miércoles, 17 de octubre de 2012

The Walking Dead

Después del Apocalipsis zombi alguien seguirá cortando el césped





El hombre se llama Rick Grimmes, lleva terciada una escopeta y va montado sobre su caballo. Va en busca de su mujer y su hijo, indefensos y extraviados en algún lugar incierto. Delante de él se extiende vacía la amplia  autopista que conduce hacia la ciudad. A lo lejos, los oscuros rascacielos se levantan como sombras. Al otro lado, apeñuscados en el carril de salida, abandonados e inmóviles,  centenares de carros  devorados por el polvo. Aquí y allá los cuervos picotean impasibles los restos de algún cadáver decrépito y reseco. En ocasiones el cadáver se levanta y trata de alcanzar a Rick, quien no comprende adónde diablos fue a parar el mundo… 

La secuencia es uno de los momentos iniciales de The Walking Dead, una de las novelas gráficas más populares de los últimos años, que cuenta la historia de un mundo post apocalíptico infestado de zombis por una razón que nunca nos será plenamente revelada . Se trata de un relato feroz en el cual abundan las yugulares sangrantes, las vísceras y los sesos desparramados  creado en 2003 por Robert Kirkman, a cargo de los guiones, y Tony Moore, como dibujante. La obra, publicada por Image Comics, fue premiada en 2010 en el Comic-Con Internacional de San Diego y el 31 de octubre de del mismo año el canal AMC, conocido por éxitos de audiencia ya casi legendarios como Mad Men y Breaking Bad, estrenó su adaptación a la televisión a cargo de Frank Darabort, guionista de Pesadilla en ELM Street en lo que constituyó un nuevo éxito puesto que The Walking Dead se convirtió de inmediato en una nueva serie de culto.

La historia  de The Walking Dead la conocemos de memoria, aunque no siempre nos la han contado con muertos vivientes: Rick Grimmes es un hombre joven de algo más de treinta años, trabajador, respetuoso de las leyes, padre de familia y esposo ejemplar, valiente y  buen amigo. Podríamos arriesgarnos incluso  a decir que su visión del mundo, al principio, es la de un  demócrata… Podríamos estar hablando del protagonista de la familia Ingalls (Little house in the praierie), de  Daniel Boone o incluso de Pedro Picapiedra. Rick es policía y en el cumplimiento de su deber recibe un disparo que lo deja en coma al borde de la muerte y recluido en un hospital. Un día el hombre despierta y descubre que el mundo tal y como él lo conocía ha desaparecido. Y en ese mundo debe arreglárselas para cuidar a su familia.

Ante todo a la serie hay que reconocerle que en su primera temporada, y muy especialmente en sus dos primeros capítulos, alcanzó un tono desolado y sobrio digno de La carretera o de El Poder y la Gloria (en el cómic esa sobriedad está muy bien acentuada por los dibujos a blanco y negro, que además constituyen una salida muy a la manera de Hitchcock a los frecuentes borbotones de sangre). Rick es un hombre común asediado por un mundo radical y absurdo, pero lo que en McCarthy eran hordas de salvajes  caníbales y violadores y en  Graham Greene crueles policías mexicanos de piel cetrina, en The Walking Dead son caminantes: cadáveres que han vuelto a la vida y que fuerzan a los sobrevivientes a convivir al límite, a enfrentarse unos a otros y a revelar de esa forma que en un ser humano el lado más espeluznante y brutal definitivamente se revela cuando esta en vida.






En este punto viene bien recordar que, como todo buen relato americano, y no obstante las tripas desparramadas, The Walking Dead tiene una profunda vocación didáctica y moralizante y en cada capítulo podemos encontrar una revoltura de los temas que más obsesionan hoy en día a esa sociedad, y casi podríamos decir a todo Occidente. La serie esta llena de acción  (para aquellos a los que gusta la acción) con abundantes elementos gore (para el público gore, que al parecer es enorme), y funciona, moderadamente, como relato de terror… Pero en realidad pretende mostrarle a Norte América sus propias miserias, en un tono más rimbombante de lo que uno esperaría de un relato de muertos vivientes en el que por alguna razón, a pesar de que van ya meses del apocalipsis, en todas partes el césped siempre está bien cortado. 

En De Caligari a Hitler, una historia psicológica del cine Alemán, Sigfried Kracauer  anotó que la proliferación de tiranos y seres monstruosos y contrahechos del cine alemán en los años veinte y treinta era la proyección de una nación que se sentía manipulada y desvalida luego del abusivo Tratado de Versalles y veía en esas figuras, con esperanza y temor, a alguien que manejara su destino. Los zombis han terminado también por admitir una variedad de lecturas desde que en 1968 George A. Romero estrenó La noche de los muertos vivientes. En principio muchos se apresuraron a decir que aquellos muertos que regresaban de sus tumbas eran los soldados caídos en la guerra de Vietnam dispuestos a atormentar a una sociedad opulenta (y considerablemente republicana). Otros, aún más imaginativos que Romero, adujeron que los zombis eran la representación de los peligros del comunismo, que acechaban más que nunca a Norte América por aquellos días… Romero ha repetido en innumerables entrevistas que todas esas interpretaciones no corresponden a su intención, que no estaba más allá de hacer una película de terror entretenida, pero lo cierto es que desde entonces los zombis han adquirido una gran carga conceptual que los convierte en símbolo por excelencia de la alienación (lo cual es evidente en El diario de los muertos donde Romero mismo reflexiona sobre los desmanes de las empresas informativas).

En la primera temporada de The Walking Dead, por ejemplo, una de las reflexiones más serias va entorno del verdadero papel de las mujeres en un mundo lleno de zombis y de machos alfa… Ninguno, parecen concluir los autores en un principio. Básicamente cocinar y lavar la ropa sucia, aunque lentamente Andrea, uno de los personajes femeninos comienza a alzar la voz y a verse tan fuerte como Rick o Shane, otro de los protagonistas. Nada más políticamente correcto podía esperarse del país y la era de Hillary Clinton, Sarah Palin y Condoleezza Rice

También  nos encontramos en con una forzada alusión a la gran problemática de los inmigrantes. De hecho los caminantes (walkers) son esos cadáveres que regresan y ahora amenazan el tradicional y sólido modelo de vida de la familia americana. Son inmigrantes, vienen del reino de los muertos, pero son inmigrantes  que con su presencia arruinaron los valores y las costumbres de quienes quedan vivos. Eso sí, entre el grupo de los vivos también encontramos a un coreano y aun afroamericano para mantener por supuesto el tono incluyente y abierto.

Pero como es típico en las historias de zombis, aquí  nos enfrentamos a una de las más reconocibles obsesiones norteamericanas: las armas. Es como si la serie fuera patrocinada por la Sociedad del Rifle. Todo el mundo quiere tener una pistola. Y todos quieren aprender a disparar, lo cual es comprensible en semejante mundo. Cualquiera de nosotros quisiera aprender. Pero cuando a Carl, el pequeño hijo de Rick de tan solo once años de edad empieza a llevar una 9  milímetros en la pretina uno recuerda aquella canción de Aaron Lewis tan descriptiva del sentir americano: I love my country, i love my guns.

sábado, 6 de octubre de 2012

El Salar de Uyuni (I)

Páginas de un diario de viajes


uyuni
Vista de Laguna Verde, Uyuni- Bolivia.



Primera parte de un viaje a un lugar fascinante.


Llegué a Uyuni luego de un viaje alucinante de seis horas por una carretera escarpada y polvorienta bordeada  de montañas de  colores.  Atrás quedaban las noches de fiebre y carnaval en Oruro. Atrás quedaba Potosí con sus minas como fauces, sus pórticos coloniales y sus calles heladas. Atrás quedaban también Paula  y su refinado acento inglés: you ,tricky colombian guy, me dijo antes de despedirnos, are you trying to scape from me? Su mirada era de un azul intenso. Había dejado todo, su trabajo y su vida en Londres, para irse a dar la vuela al mundo. Y había empezado por Sudamérica; ya llevaba varios meses por estos pagos. La conocí en La Paz, camino a Chatalcaya, a unos cinco mil metros sobre el nivel del mar: you are from Colombia, your balls must be freezing. Queríamos continuar el viaje juntos, aunque solo fuera por unos días más… Pero creo que ninguno se atrevió a proponerle al otro que desviara su camino. O tal vez sabíamos que entre más pasara el tiempo más difícil sería despedirnos… en fin. En esos viajes el único compañero en realidad es el camino..

Uyuni es un pueblo diminuto y modesto dominado por la enorme estación del tren y asediado por turistas de todas partes del mundo. Bares, restaurantes, hostales… Pero sobretodo agencias de viajes, ese es el panorama en Uyuni. Yo llegué a las cinco de la tarde cuando ya casi no quedaba dónde alojarse. Bolivia es un  paraíso turístico subvalorado, eso hay que decir muy enfáticamente en su favor; pero en su contra hay que mencionar el mal servicio: en un restaurante fácil te atiende un niño mocoso y lleno de costras en la cabeza, nadie sonríe. Esa tarde en los hostales era frecuente ver letreros que rezaban más o menos esto: No hay habitaciones, no moleste. Daban ganas de entrar y darle un coscorrón al administrador.

Luego de recorrer palmo a palmo el pueblo encontré alojamiento en un hotelito que parecía una cárcel y me fui a buscar una agencia para comprar mi tour por el salar. ¿Usted es colombiano? Sí ¿Y hacia dónde se dirige? Después de cruzar el salar voy para Chile ¿Y no llevará algo en su equipaje? Usted me entiende, los colombianos…Malparidos. Fui a buscar otra agencia. Hasta donde recuerdo, los Bolivianos son lo más parecido a un colombiano en el continente: si uno se descuida lo dejan desnudo. Ya en la frontera con el Perú me había pasado algo similar: cuando escucharon que era colombiano me condujeron por un corredor largo y oscuro al cabo del cual había una oficina diminuta llena de folders. Sentado ante un escritorio un hombre robusto y bajito: si quiere llegar a Bolivia me tiene que dar veinte dólares, es un impuesto… obviamente le armé un escándalo y no pagué nada. Malparidos.

Luego de comprar mi tour, me fui a comer. Me esperaban tres días de viaje por el desierto de sal más grande del planeta. Entré a un restaurante italiano. Pedí risotto. Mientras aguardaba entraron don mujeres. No les presté mayor atención, pero pronto oí a una de ellas decir: ¡amigo cubano!!! Eran Ruth y Carmen, dos argentinas que había conocido en las minas de Potosí. A ellas les pareció que mi sombrero y mi arsenal de manillas me daban un aire muy cubano, y así me llamaron siempre: amigo cubano. Luego de comer bebimos una cerveza y hablamos mierda durante un rato ¿Y cuando salís para el salar, amigo? Nos cogió la media noche ahí sentados…