miércoles, 13 de julio de 2011

Los orígenes del grabado

Los orígenes del grabado, como ocurre con buena parte de las técnicas del Arte, se nos pierden inevitablemente en las profundas oscuridades de la prehistoria y logran incluso confundirse de una manera curiosa con el paciente y casi secreto oficio de la naturaleza. Ya en nuestras manos, en los trazos que las recorren, nos enfrentamos a una forma de grabado; lo mismo ocurre con las líneas que el tiempo insiste en imprimir en nuestros rostros. Grabar significa señalar una superficie, abrirla mediante una incisión, labrarla como una corriente de agua termina por marcar su trayecto sobre la roca o como el aire ardiente del desierto traza una y otra vez el sinuoso diseño de las dunas, que parecen ondular sobre la arena. Nuestro paso por la tierra también está documentado de una manera similar por los elementos. Hace alrededor de siete millones de años nuestros lejanos antepasados, expulsados de la confortable fragancia de los bosques por el rigor casi bíblico del clima seco, se aventuraron a la sabana y allí se irguieron y comenzaron por fin a caminar sobre sus pies, a grabar sus huellas sobre la tierra. Ahora sabemos que ese fue uno de los momentos primordiales en la evolución de la especie humana y lo sabemos en buena medida por un grabado, uno de los más valiosos y raros que alguna vez se hayan ejecutado. Durante el alba de un día incierto de hace unos tres millones y medio de años, una familia de australopitecos pasó por las faldas de un volcán cuyas cenizas aún frescas reposaban en el suelo, mojadas por la lluvia nocturna. Caminaron lentamente, sin afanes. Hoy, dentro de las huellas del padre se ven unas más pequeñas: al parecer el niño, dando zancadas, jugaba a seguir sus pasos. La madre iba detrás, tal vez divertida contemplando la escena. A sus espaldas se veían como un dibujo, como el esbozo del camino de toda una especie, las huellas grabadas sobre la ceniza fresca que luego el sol inclemente del país que hoy llamamos Tanzania secó hasta dejarla tan dura como el concreto. La obra quedó entonces concluida. Otro poco de ceniza volcánica y millones de años de polvo y tierra terminaron por sepultar esa evidencia que hace solo unas décadas emergió debido a las obstinadas excavaciones de los paleo antropólogos, para dejarnos leer otro fragmento de nuestra historia y para vincular definitivamente nuestros orígenes con los orígenes del grabado.

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