martes, 3 de enero de 2012

Lecturas de vacaciones (I)





A pesar del extrema emotividad y del bullicio, diciembre es con frecuencia el mejor mes del año para la lectura.


Creía que mi padre era Dios, Paul Auster

Llevaba un tiempo buscando un buen libro de cuentos, uno que me dejara boquiabierto. Y en esa búsqueda  me encontré nuevamente con Paul Auster, por quien había dejado de interesarme hacía rato. Este libro es, al mismo tiempo que gran literatura, una buena muestra de cómo ocurre el arte en estos tiempos:  Auster fue invitado por un programa de radio a escribir cuentos breves para leeros durante la emisión al aire. Al tipo no le pareció buena idea tener que cumplir con esa ‘hora de cierre’ pero su esposa le sugirió que no escribiera él los relatos, que invitara a los oyentes a hacerlo. Y así fue. La respuesta del público fue bastante aceptable.  

De todos los rincones de los Estados Unidos recibieron cerca de cuatro mil historias de las cuales 156 integran el volumen, publicado en 2001.
Las historias comparten la virtud de la sencillez, no hay una gran técnica literaria, como era de esperarse: esa es una de las virtudes. En cambio, uno se encuentra con el poder pleno de la palabra, sin artificios, y de esas historias que nos han ocurrido a todos: casualidades asombrosas que rayan en lo sobrenatural, recuerdos emotivos que terminan por regir una vida, encuentros, muertes, ensoñaciones absurdas. Auster funge como editor de esa inesperada historia de la vida cotidiana de un país: una gallina que sabe tocar la puerta, la pérdida de un sobrero, una existencia marcada por la aparición de un neumático… En fin, un libro delicioso.


Estupor y temblores, Amélie Nothomb

Estupor y Temblores es un certero golpe en los testículos para aquellos que de una manera absurda y frívola se han dedicado a idealizar esa cultura oriental altísimamente sofisticada y eficiente en el arte de la supervivencia. Una cultura que  se nos ha tratado de vender, o más bien, de inocular,  disfrazada de literatura sapiencial  y que preconiza la resignación y el sometimiento como garantía para el éxito en los textos casi siempre lamentables de tipos como Og Mandino y Depak Chopra. 

En lo personal he tenido la oportunidad de escuchar adefesios tales como que ‘en oriente la gente vive más feliz’ o que allí  ‘el tiempo transcurre de una manera diferente’, solo por mencionar dos ejemplos y sabiendo que la televisión y la prensa nos regalan diariamente con ejemplos del furor orientalista que vive nuestra época… Hay que admitir que esas ensoñaciones son en efecto típicas de la mente occidental tan dispuesta a improvisar ídolos y modelos de comportamiento en todas partes. Pero lo cierto es que Oriente, y especialmente Japón, con todo su misterio secular y su sabiduría, es a su manera una máquina dispuesta para la alienación y para  horrores cotidianos tan abominables como los que  se viven en el resto del planeta. 

La novela de Nothomb, reconocidamente autobiográfica y escrita de una manera ágil y llena de buen sentido del humor,  transcurre en  Japón a principios de la década de los 90 y cuenta la historia de Amélie, una mujer belga de 22 años que  vive en Tokio y consigue trabajo en Yumimoto, una  gran compañía  mundial. Allí se enfrenta en primer lugar al casi explícito menosprecio japonés por los extranjeros y por las mujeres. Y se encuentra además con el férreo sistema  de jerarquías que rigen las empresas en ese país y con la ética y la moral, a ratos absurda,  que ese sistema ha impuesto.

Amélie termina desempeñándose en todo tipo de cargos sin sentido por voluntad de su superiora directa, con quien  a lo largo de la novela termina estableciendo una cierta relación perversa  aunque totalmente aséptica. Para ella, y para todos los empleados de la compañía, la única alternativa es la misma obediencia servil e irreflexiva del súbdito, que debía presentarse ante el emperador con ‘estupor y temblores’. Ante todo debe prevalecer el bienestar de la compañía. En Japón, concluye con resignación la protagonista, la existencia es la empresa.

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