Ben Afleck empezó a perfilarse como un tipo odioso desde
Armaguedon, pero vino a consolidar esa
imagen en Pearl Harbour, película que además de contar con él como protagonista
constituía una exaltación chapucera del siempre predecible patriotismo
norteamericano (vale recordar que ambas tuvieron como director a Michael Bay,
también detestable). De hecho creo que nadie lograba explicarse cómo aquel
actor mediocre con ínfulas de galán había ganado alguna vez un Oscar. En efecto
Affleck escribió junto con su gran amigo Matt Damon el guion de Good Will
Hunting, trabajo que les valió aquel premio en 1997. Pero cinematográficamente
hablando, creo que pocos estaban dispuestos a atribuirle algún otro mérito.
Hasta que anunció que iba a incursionar en la dirección.
La primera película dirigida por Affleck fue Gone, Baby,
Gone (2007), que además contó como protagonista con su hermano, Casey Affleck.
En contra de todos los pronósticos, se trató de una obra madura que llenaba al
espectador de cuestionamientos éticos y morales, pero que ante todo lo mantenía
en ascuas hasta el último minuto por el ritmo frenético de la narración. Por
aquella misma época llegó Hollywoodland, otra sorpresa: allí Affleck interpretaba
con notable solvencia al actor que encarnó en la década de los cincuenta a
Superman en la serie de televisión: un George Reeves alcohólico y derrotado.
En 2010 el californiano ex esposo de Jennyfer López estrenó
The Town. En esta oportunidad además de dirigir se encargó del papel protagónico
y logró que la crítica del mundo comenzara a verlo definitivamente con otros
ojos. Esta nueva película, un thriller de acción coprotagonizado por Rebeca Hall,
sin lograr la profundidad y el cuerpo de Gone, Baby, Gone, reafirmaba el pulso
narrativo de su director.
Por supuesto Affleck aún está lejos del nivel de directores
de su generación como Poul Thomas Anderson o
Wes Anderson, pero la lejana similitud entre su carrera y la de grandes
maestros del cine clásico norteamericano como Nick Cassavetes y Clint Eastwood, logra que ahora muchos esperemos
con cierta expectación morbosa cada uno
de sus proyectos. Por eso cuando el año pasado se anunció el estreno de Argo el
entusiasmo fue general.
Argo relata una
historia real: el operativo que en 1980 la CIA llevó a cabo para rescatar a
seis funcionarios de su embajada en Teherán
durante aquella crisis de rehenes ocurrida en el agitado Irán posterior al régimen
del Sha y dominado por los Ayatolas. Por supuesto esa trama está lejos de ser
inocente y espontánea en un momento en el que Estados Unidos amenaza reiteradamente
con atacar al régimen de Mahmoud Ahmadinejad. Incluso se me
ocurre que es demasiado significativo que el director, que además es el
productor junto con George Clooney, quisiera rodar en Teherán y el gobierno de
U.S.A lo persuadiera de no hacerlo.
Affleck interpreta al
agente secreto Tony Méndez quien propone la filmación de una película de
ciencia ficción en Irán como fachada para el rescate. Se oye absurdo. Y lo es. Pero
el contraste entre las calles de Teherán, con
supuestos traidores al régimen colgando del cuello en el brazo de una grúa,
las oficinas claustrofóbicas de la CIA y el brillo fastuoso de Hollywood le
aporta a la historia un tono tragicómico acentuado por la presencia refrescante
y el gran sentido del humor de John
Goodman y Alan Arkin, quien por cierto está nominado por su trabajo aquí al
Oscar como mejor actor secundario.
La trama de Argo no le da tregua al espectador, que ve cómo
los hilos de la historia se van tensando y sufre en su silla por la suerte esos
personajes, cuyo destino es incierto. Creo que merecidamente la película ha
sido clasificada por algunos en el género de aventuras; por ese ritmo
trepidante y por su sabor a intriga política en algunos aspecto me recordó
North by Northwest de Hitchcock. Pero sin duda el precedente más notable es Wag
the dog (1997), la película de Barry Levinson, que también aborda el tema del
cine y la política internacional.
Un aspecto notable además es la fotografía de Rodrigo Prieto
(Beutiful, Babel, Brooke Back Mountain, 8 Mile, Amores perros…) que por ratos
lo hace a uno pensar que está viendo una película de Sidney Lumet. Eso sin
mencionar la increíblemente minuciosa dirección de arte.
Quedan para el olvido los planos en los que sin razón
aparecen los pectorales y los abdominales del protagonista. Pero sobre todo, para
el olvido los planos le atribuyen a la cinta el tufillo heroico y chauvinista
que nos hace recordar el fantasma del Affleck de Pearl Harbour.
Trailer
Trailer
No hay comentarios:
Publicar un comentario