miércoles, 13 de febrero de 2013

Django Unchained

Tarantino dispara de nuevo


Django Unchained


La película


La historia  tiene lugar dos años antes del inicio de la guerra civil en Estados Unidos. Una guerra cuyo núcleo fue la lucha por el fin de la esclavitud en un país que  paradójicamente inspiró sueños de libertad como el de la Revolución Francesa, pero mantuvo una actitud ambigua e incluso mezquina con la población negra hasta entrado el siglo XX. Django es un hombre negro, libre, que quiere encontrar y liberar a su esposa. Para ello cuenta con la ayuda de King Shultz, un alemán al cual la esclavitud le resulta extraña, una especie de ángel de la guarda de Django que no comprende ni acepta la realidad que viven los negros.

Tal vez el reclamo parezca absurdo, pero creo que presentar a un europeo como estandarte del discurso anti esclavista es por lo menos extraño: Europa desangró África con especial salvajismo en la segunda mitad del siglo XIX. Y Alemania en particular fue responsable del genocidio herero y namaca, acontecimiento que en rigor fue la semilla de brutalidad del régimen Nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

Tarantino


Entre todos los cineastas relevantes de esta época, Tarantino es probablemente el más superficial y plano. Muchos se empeñan en esgrimirlo como una de las más puras encarnaciones  de la postmodernidad en el arte. Ignoro qué significa eso, y creo que nunca voy a tratar de entenderlo, pero creo que a Vargas Llosa  no le falta razón cuando plañideramente repite una y otra vez que en el mundo en que vivimos hoy preferimos la pirueta, el destello y el ingenio antes que la inteligencia reposada y la sabiduría. Y justamente en eso se fundamenta el encanto de Quentin Tarantino, por eso es un producto perfecto de esta sociedad nuestra de candilejas; postmoderna o no.


Los diálogos


Ahora, debo admitir que soy un fan decidido de esas películas estrambóticas y profundamente infantiles. Adoro ante todo los diálogos:  Vincent Vega y Jules Winnfield intercambiando ideas sobre los masajes de pies;  el Sr Rosa y el Sr Rubio disertando acerca de las propinas; Hans Landa agradeciendo un vaso de leche… en fin. Hipnotizantes. Esos diálogos resultan demasiado reales, tal vez por eso sorprende que alguien los ponga en una pantalla de cine. Pero son pirotecnia, como también lo son los chorros de sangre y los sesos desparramados y los brazos cortados. Detrás de todo ese artificio no hay nada. Nada. Ni postmodernidad, ni estética, ni nada. Solo piruetas.



 Quentin Tarantino

Christoph Wals y Leonardo Di Caprio


Este actor austriaco es tal vez lo mejor que le ha pasado a la filmografía de Tarantino en mucho tiempo. En Inglorious Basterds cada aparición suya es una delicia. La morosidad y el desparpajo para pronunciar sus diálogos; su presencia tan extraña: un hombre pequeño encarnando semejante monstro. En esta oportunidad también se convierte en la columna vertebral de la película; su personaje, el Doctor King Shultz, un casa recompensas sin muchos escrúpulos es demasiado fino  para el mundo en el que vive; y ese contraste termina por darle un sabor especial a la película.

También es un gusto ver a Di Caprio, otro de esos galanes de cuyo talento como actor no queda duda: Calvin Candie, delicado hasta rayar en el afeminamiento, es impredecible, encantador y brutal.

De Jamie Foxx es mejor no hablar: el tipo lo ha hecho bien en otras oportunidades, pero aquí, muy probablemente con el patrocinio del director, parece más un pandillero que otra cosa.

El Western


Cuando luego del estreno de Kill Bill Vo 2 se supo que el siguiente proyecto de Tarantino sería un western, recuerdo que me desvelé alguna noche, unos cuantos minutos, deseando que al loquito le diera por adaptar Meridiano de  Sangre, que como ya todo el mundo sabe, es uno de esos proyectos errantes en Hollywood. Pero creo que esa misma noche caí en la cuenta de que la novela de Cormac McCarty camina por territorios demasiado oscuros y profundos; en ella los personajes tienen muchas dimensiones. Definitivamente necesita otro director.


Un tiempo después se supo que el creador de Pulp Fiction exploraría la historia de uno de los personajes más emblemáticos del cine de vaqueros, muy en particular del spaguetti western: Tarantino iba a filmar una nueva versión de Django, pistolero interpretado antes por Franco Nero, entre muchos otros, e incluido en películas de Sergio Leone y Takashi Miike. Eso, por supuesto, tenía mucho más sentido que mi deliquio con el Juez Holden.

Resulta comprensible que Tarantino optara por un personaje y por una historia emblemática del western. En primer lugar, nunca ha filmado algo que no responda a la maquinaria de ese género: desde Resevoir Dogs hasta Kill Bill pasando por Jackie Brawn, el capítulo de  CSI y etcétera, etcétera. Y en segundo lugar porque las películas de vaqueros pertenecen al género que más se ha construido a partir de estereotipos, su esencia está en cumplir con ellos, en respetarlos. Quien filma un western cuenta un poco con el respaldo de todo el género. Un punto más a favor de Quentin.
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