Soy uno de esos lectores que se enfrentan con entusiasmo una
novela de 400 páginas pero se amedrentan ante un cuento de 40. Al respecto de ambos géneros, se cita con
frecuencia a García Márquez: escribir una novela es como ganar una pelea por
rounds; en cambio escribir un cuento es como ganarla por nockout. Esa misma
relación es válida para la lectura. Por la manera en que está concebido, un
cuento pide ser leído de una vez, sin interrupciones; solo de esa forma el
mecanismo interno de la historia puede causar su efecto. En esa medida tienen
mucha razón a quienes comparan al cuento con la poesía. El poema no se lee por
tandas, una estrofa o un verso hoy y otro mañana. No. Ese licor se va en un
solo trago, y tal vez por eso es necesario tener una disposición especial
también. La novela en cambio es un viaje largo en el que tenemos tiempo incluso
de aburrirnos, de parar y de reiniciar mucho tiempo después…
Comienzo con esa digresión a propósito de En jardines ajenos
(2006), libro de cuentos del escritor suizo Peter Stamm (1964). Para mí la
dificultad con los cuentos radica en encontrar aquella disposición. Y celebro
muchísimo cuando por fin encuentro un libro de ese género que me obliga a leer
sin detenerme de tapa a tapa. Peter Stamm me volvió a dar esa alegría (Creo que
infantilmente siempre he querido volver a encontrar en algún otro libro la
emoción que me produjo Las nuevas noche árabes hace ya muchísimo tiempo).
De una manera lenta pero sólida Stamm se ha ido
constituyendo en una de las voces más sugestivas de la literatura actual. Al punto que su novela Siete años (2011) ha
sido recibida por innumerables críticos y reseñistas del mundo como una obra
maestra… Pero Stamm es ante todo un maestro del cuento.
A pesar de ser un escritor suizo, la escritura de Peter
Stamm le debe más a la tradición narrativa norteamericana que a la europea. Su
estilo limpio y directo, pero al mismo
tiempo elusivo, está fuertemente emparentado con Hemingway y con grandes
herederos suyos como Raymond Carver, John Cheever, Lorrie Moore o Michael Chabon.
En jardines ajenos está integrado por once relatos en los
que, como es común que ocurra con ese género después de Carver, en apariencia no se cuenta nada. Son historias sencillas
cuyos desenlaces nunca nos deparan una revelación o una sorpresa, son a primera
vista tan prosaicas como la vida misma pero, como también ocurre en la vida, están
llenas de secretas frustraciones y anhelos que terminan por atribuirles tensión
y misterio.
Hace poco escuché una entrevista concedida a una emisora canadiense en la que justamente el Stamm enfatiza en que no se trata de contar historias con un principio y un final, ese camino ya está
agotado desde hace mucho tiempo. De lo que se trata, dice él, es de crear
atmósferas y explorar las motivaciones de los personajes, los resortes que los
mueven.
Los tres elementos fundamentales de En jardines ajenos, de cada
uno de los relatos, son la soledad, el viaje y la espera: una mujer sola y ya casi olvidada por sus hijos, un hombre que viaja solo a Europa del, tres jóvenes que esperan el tren... Eso, unido a una escritura sobria y
precisa, termina por darle al libro un aire evocador e intimista que
ejerce en el lector un efecto sedante y muy agradable.
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