado, por detestable que resulte. Se me ocurre incluso que su sombra sigue alargándose y que su proyecto de llegar al poder en efecto se hizo realidad casi una década después de su muerte… y creo que aún no hemos podido reconocer que de su barbarie fuimos cómplices todos en Medellín e incluso en el país,  por acción o por omisión.

Estaba sonando algo de Reinaldo Armas.

-Escobar es como una apoteosis del vivo.

- De acuerdo… y esa figura del vivo es de las cosas que más daño nos ha hecho culturalmente.

-Yo creo que en lugar de decir que la imagen de Escobar no nos representa, deberíamos restregárnosla en la cara, como hacen con los perros cuando se cagan en media sala- dice Miguel antes de beber un trago de cerveza –, les restriegan la mierda en el hocico…

-A mí me pareció muy bien la manera como en el libro la voz oficial de Hugo Aguilar va confirmando lo que todos sabemos: el Estado siempre ha hecho la guerra de la mano de paramilitares. Para luchar contra Escobar se aliaron con el Cartel de Cali, con los hermanos Castaño, con la familia de los Galeano

-¿Sabés qué me llamó mucho la atención? ¿Te acordás de la época de las masacres en las esquinas? Llegaban uno o dos carros llenos de tipos encapuchados, paraban en cualquier esquina y acribillaban al que cayera…

-Claro… con decirte que por esa época  soñaba con que yo mismo caía en una de esas. Pero en ese sueño  no me moría: recibía los balazos y caía al suelo… y pasaba el tiempo, pero nunca me moría…

- Ah, es que uno nunca se muere en los sueños…

- Eso dicen.

- Bueno, me impresionó la desfachatez con la que Aguilar reconoce que ‘en ocasiones esas fumigadas también las hacían ellos’, pero que no siempre, como si así la cosa fuera menos grave.

-Los Rojos.

Los Rojos eran una especie de sub unidad dentro del Bloque de Búsqueda. Cuarenta tipos vestidos de civil que llevaban a cabo operaciones secretas: iban por ahí ajusticiando sicarios. Una suerte de grupo Glanton en el cual Aguilar era como el juez Holden. Es célebre la anécdota de cuando estuvieron a punto de capturar a Escobar en el Éxito de Colombia. También estuvieron a la vanguardia en el operativo en el cual dieron de baja a Pinina.

-Uno a veces podría pensar que el recurso de Germán Castro de dejarle el relato casi por completo a Aguilar es un error, pero el tipo cuenta todo de una manera tan descarnada y reconoce tan fácil los errores que cometieron y la corrupción en todos los niveles que antes al final la pregunta es  cómo es que el tipo hablo tanto…

-Claro, y se comprenden  perfectamente también sus líos con la justicia ahora por vínculos con paramilitares.

-Pero  es que volviendo a ese punto, recordá lo que el man dice: incluso una institución tan de la entraña del sentir paisa como EPM era cercana a Escobar. Siempre se dice que la clase popular era la que había idealizado al tipo y lo ayudaba, pero sin la clase empresarial  y dirigente, el cartel de Medellín no hubiera logrado nada…

-Pues fíjate que con una sola llamada el man hizo nombrar a uno de los hermanos Prisco  en un cargo importante en el  Hospital San Vicente de Paul.

-Hombre, es que lo más duro de la historia es que aquí la legalidad y la ilegalidad son hermanos siameses. Comparten el mismo cuerpo.

-La industria de la construcción y la venta de arte en los ochenta se movió con plata del narcotráfico, casi exclusivamente

El libro tiene dos partes: el relato largo de Aguilar Naranjo, que está salpicado por uno o dos testimonios de Popeye, y un epílogo en el que la voz la tiene Escobar.  Castro Caicedo viajó varias veces a Medellín para encontrarse con el mafioso.

-El relato de la cacería de Escobar me pareció frenético, muy entretenido. Hasta me acordé de Tropa de Élite, la película brasileña.

-Sí, sí, sí. Tiene un aire muy parecido. Es que es una historia muy cinematográfica, toda llena de inflexiones y de historias más pequeñas y de personajes… Recordá, por ejemplo al Agente Cirirí. Qué momento y qué personaje tan especial: un infiltrado dentro del mismo Bloque de Búsqueda que les iba poniendo trampas a los Rojos…

-Y qué tal la historia de las quinceañeras contratadas para seducir agentes y luego echarles veneno en la comida…

-Pero el testimonio de Escobar también vale mucho la pena. Además porque lo que dice históricamente corresponde bien con la realidad… y hasta destapa cosas como la Guerra del Malboro, ese enfrentamiento entre contrabandistas de cigarrillo que se vivió en Medellín a principios de los años setenta.

-Incluso el man cuenta algo que me parece que continua ligeramente con la tradición narrativa del Realismo Mágico: a principios de los ochentas, en el pleno auge de la relación de Noriega con el Cartel, esas caravanas de mafiosos trotando y haciendo deporte por las calles principales de Ciudad de Panamá, seguidos por una corte de putas caras y guardaespaldas en carros último modelo  y  en motos.

-Eso es el Otoño del Patriarca, ome…

-No en vano por esas épocas García Márquez estuvo haciendo gestión para que el gobierno de Belisario negociara con Pablo…

- Yo en ese señor no creo, ese estaba haciendo gestión pero para el Nobel de Paz

sábado, 15 de septiembre de 2012

Cerveza y libros

Una visita a la Fiesta de Libro de Medellín





No soporté las ganas de ir a la Fiesta del libro. El año pasado  la evité, estoicamente, a pesar de uno o dos invitaciones de un viejo amigo a beber café y a hablar babas. Pero este año acudí, como un borrego. Por alguna razón que no alcanzo a descifrar, llevaba en mente comprar algún libro de Efe Gómez. Llegué al Jardín Botánico y empecé a internarme por los caminitos, abarrotados de gente en medio de los stands. Sin lugar a dudas, el gran acierto de esta feria es el sitio, un jardín con libros… otra evidencia de que si hay alguna ciudad a la que quiere parecerse Medellín, definitivamente no es Bogotá sino Barcelona.
 

Me acerqué primero al sitio de la editorial de la Pontificia Bolivariana. Recuerdo como si fuera ayer las ediciones que hicieron a mediados de los noventas de Fernando González y de Efe Gómez. Recuerdo muy especialmente el olor de esos libros cuando los leía mientras aguardaba a que empezara alguna clase en la universidad. Y tenía la esperanza de encontrar algo que no hubiera comprado entonces… no había nada. Renuncié a Efe. Lo otro sería buscar en una librería de usados, pero hace mucho no soporto la idea de comprar libros viejos. Algo similar me pasa con los libros de las bibliotecas: cada vez soy más consciente de que se trata de una ensoñación boba, pero  creo que un libro es un objeto íntimo. Su olor, su tacto, su voz… es casi como una pareja que no se quiere compartir, o por lo menos no con todo el mundo.


Algo de lo creo ser también consciente es que la industria del libro es por lo menos tan detestable como cualquier otra. No en vano Marshall Mc Luhan postuló al libro como el primer objeto por excelencia de la cultura de masas. Un objeto de consumo, producido en serie, como un par de zapatos. Y mientras avanzaba entre los stands, abarrotados de métodos para  todo,  de best sellers abominables como Cincuenta sombras de Gray, de ediciones de bolsillo de Dickens, de Tolstoy, de Nooteboom,  me preguntaba si ese mundo idealizado de los libros no se nos ha convertido en otra promesa falsa de felicidad y auto realización…


El caso es que, de ser así, yo soy uno de los compradores de esa promesa. Y quería comprar varias. Así que en primer lugar me hice al Libro de las Matemáticas de Cliffor A. Pickover. Siempre he deseado volver a las matemáticas. Uno de mis proyectos es retomar con juicio el Álgebra de Baldor; lección por lección, ejercicio por ejercicio…Luego me encontré con el Larousse de los Vinos en un precio casi absurdo; al parecer los tipos estaban rematando para devolverse a Bogotá muy livianos… En la Librería Nacional encontré la Historia de la Belleza de Eco. No dudé una fracción de segundo en llevármela. ‘Es el libro más acechado hoy’, me dijo la vendedora, ‘pero nadie se lo ha querido llevar’. Un poco más allá, también en una librería bogotana, encontré la Historia de la fealdad… mitad de precio… Siempre he pensado que uno no se puede precipitar con los libros, por que luego se entera de que pasan estas cosas... De hecho hace menos de un mes compré Se desataron todos los infiernos, de Max Hastings y aquí lo vi en la mitad del precio también…


Estaba pagando Civilización, Occidente y el resto cuando apareció Camilo, un viejo compadre… Nos fuimos a beber cerveza.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Detectives, mafiosos, terroristas...

No habrá paz para los malvados


Otra de cine negro, el western de nuestros tiempos
El director de No habrá paz para los malvados, Enrique Urbizu, es toda una personalidad en España. Se le atribuye el mérito de haberle dado cierto vuelo al panorama del cine negro español, del cual en efecto el mundo no tiene mayor noticia más allá de Santiago Segura. Dos de sus anteriores películas, que por cierto no he tenido el gusto de ver, gozan de gran prestigio: La muerte mancha y La caja 507. Recuerdo eso sí su participación como guionista en La novena puerta, de Roman Polanski, película infortunada, adaptación de una novela considerablemente entretenida de Arturo Pérez Reverte llamada El Club Dumas.

En No habrá paz para los malvados Urbizu nos muestra la realidad sórdida e intrincada detrás de los grandes atentados terroristas perpetrados por grupos extremistas. Lo hace de la mano de Santos Trinidad, un detective azaroso interpretado por José Coronado. Una noche Trinidad entra a un prostíbulo y luego de beber un ron con Coca-Cola mata a balazos a tres colombianos implicados al parecer en tráfico de drogas. De la masacre queda un testigo al cual el detective deberá encontrar; para lograrlo se  sumerge en los bajos mundos de las mafias colombianas y marroquíes que enturbian las calles de Madrid.

La película de Urbizu fue recibida con entusiasmo por la crítica e incluso ganó  varios Premios Goya en 2011, entre ellos a mejor director y a mejor película. Y aunque creo que el entusiasmo es desmesurado, hay que aceptar que nos encontramos ante una película meritoria que logra, cosa que no es tan común últimamente, mantener el nivel de tensión hasta el último minuto sin hacerle concesiones al espectador.

Santos Trinidad va por el mundo atendiendo a su ley, como un renegado, lo cual le da al film cierto aire de western también… Nunca el director condesciende mostrárnoslo simpático o ligeramente amable. De hecho ese es casi uno de los defectos del film: no hay gran profundidad en los personajes, que se sienten más bien vacios, cada uno desempeñando su papel en ese complejo ajedrez… eso sí, hay que reconocer que Coronado hace un trabajo soberbio interpretando a Trinidad. De hecho la sola presencia del personaje en la pantalla, sin decir nada causa cierta repulsión, cierto miedo.

A favor del director habría que decir que esa superficialidad de los personajes es una marca de género presente sobre todo en cierta novela negra, donde solemos encontrarnos con arquetipos, con seres de muy pocas dimensiones…

La Sirga


La Sirga



La ópera prima de William Vega, uno de los relatos más sólidos del cine colombiano en los últimos años
La primera gran expectativa que despertó La Sirga fue su estreno en Internet. El asunto se oía extravagante y contraproducente considerando la tradicional baja taquilla de las películas colombianas. En alguna entrevista el director, William Vega, adujo que de esa forma garantizaban que el film llegara también a regiones donde resulta difícil hacer proyecciones, pueblos y ciudades pequeñas. A mi se me ocurre que se trataba en realidad de una estrategia de marketing para llamar la atención… El caso es que llegó el día de la premier y cientos de solitarios espectadores aguardamos durante más de media hora el inicio. Y nada. La página oficial de la película colapsó, como era de esperarse. Por suerte aparecieron otras alternativas y más de cuarenta minutos después de lo anunciado se dejaron ver las primeras imágenes. Marchaban de una manera tortuosa debido sin duda a la cantidad de espectadores… Nada què hacer... Apagué el pc y decidí ir al día siguiente al estreno en salas…

En efecto desde el primer plano comprobé que del estreno on line no era más que una anécdota, un capricho infortunado: La Sirga es una película para ver en cine. Desde el primer instante la película ejerce sobre el espectador una suerte de hechizo basado en unas imágenes poderosas por su sencillez pero calculadas como una pintura de verdes profundos, ocres, azules y siena tostada, imágenes que plano a plano exploran además las texturas: la madera, las telas, ciertos metales… Y esas imágenes nos van llevando en silencio por una historia elusiva y sutil que tiene como telón de fondo el conflicto colombiano (pero podría ser cualquier otro conflicto): Alicia huye de su pueblo, que fue destruido y reducido a cenizas, no sabemos por quién, tampoco sabemos la razón. La joven cruza el páramo hasta llegar exhausta a La Sirga, el hostal de su tío, una casita precaria de madera, levantada a orillas de laguna de la Cocha, un lugar helado y hermoso que parece no tener límites…

Algunas personas le han atribuido al film el carácter de ‘poema visual’. Yo por mi parte pienso que es más bien un ensayo filosófico o una alegoría similar al Caballo de Turín de Bela Tarr (obra con la que por cierto comparte el alto nivel de excelencia visual). En la Sirga abundan los símbolos, pero no de manera farragosa e impostada: la vida de Alicia y de su tío, la pesca, la inmensa soledad de la laguna, la tranquilidad siempre alterada por la inminencia de una tragedia, el silencio, la espera… todo respira de manera natural y fluida  creando una atmósfera que recuerda mucho al mundo de Samuel Becket.

Creo que La Sirga es un nuevo hito del cine colombiano, como lo fue Los viajes del viento, y como lo fue mucho tiempo antes Confesión a Laura. Una película que conjuga lo que no es frecuente en nuestro cine: madurez técnica y narrativa. Eso sin mencionar el gran trabajo de la banda sonora.