Tarantino dispara de nuevo
La película
La historia tiene
lugar dos años antes del inicio de la guerra civil en Estados Unidos. Una
guerra cuyo núcleo fue la lucha por el fin de la esclavitud en un país que paradójicamente inspiró sueños de libertad como el de la Revolución
Francesa, pero mantuvo una actitud ambigua e incluso mezquina con la población
negra hasta entrado el siglo XX. Django es un hombre negro, libre, que quiere
encontrar y liberar a su esposa. Para ello cuenta con la ayuda de King Shultz,
un alemán al cual la esclavitud le resulta extraña, una especie de ángel de la
guarda de Django que no comprende ni acepta la realidad que viven los negros.
Tal vez el reclamo parezca absurdo, pero creo que presentar
a un europeo como estandarte del discurso anti esclavista es por lo menos
extraño: Europa desangró África con especial salvajismo en la segunda mitad del
siglo XIX. Y Alemania en particular fue responsable del genocidio herero y
namaca, acontecimiento que en rigor fue la semilla de brutalidad del régimen
Nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
Tarantino
Entre todos los cineastas relevantes de esta época,
Tarantino es probablemente el más superficial y plano. Muchos se empeñan en
esgrimirlo como una de las más puras encarnaciones de la postmodernidad en el arte. Ignoro qué
significa eso, y creo que nunca voy a tratar de entenderlo, pero creo que a
Vargas Llosa no le falta razón cuando
plañideramente repite una y otra vez que en el mundo en que vivimos hoy
preferimos la pirueta, el destello y el ingenio antes que la inteligencia
reposada y la sabiduría. Y justamente en eso se fundamenta el encanto de
Quentin Tarantino, por eso es un producto perfecto de esta sociedad nuestra de
candilejas; postmoderna o no.
Los diálogos
Ahora, debo admitir que soy un fan decidido de esas
películas estrambóticas y profundamente infantiles. Adoro ante todo los
diálogos: Vincent Vega y Jules Winnfield
intercambiando ideas sobre los masajes de pies; el Sr Rosa y el Sr Rubio disertando acerca de
las propinas; Hans Landa agradeciendo un vaso de leche… en fin. Hipnotizantes.
Esos diálogos resultan demasiado reales, tal vez por eso sorprende que alguien
los ponga en una pantalla de cine. Pero son pirotecnia, como también lo son los
chorros de sangre y los sesos desparramados y los brazos cortados. Detrás de
todo ese artificio no hay nada. Nada. Ni postmodernidad, ni estética, ni nada. Solo
piruetas.
Christoph Wals y Leonardo Di Caprio
Este actor austriaco es tal vez lo mejor que le ha pasado a la filmografía de Tarantino en mucho tiempo. En Inglorious Basterds cada aparición suya es una delicia. La morosidad y el desparpajo para pronunciar sus diálogos; su presencia tan extraña: un hombre pequeño encarnando semejante monstro. En esta oportunidad también se convierte en la columna vertebral de la película; su personaje, el Doctor King Shultz, un casa recompensas sin muchos escrúpulos es demasiado fino para el mundo en el que vive; y ese contraste termina por darle un sabor especial a la película.
También es un gusto ver a Di Caprio, otro de esos galanes de cuyo talento como actor no queda duda: Calvin Candie, delicado hasta rayar en el afeminamiento, es impredecible, encantador y brutal.
De Jamie Foxx es mejor no hablar: el tipo lo ha hecho bien en otras oportunidades, pero aquí, muy probablemente con el patrocinio del director, parece más un pandillero que otra cosa.
El Western
Cuando luego del estreno de Kill Bill Vo 2 se supo que el siguiente proyecto de Tarantino sería un western, recuerdo que me desvelé alguna noche, unos cuantos minutos, deseando que al loquito le diera por adaptar Meridiano de Sangre, que como ya todo el mundo sabe, es uno de esos proyectos errantes en Hollywood. Pero creo que esa misma noche caí en la cuenta de que la novela de Cormac McCarty camina por territorios demasiado oscuros y profundos; en ella los personajes tienen muchas dimensiones. Definitivamente necesita otro director.
Un tiempo después se supo que el creador de Pulp Fiction exploraría la historia de uno de los personajes más emblemáticos del cine de vaqueros, muy en particular del spaguetti western: Tarantino iba a filmar una nueva versión de Django, pistolero interpretado antes por Franco Nero, entre muchos otros, e incluido en películas de Sergio Leone y Takashi Miike. Eso, por supuesto, tenía mucho más sentido que mi deliquio con el Juez Holden.
Resulta comprensible que Tarantino optara por un personaje y por una historia emblemática del western. En primer lugar, nunca ha filmado algo que no responda a la maquinaria de ese género: desde Resevoir Dogs hasta Kill Bill pasando por Jackie Brawn, el capítulo de CSI y etcétera, etcétera. Y en segundo lugar porque las películas de vaqueros pertenecen al género que más se ha construido a partir de estereotipos, su esencia está en cumplir con ellos, en respetarlos. Quien filma un western cuenta un poco con el respaldo de todo el género. Un punto más a favor de Quentin.
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