sábado, 6 de octubre de 2012

El Salar de Uyuni (I)

Páginas de un diario de viajes


uyuni
Vista de Laguna Verde, Uyuni- Bolivia.



Primera parte de un viaje a un lugar fascinante.


Llegué a Uyuni luego de un viaje alucinante de seis horas por una carretera escarpada y polvorienta bordeada  de montañas de  colores.  Atrás quedaban las noches de fiebre y carnaval en Oruro. Atrás quedaba Potosí con sus minas como fauces, sus pórticos coloniales y sus calles heladas. Atrás quedaban también Paula  y su refinado acento inglés: you ,tricky colombian guy, me dijo antes de despedirnos, are you trying to scape from me? Su mirada era de un azul intenso. Había dejado todo, su trabajo y su vida en Londres, para irse a dar la vuela al mundo. Y había empezado por Sudamérica; ya llevaba varios meses por estos pagos. La conocí en La Paz, camino a Chatalcaya, a unos cinco mil metros sobre el nivel del mar: you are from Colombia, your balls must be freezing. Queríamos continuar el viaje juntos, aunque solo fuera por unos días más… Pero creo que ninguno se atrevió a proponerle al otro que desviara su camino. O tal vez sabíamos que entre más pasara el tiempo más difícil sería despedirnos… en fin. En esos viajes el único compañero en realidad es el camino..

Uyuni es un pueblo diminuto y modesto dominado por la enorme estación del tren y asediado por turistas de todas partes del mundo. Bares, restaurantes, hostales… Pero sobretodo agencias de viajes, ese es el panorama en Uyuni. Yo llegué a las cinco de la tarde cuando ya casi no quedaba dónde alojarse. Bolivia es un  paraíso turístico subvalorado, eso hay que decir muy enfáticamente en su favor; pero en su contra hay que mencionar el mal servicio: en un restaurante fácil te atiende un niño mocoso y lleno de costras en la cabeza, nadie sonríe. Esa tarde en los hostales era frecuente ver letreros que rezaban más o menos esto: No hay habitaciones, no moleste. Daban ganas de entrar y darle un coscorrón al administrador.

Luego de recorrer palmo a palmo el pueblo encontré alojamiento en un hotelito que parecía una cárcel y me fui a buscar una agencia para comprar mi tour por el salar. ¿Usted es colombiano? Sí ¿Y hacia dónde se dirige? Después de cruzar el salar voy para Chile ¿Y no llevará algo en su equipaje? Usted me entiende, los colombianos…Malparidos. Fui a buscar otra agencia. Hasta donde recuerdo, los Bolivianos son lo más parecido a un colombiano en el continente: si uno se descuida lo dejan desnudo. Ya en la frontera con el Perú me había pasado algo similar: cuando escucharon que era colombiano me condujeron por un corredor largo y oscuro al cabo del cual había una oficina diminuta llena de folders. Sentado ante un escritorio un hombre robusto y bajito: si quiere llegar a Bolivia me tiene que dar veinte dólares, es un impuesto… obviamente le armé un escándalo y no pagué nada. Malparidos.

Luego de comprar mi tour, me fui a comer. Me esperaban tres días de viaje por el desierto de sal más grande del planeta. Entré a un restaurante italiano. Pedí risotto. Mientras aguardaba entraron don mujeres. No les presté mayor atención, pero pronto oí a una de ellas decir: ¡amigo cubano!!! Eran Ruth y Carmen, dos argentinas que había conocido en las minas de Potosí. A ellas les pareció que mi sombrero y mi arsenal de manillas me daban un aire muy cubano, y así me llamaron siempre: amigo cubano. Luego de comer bebimos una cerveza y hablamos mierda durante un rato ¿Y cuando salís para el salar, amigo? Nos cogió la media noche ahí sentados…



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