miércoles, 26 de diciembre de 2012

Lecturas de vacaciones (III)

La Soledad del Lector, David Markson

Eduard Hopper, Rooms by the Sea (Detalle)


Reseña de una lectura de vacaciones.











Hay libros que acechan  al lector hasta que se imponen. Aparecen  algún día en una conversación,  de manera  casual e imprecisa, y luego regresan, agazapados en un  pie de página o mirándonos  ansiosos desde  su estante en la librería. Y entonces ya no queda más remedio que atender a ese llamado. Algo Así me ocurrió con La Soledad del Lector de David Markson,  libro que se ha convertido en una suerte de furor en algunos círculos de lectores en América Latina y España. Aunque moderadamente, eso sí. A mí por lo menos me tocó mandarlo traer desde Bogotá, porque en las librerías de Medellín nadie había oído hablar de él.

Publicado originalmente en 1996 con el nombre de Readers Block (título que en lo personal considero más significativo que el de la traducción), la novela de Markson apareció en el 2012 en el panorama de los lectores hispanos gracias a la edición de  La Bestia Equilátera. Y al parecer, por lo que he leído, hace parte de una trilogía. Mi entusiasmo inicial estuvo fundamentado en que pensé que se trataba de un libro de ensayos: entre más pasa el tiempo más razones se me ocurren  en contra de las novelas. En fin, achaques. El caso es que solo dos días después de haber hecho el  pedido llegó a mi puerta un sobre con el volumen; algo más de doscientas cincuenta páginas.

Una costumbre de lector romántico y estúpido que conservo  tal vez desde la infancia es la de oler minuciosamente los libros una vez caen en mis manos. Con los ojos cerrados, para añadir un detalle aun más patético. Luego doy un repaso a las páginas para darme una idea de a qué tipo de  ladrillo me enfrento. La Soledad del Lector olía bien, una mezcla de pulpa, pegamento y tinta. Típico. Pero  ante todo lucía extraño. De principio a fin párrafos muy breves, incluso líneas, bien separados unos de otros. Nada de capítulos ni apartados. La novela lucía más bien como un libro de aforismos. Empecé a leer.

                                                                             

"El cadáver de Laurence Sterne fue vendido a una escuela de medicina por unos profanadores de tumbas. Casi lo habían diseccionado por completo cuando por casualidad alguien lo reconoció." David Markson.
                                                                              


Ante todo, y como  señala una cita de David Foster Wallace en la contraportada, La Soledad del Lector es un relato experimental (el punto más alto en la ficción norteamericana, continua diciendo Foster Wallace). No hay en ella nada de lo que uno habitualmente espera encontrar en una novela. No hay diálogos, no hay hilo narrativo… casi podríamos decir que no hay personajes a excepción de dos entes abstractos llamados el Lector y el Protagonista de quienes no tenemos descripciones  sino más bien hipótesis o preguntas: ¿Y por qué el lector siempre visualiza el atardecer? (p. 147) ¿al menos el Lector tomó una decisión acerca de darle al protagonista algún tipo de pasado? (p. 192) Pero en realidad ninguno de los dos tiene cuerpo  ni carácter. Y sin duda no fue intención del autor que lo tuviera.  Ellos están allí, tal vez, para hacernos dudar en algún momento de quién es el verdadero creador a la hora de leer una ficción y para dejarnos la pregunta de  dónde viven  quienes habitan esas ficciones. O tal vez no sirven para nada. Porque por momentos uno parece olvidarse de ellos, hipnotizado por la marea de datos curiosos, absurdos y muy probablemente inoficiosos sobre todo tipo de artistas y escritores y personajes históricos, es como estar leyendo la Enciclopedia de Datos Inútiles de Homero Alsina Thebernet

                                                                             
"Cuando Daumier tenía sesenta años, era indigente y estaba completamente ciego, Corot compró la casa que Daumier alquilaba y se la regaló." David Markson.
                                                                              

Markson nos habla de suicidios: Jack London se suicidó… Y unas páginas más adelante: John Rigo se suicidó. Y luego: George Eastman se suicidó. Nos habla de vidas miserables, de la gonorrea padecida por este o del alcoholismo de aquel. Nos hace un censo minucioso  y espaciado de antisemitas: Séneca era antisemita. Tácito era antisemita. Chesterton era antisemita… Recuerda fragmentos breves de obras célebres, etc., etc… Y todo lo hace con ese estilo raro y repetitivo de párrafos brevísimos que dan la impresión de estar leyendo un timeline de Twitter. Y mucho más aun: dan la impresión de estar repitiendo un mantra.

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