viernes, 13 de mayo de 2011

De Medellín a Machu Picchu, indocumentado y pobre (I)

Método fácil para irse hasta el perú echando dedo Lo primero del viaje era averiguar la ruta más conveniente. Consulté en Internet y les pregunté a algunas personas. Lo más indicado, coinciden todos, es llegar a Ipiales, cruzar Ecuador y bajar por Perú siguiendo igualmente la carretera Panamericana. Lo segundo era averiguar la documentación que se requiere para viajar por esos países. Me metí a la página de la embajada de Ecuador en Colombia. Yo juraba que se necesitaba sacar pasaporte: como ciento veinte mil pesos ¡Jesús! En el sitio web decía sin embargo: se requiere Pasado Judicial del DAS, Tarjeta Andina de Inmigración, Cédula y/o pasaporte ¿Y/o? Yo no lo podía creer.


Tomé el teléfono y llamé al consulado de Ecuador en Medellín. Me contestó una señora malgeniada y de voz áspera, se me ocurrió que era la abuelita del cónsul ¿Qué se requiere para un colombiano viajar por el Ecuador? Certificado del DAS, Cédula o pasaporte. ¿Cédula Y pasaporte? Insistí yo. ¡O,O,O!!! ¿Y,Y,Y??? ¡OOO,O, señor! Me colgó. Para Perú solo se necesita cédula y Tarjeta Andina. Lo siguiente fue reunir el equipaje: carpa, sleeping, ropa para el frío y comprar algunos dólares para la estadía en Ecuador. Recomiendo hacer esta última gestión en una casa de cambio confiable como las que se encuentra uno en casi todos los centros comerciales; cambiar moneda en la frontera es un riesgo que no vale la pena. Yo lo corrí en Huequillas (frontera de Ecuador con Perú) y ya verán cómo me fue.





Camino a Ecuador





Listo. Salí de Medellín a las dos y media de la tarde y llegué al día siguiente casi al medio día. La idea era bajar haciendo autostop, o echando dedo como decimos aquí, pero considero que ese es otro riesgo que no se debe correr en Colombia, de ahí para abajo vaya y venga, pero aquí mejor no. En Ipiales me encontré con Luisa, mi compañera de viaje que venía desde Bogotá, almorzamos y nos fuimos para inmigración. Torpemente nos fuimos directo a inmigración del Ecuador. Era necesario primero firmar la salida en Colombia. Nos Devolvimos, firmamos y cruzamos el Puente Internacional de Rumichaca. Entramos por segunda vez al país y firmamos esta vez sí la entrada. Ya teníamos el tercer documento requerido: la Tarjeta Andina de Inmigración.









En la fila alguien me preguntó si era mi primera visita al Ecuador. No, le respondí, hace muy poco vine también. ¡Bueno, era cierto! ¿O no? Terminado el trámite tomamos un colectivo para Tulcán: $85 centavos de Dollar. Nos Bajamos en el centro de la ciudad; estaba lloviendo y ya era un poco tarde así que decidimos buscar un hospedaje. Uno muy barato por supuesto. En Tulcán todo se llama Carchí: Banco Carchi, cafetería Carchi, almacén Carchi. Nos quedamos en el Hostal Carchi: dos dólares por persona la noche. Yo no soy muy exigente pero el sitio era una pocilga. Recomiendo buscar un poco. Por un Dollar más se encuentran mejores opciones. Sin embargo dormimos bien. Quien pase por esta ciudad fronteriza no puede quedarse sin visitar el cementerio: es patrimonio cultural de la nación, sencillamente hermoso: con corredores de pinos que asemejan los laberintos de las películas y que conducen a patios centrales. En los pinos están talladas las formas de los animales de la región. Caminamos lentamente a pesar de la lluvia. Hermoso.









Al día siguiente caminamos hacia las afueras de la ciudad, buscando la carretera Panamericana y comenzamos a echar dedo. Tuvimos que esperar cerca de una hora, por momentos me escondía yo y dejaba a mi amiga hacer el trabajo, y así funcionó. En Ecuador los hombres daban la impresión de no haber visto nunca una mujer….Primero nos llevaron hasta Julio Andrade, allí comimos unos enlatados mientras veíamos llover sentados en una estación de gasolina y mientras esperábamos a que alguien más nos diera el aventón. Escampó y no demoró mucho en aparecer un señor muy amable que nos arrimó hasta San José de Ibarra. Yo viajé en el remolque de la camioneta. En total fueron como tres horas de viaje, de más lluvia y de un sol radiante mientras cruzábamos el desierto. En Ibarra preguntamos por un lugar donde acampar y nos recomendaron la laguna de Otavalo o la de San Pablo. Ya estaba tarde para Otavalo así que nos fuimos para el terminal y tomamos un bus hacia San Pablo. Al cabo de una hora habíamos llegado. San Pablo es un pueblo pequeño y oscuro. ¿Dónde queda la laguna? Caminan rectito y bajan, nos dijeron. Nos internamos por un camino pantanoso, oscurísimo y lleno de matorrales hasta que por fin encontramos la laguna: una mancha negra y enorme que se confundía con el cielo. Se escuchaban animales sumergiéndose. Nosotros pensamos que eran cocodrilos o babillas, pero igual armamos la carpa, nos acomodamos y fuimos al pueblo a comprar unas cervezas. ¿No llegará alguien a robarnos? Mmmmmm…. No, qué va. El pueblo estaba casi vacío pero incluso encontramos un sitio desde donde llamar por teléfono. No devolvimos en medio de una llovizna menuda, cruzamos los matorrales y nos metimos en la carpa de nuevo.









Al día siguiente nos despertaron las voces de hombres hablando en quechua. Se trataba de albañiles: estábamos acampando justo en el área donde construyen locales y canchas para darle un carácter más turístico a la laguna. Los cocodrilos eran en realidad patos. Nos levantamos y desayunamos granolas, nos pusimos nuestros impermeables y dibujamos un poco. El agua se extendía a lo lejos y en el horizonte se veían las montañas opacadas por la intensa neblina.









¡Llegamos a Quito!









De nuevo nos fuimos para la salida del pueblo a buscar la Panamericana, caminamos durante una hora y ¡Bingo! La próxima camioneta que nos paró iba para Quito. Nos montamos felices en el remolque observando el paisaje durante casi tres horas de viaje. El tipo nos dejó en la entrada de la ciudad así que buscamos una estación del MetroBus y nos fuimos para el centro. Quito lo confunde a uno al principio. Entrando se ve muy normal, pero cuando uno se empieza a acercar al centro histórico se encuentra con una ciudad hermosa y desarrollada en la que dan ganas de quedarse. Estábamos un poco cansados así que no buscamos mucho. Nos hospedamos en pleno centro en el sector de San Blas en el Hotel Internacional, justo en la Avenida Guayaquil, que viene siendo un equivalente a la Séptima de Bogotá. Veinte dólares por persona. Pero claro hay más opciones, al día siguiente nos quedamos en un hostal de cinco por persona en el mismo sector, un sitio decente. Al fin y al cabo de lo que se trata es de dormir y bañarse. En Ecuador uno puede fácilmente almorzar o comer bien con dos dolares. La cerveza (Pilsener) cuesta un dollar, pero es enorme.










El transporte es considerablemente barato. El país de frontera a frontera se puede cruzar con solo veinte dolares y en Quito con sesenta centavos uno puede recorrer la ciudad de cabo a rabo. Tienen tranvía, MetroBus y buses alimetadores. Tal vez ninguna ciudad colombiana cuenta con un sistema de transporte interurbano tan efectivo. En muchas ocasiones he escuchado que los ecuatorianos experimentan cierto sentimiento de xenofobia contra los colombianos. Yo debo decir que nunca lo sentí así y que cuando escuchaban nuestro acento nos trataban tan bien como a cualquier extranjero. El Centro Histórico de Quito es un sitio muy bello, lleno de edificios antiguos de estilo barroco y neoclásico. La Basílica, de estilo gótico, es probablemente una de las iglesias más hermosas de Latinoamérica. La Plaza de Armas resulta sencilla si uno piensa en ciudades como México o incluso Bogotá, pero en su sobriedad radica su gran encanto.








Cuando vayan a la capital del Ecuador piénsenlo dos veces antes de ir a la Mitad del Mundo ( latitud 0'0'0). Los quiteños lo promocionan como un destino turístico obligado en esa ciudad, pero además de quedar muy lejos es un poco aburrido. En la capital nos quedamos tres días, al cabo de los cuales como se imaginarán salimos a las afueras a buscar la Panamericana para hacer autostop. Esta vez nos llevaron hasta Santo Domingo. Unas tres horas de viaje. Llegamos tarde así que tomamos la decisión de seguir en bus. Primero hasta Guayaquil y luego hasta Huequillas, la frontera, donde llegamos como a las diez de la mañana. Ocho dólares el pasaje.









Empieza el viaje indocumentado









De todo el viaje el sitio que recuerdo con mayor desagrado es Huequillas, la frontera con Perú. Uno llega y una infinidad de tipos feos se arriman a ofrecer cambio de moneda. El pueblo está rodeado de desierto, es populoso y lleno de venteros por lo cual se dificulta caminar, hace calor y huele mal. Yo llevaba un billete de cien dólares y tan pronto pude lo cambié a uno de los tipos de los cuales un policía nos dijo que eran confiables. Desayunamos y arrancamos para inmigración. Antes de entrar descubrí algo que me congeló la sangre por un instante: ¡mis papeles habían desaparecido! En el camino hacia Guayaquil hubo varios retenes y yo seguro los perdí en uno de tantos. El taxista que nos llevó a Inmigración me propuso una solución: un amigo mío te puede conseguir una Tarjeta Andina bamba, de contrabando, falsa. Bueno, qué más se le va a hacer. Lo llamó al celular: Coronel, un parcero colombiano necesita un favorcito... Cruzamos el comercio de Huaquillas para encontrar al coronel: calles atestadas de vendedores por las cuales incluso a los carros les costaba trabajo abrirse paso. No era un sitio en el cual uno se sintiera seguro. Esperemos aquí. Invité a una cerveza a mi guía y alcancé a preguntarme en qué terminaría todo esto… Luego de unos veinte minutos a pareció el tipo: un hombre delgado de lentes oscuros y bigote ¿Entonces qué, parcero? la vuelta costó treinta soles, pero todavía hacía falta conseguir la tarjeta pirata de entrada al Perú. Allá también hay que pagar, me dijo el taxista, que como imaginaran no me estaba haciendo el favor gratis. Otra alternativa que tienes es entrar indocumentado y tan pronto como puedas pones en el Perú el denuncio por pérdida de documentos. Esa es la estrategia de todos los indocumentados, con ese papel pueden ir tranquilos por todas partes... La otra opción era devolverme. Ya es hora de ponerle un poco más de emoción al viaje, dije para mis adentros. Y eso fue lo que hice. Esperé lejos de Inmigración a que mi compañera firmara su entrada y seguí para Tumbes sintiéndome un poco entusiasmado por mi nueva condición de ilegal. Como ya dije, la asesoría del taxista peruano no era gratis y cuando fui a darle su comisión y a pagarle la carrera le alargué uno de los dos billetes de cien soles que me acababan de dar. El tipo se negó a recibirlo y pidió sencilla, yo insistí en el billete de cien y el siguió negándose a recibirlo. ¿Qué le pasa a éste man? Esto también es plata ¿o no? Le dije. No, Colombia, me respondió, esos son cartones, te han dado billetes falsos... ¡Por dios!









Perú









De Tumbes un camión nos llevó hasta Suyana en un viaje de seis horas, pasamos por Máncora, con lástima de no quedarnos y vimos el atardecer: un sol enorme y naranjado como la yema de un huevo perdiéndose detrás del Océano Pacífico. De Sullana tomamos un bus a Piura donde llegamos a las once de la noche. Al día siguiente fuimos a poner el denuncio de mis papeles. Llegamos a la comisaría y nos fijamos si había teléfonos o computadores con los que pudieran comprobar los datos de Inmigración. Nada, afortunadamente todo muy subdesarrollado. Tímidamente y sin planes previos comenzamos a inventar la historia de un robo. ¿De qué color era el bolso que les robaron? Nos miramos: negro. Azul. ¿Negro o azul? ¡Azul! ¡Negro! Se nos quedaron mirando. Oscuro. Han sido los patinadores, nos dijeron los policías, dos hombres barrigones y de aspecto bonachón, que iban anotando todo en un cuaderno y que sin darse cuenta terminaron de organizar la mentira para nosotros ¿A cuántos extranjeros no habrán robado las patinadores? ¿En serio? ¡Sí, sí, sí! ¡Mire usted! ¡Los patinadores! ¿No me dan su número por si yo voy a Colombia? Claro. Nos fuimos a la salida de Piura luego de almorzar arroz con mariscos y justo donde nos paramos a esperar un grupo de jóvenes hacía autostop. Uno era colombiano, acróbata de circo según contó; venía de viaje con su novia desde Cali pero en Pasto el padre de ella los alcanzó…a él le tocó seguir solo; los otros tres eran universitarios ecuatorianos, venían desde Guayaquil y Manchala. Dos mujeres y un man, muy comprometidos con la causa de la integración latinoamericana. Los hermanos bolivarianos, así los pusimos. Con ellos seguimos nuestro viaje.









El próximo camión nos llevó hasta Chiclayo. Llegamos de noche sin ninguna idea de qué íbamos a hacer. El camión nos dejó a unos cuantos quilómetros del centro de la ciudad. Comenzamos a caminar y nos encontramos con un lugar llamado “Centro de la Hospitalidad”, bueno, si son tan hospitalarios que nos dejen acampar allá, nos dijimos. El vigilante, un policía muy amable nos informó que eso no era posible, pero en cambio nos dio una alternativa ¿ven ese separador? Estabamos justo en una avenida, una de las principales de Chincayo. Acampen allá. Nos miramos incrédulos ¿Y no dirá nada la Policía? Yo soy policía y les estoy dando permiso, miren, allá queda mi estación, si alguien los molesta búsquenme allá. No lo pensamos mucho y levantamos nuestras carpas en medio del amplio y confortable separador de grama. La gente que pasaba en sus carros nos miraba con curiosidad ¡Que buena vida! Gritaban algunos. Nosotros levantábamos nuestras cervezas en señal de brindis. Y la verdad es que la estábamos pasando muy bien. El cielo estaba despejado y el clima era agradable. Por turnos fuimos a comer a un local cercano que no aparentaba nada pero en el que servían comida a la carta. No es un mito: en Perú se come muy bien y la variedad de los platos es sorprendente. Esa noche pedimos chicharrones de trucha con ensalada: siete soles. Como cuatro mil setecientos pesos por un plato delicioso. Al regresar seguimos bebiendo cerveza Pilsen Callao de tres soles y charlamos hasta que nos venció el sueño y nos metimos en las carpas.





De Chincayo nos fuimos para Trujillo. Un señor japonés nos llevó a todos en su pequeño carro hasta la salida de la ciudad. No me explico cómo cupimos… De nuevo caminamos hasta la Panamericana con las mochilas al hombro y un sol brutal tostándonos el cráneo. En una estación de gasolina una señora nos prestó el baño para ducharnos ¿Son colombianos? Ay, canten una canción colombiana, pues, unita nada más. Daban ganas de decir que no, pero se lo merecía, esa ducha fue como una bendición… Alejo me miró ¿Nos boletiamos? Yo empecé: Un alto nubarrón se alza en el cielo, ya se avecina una fuente tormenta… ¡Ay, que linda!





Esperamos como una hora. Primero llevaron a tres: Nati, Daniela y Jhon. Se fueron en la parte de delante de una tractomula. Nos vemos en Trujillo, dijeron ellos ¿Pero dónde? Gritamos nosotros. A nadie se le había ocurrido que ese dato era relativamente importante. El carro arroncó. A lo lejos vimos a Jhon asomar la cabeza: En la Plaza de Armaaaaas… Los que nos quedamos esperamos como hora y media hasta que nos paró un camión de cemento. Súbanse. Aguantamos sol durante tres horas montados en el remolque. Saqué una lata de fríjoles con tocineta y una cuchara, estaba haciendo hambre. Cada uno se comía una cucharada y rotaba la lata. A lado y lado de la carretera se extendían praderas infinitas alternadas por zonas desérticas. El camión nos dejó en Sampedro de Lloc. Llegamos blancos de cemento, allí nos recogió un camión que transportaba arroz y viajamos con el afrecho dándonos en la cara y brazos como alfileres durante unas tres horas. Al cabo de un rato la comezón era tan insoportable que tuvimos que tendernos en el piso y cubrirnos la cara con una camiseta.









*****









Trujillo es una ciudad pequeña y bonita en la que también dan ganas de quedarse. Le preguntamos a un policía donde podíamos acampar y el nos señalo la Plaza de Armas ¿En serio? Sí, ahí se quedan muchos turistas pero deben irse antes de las cinco de la mañana… Yo no soy un buen madrugador así que propuse que comiéramos y nos fuéramos a Huanchaco, ahí cerca, ya alguien nos lo había recomendado.





Paramos un taxi y nos fuimos. Llegando a la playa nos recibió un policía cómodamente instalado sobre su moto ¿Les puedo ayudar a los amigos? Preguntó. En mi condición de indocumentado no me hacían gracia los policías. Buenas noches, oficial, me apresuré a decirle de la manera más amable, no le fueran a dar ganas de pedirme los papeles. Queremos acampar en la playa esta noche ¿es posible? El tipo me miro de una manera extraña. A mí se me heló algo. Ya me va a pedir papeles, pensé. ¿Colombiano? Sí ¿Cuántos de ustedes son colombianos? Se vieron tres manos levantadas ¡Ah, colombianos! ¡Mis mejores amigos son colombianos! Quédense donde quieran que yo voy a cuidar de ustedes. Nada más no beban mucho ¿Eh? Claro, oficial, cuente con eso…









Armamos nuestras carpas en la playa y encendimos una pequeña fogata. En la licorera nos habían ofrecido Ron Medellín Añejo pero compramos más bien un ron peruano naranjado que sabía a jarabe. El cielo se veía oscuro y profundo, no había nubes que enturbiaran su nitidez. Bebimos un poco y caminamos hasta el muelle donde había algunos pescadores pacientemente esperando su presa, en silencio. Algunos de ellos quedaron deslumbrados al ver a nuestras amigas así que no demoraron en levantarse de sus asientos para ofrecérselos y tratar de iniciarlas en el viejo arte de la pesca. Ellas felices. Desde el muelle se domina la playa entera, a lo lejos se veían las lucecitas de los restaurantes y las discotecas, se escuchaba un rumor lejano de música… Al regreso caminamos por la orilla con las olas del Océano Pacífico mojándonos los pies. Apostamos carreras llevándonos unos a otros a caballito… habíamos cruzado el límite de la ebriedad así que ¿por qué no? Sin siquiera quitarnos la ropa nos echamos al mar helado. Delicioso. Recuerdo la imagen de Flor sentada recibiendo el golpe de las olas que la devolvían hasta la playa, pero ella insistía y se metía de nuevo al mar, cantando una canción cuya letra olvidé. Recuerdo a Jhon y a Nati dando zancadas sobre el agua, uno detrás del otro, muertos de la risa. Recuerdo a Alejo esperando la ola más grande para irse a estrellar contra ella. Mira, Juan, mira mira mira… Daniela y yo lo veíamos perderse en el agua y por momentos la fuerza del mar era tal que a pesar del licor nos preguntábamos con temor si lo iríamos a encontrar de nuevo al día siguiente…





Desperté en la carpa que no me correspondía… por supuesto no me voy a detener en los detalles… me levanté temprano para caminar, y hacer algunos dibujos, apuntes rápidos. A mi alrededor todo estaba cubierto por una neblina suave de en medio de la cual aparecía cada cierto tiempo alguien trotando o caminando. Eran las seis de la mañana. A lo largo de la playa los pelícanos daban la impresión de estar posando para mí: se paraban en la arena a estirar sus alas; de cuando en cuando una bandada se dejaba venir desde lo alto formando una hilera perfecta y planeando a solo unos centímetros del agua. Caminé durante tres horas. Al regresar mis compañeros apenas estaban despertando. Nos quedamos en la playa hasta las dos de la tarde, nos duchamos, almorzamos (pulpo) y nos devolvimos a Trujillo.









Esperamos cerca de tres hora y les pedimos el aventón a varios camioneros hasta que uno dijo que sí. Pidió que lo esperáramos, que él venía por nosotros. Eran las siete de la noche cuando apareció en un carro pequeño ¿Aquí nos vamos a ir para Lima? Preguntamos aterrados. No, móntense, los llevo hasta donde está el camión. El Hombre nos condujo por una serie de calles oscuras y se detuvo ante la puerta enorme de un almacén. Era un sitio solitario y retirado. Espérenme aquí. Lo esperamos dos horas. Cualquier hubiera sospechado de algo, pero nosotros nos sentíamos invensibles y poderosos. Cuando salió nos dijo que ya no viajaba esa noche pero que si lo esperábamos nos llevaba al día siguiente a las diez de la mañana. Está bien ¿Qué otra cosa íbamos a hacer? Dormimos al aire libre en el remolque del camión metidos en nuestros sleeping.









El camión arrancó en efecto a las diez de la mañana pero se detuvo primero en un pueblo a una hora de Trujilo. Era un lugar llamado Chao donde debían montar un cargamento de sandías. Se demoraron todo el día. A diez minutos de donde paramos había un riachuelo al cual fuimos a bañarnos, almorzamos y comimos sandía. En algún momento de la tarde empecé a dibujar y cuando el tipo del camión me vio me pidió que a cambio del viaje gratis le hiciera un retrato. Yo lo hice encantado. El man se llamaba William.Terminé y me pidió que dibujara también el carro. Bueno, está bien, pues.





Salimos como a las siete de la noche y como el camino era angosto el camión se encunetó ¡Casi se voltea! Una hora solucionando el asunto y luego por fin rumbo a Lima. Con las redes del remolque del camión organizamos una hamaca sobre las sandías, nos metimos en una carpa, sin armarla obviamente, y nos cubrimos con mi sleeping las dos ecuatorianas y yo. Se van a congelar, nos decían los tipos del camión. Dormimos felices toda la noche rumbo a Lima, a donde llegamos hacia las doce del día. En la Plaza de los Olivos el camión se detuvo: ya bájense. Antes de llegar a la ciudad hay un desierto con sectores hermosos, casi irreales. Nosotros, arriba del remolque, no aguantábamos la tentación de levantar la cabeza para ver el paisaje y en dos ocasiones nos vio la policía vial. Cuarenta soles en multas tuvieron que pagar los camioneros... Nos bajamos, les dimos las gracias, les pedimos una última sandía y nos la comimos felices tendidos en la grama de la Plaza. Después de unas cinco horas de soportar el sol del desierto el jugosísimo corazón de esa sandía fue de lejos el mejor almuerzo de todo mi viaje.









Vamos para Lima









Lima es enorme, allí viven más de doce millones de personas. Es una típica ciudad latinoamericana con sectores deprimidos y con zonas de gran avance y sofisticación; como Quito, su mayor belleza radica en el Centro Histórico, con sus edificios antiguos y sus basílicas coloniales. Nosotros llegamos el veintinueve de diciembre y tal vez por eso abundaban los turistas: europeos, asiáticos, norteamericanos. Nos hospedamos en el Hotel España al lado del convento de Santa Mónica. Quince soles por persona, lo cual resulta muy barato dada la fecha y el alto perfil del sector. En la noche fuimos a Barranco, el sitio de los bares y las discotecas. Procuramos entrar a todos los bares y discotecas posibles. Bailamos y bebimos un poco. A las tres de la mañana, inicio de la hora zanahoria, nos devolvimos para el hotel. A estas alturas del viaje mis compañeros ya se estaban planteando la posibilidad de regresar.









Yo quería llegar a Cusco así que madrugué a conseguir un tiquete. Vale cien soles pero milagrosamente logré conseguirlo en sesenta: un turista colombiano debía devolverse al país debido a una urgencia y por eso me vendió su tickete a huevo.









Aunque la intensión era gastar lo menos posible, llevaba conmigo dos tarjetas, una de Mega Banco y una de Bancolombia (uno nunca sabe lo que puede pasar). Esa mañana fui al cajero ATM a sacar plata. En Perú los cajeros automáticos tienen una pésima costumbre: retienen la tarjeta hasta que termina la transacción. Yo ingresé la clave, recibí mi plata y... ¡me fui feliz!!!. Tres horas después caí en la cuenta de que había olvidado recibir la tarjeta ¡Dios! ¡Qué había hecho yo! ¡¿A cuál cura maté?! Bueno, llamé a mi casa y pedí el favor de que bloquearan la tarjeta: ¡La de Megabanco! Les advertí y me tranquilicé un poco porque ya todo estaba en 'orden' ¡Ni me imaginaba lo que iba a suceder!









!Por fin el Cuzco!









Esa tarde me despedí de mis compañeros, que a última hora decidieron también seguir hacia Cuzco. Pero ellos debían seguir haciendo autostop porque ese treinta de diciembre a las tres de la tarde les resultó imposible comprar tickete. Mi bus salió a las seis y media de la tarde y llegué a la Capital Histórica del Perú a las cuatro de la tarde del treinta y uno. Estaba lloviendo. Todos los hoteles estaban llenos y cobraban más de lo normal. Por fin me alojé en uno cerca de la estación del tren y salí a recorrer el Centro Histórico. Había turistas por todas partes, el ambiente era muy agradable. En Cuzco hay restaurantes de todo tipo. Si de lo que se trata es de comer muy barato, hay que alejarse de la Plaza de Armas donde los platos no bajan de veinte soles, un buen sitio es la plaza de mercado donde se encuentran comidas en tres o cuatro soles, además es uno de los sitios más interesantes del lugar. Luego de cenar bien, como era merecido esa última noche del año, caminé hasta la Plaza de Armas a recibir el año nuevo. La locura. El sitio estaba repleto, estallaba la pólvora, la gente corría y gritaba alrededor de la plaza. Muy simpático.












Como a la una de la mañana me fui a buscar los bares. Primero Siete Angelitos, no era lo que buscaba. Luego Gipsy mucho más agradable pero me fui pronto. Por último Km O. Lleno de turistas, todos jóvenes y con ganas de hacer nuevos amigos, como yo. Me quedé hasta las seis de la mañana. Lo malo eran los siete soles que valía la cerveza.











Me quedé tres días en Cuzco absolutamente feliz. Y cuando llegaron mis compañeros emprendí por fin con ellos mi trajinadísimo viaje a Machu Picchu...

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