viernes, 12 de agosto de 2011

Midnight in Paris

Un poco más del viejo Woody Allen



A propósito de Media noche en París, lo último del gran director neoyorkino Woody Allen, hay que empezar diciendo, con mucho respeto de la crítica, cuyo entusiasmo ha sido general, que la película en realidad no es tan buena. Woody Allen, ese carismático y entrañable pelirrojo narigón, ícono cultural e indiscutido genio del cine, ha terminado por generar en torno a su figura una extraña especie de corrección política (o corrección intelectual) que ha menguado en alguna medida el rigor crítico frente a su obra. Y habría que decir que probablemente se lo merece. Junto con Coppola, Scorsese y tal vez Jim Jarmuch, Allen es una especie de héroe renegado de la industria cinematográfica que en 1977, cuando ganó el Oscar por Annie Hall, prefirió quedarse tocando el clarinete en lugar de asistir a la ceremonia; su integridad artística ha terminado por ser tan respetada, tal vez a regañadientes, por los grandes estudios, que cuenta con total libertad en sus proyectos. Filma con rigurosa disciplina una película por año y es fiel a sus criterios estéticos y a sus obsesiones. Resulta difícil no sentir simpatía por un personaje así.

Pero más allá de las simpatías habría que decir, casi con dolor, que a estas alturas hay ciertos leitmotiv de Woody Allen que rayan en el lugar común, tal vez porque nos dicen lo mismo una y otra vez sin ninguna variante durante hace ya mucho tiempo: el escritor falto de inspiración, las relaciones echadas a perder, las premoniciones, la intervención en la historia de elementos extraordinarios… en fin. Con razón se podría decir que un artista usa un alfabeto, y eso lo caracteriza, lo cual es cierto. Pero es distinto usar un alfabeto a usar una plantilla o un molde. Y también es distinto el estilo al manierismo.

Adrien Brody, Owen Wilson, Lea Seydoux, Woody Allen, Rachek McAdams y Michael Sheen
Sin embargo tal vez lo que no deja a Media noche en París estar al nivel de las mejores obras de Woody Allen no es su reiteración en los mismos viejos recursos sino que sencillamente la historia carece de una real contundencia. No está la tensión de Match Point; ni el ingenio de Poderosa Afrodita; no hay nada de la profundidad psicológica de Annie Hall, Maridos y esposas o Septiembre; y ni qué hablar de clásicos como Desconstruyendo a Harry o Manhatan … Se me ocurre que gran parte de la benevolencia de las críticas de la película está representada en ese detalle coqueto de poner en escena en un París tan codiciado por muchos a personajes míticos como Picasso, Hemingway, Dalí, T. S Eliot, Buñuel, Cole Porter, Scott Fitzgerald, Toulouse Lautrec, Degas… ante la aparición de ellos a uno le palpita el corazón de simpatía y por momentos se olvida de que la historia transcurre de una manera aceptable pero más bien lánguida. Todos esos personajes, aunque alegran el rato, terminan por diluir y menguar la fuerza de Gil Pender, otro de esos escritores bloqueados tan reiterativos en Allen, que lentamente descubre que quiere vivir en Paris y dejar a tras su vida mediocre como escritor de guiones en Hollywood.

Aunque muchos comparan Medianoche en París con La rosa púrpura del Cairo, viene bien recordar también su agradable similitud con la Vía Láctea de Buñuel, estrenada por el maestro español en 1969. En ambas películas los protagonistas terminan emprendiendo un viaje en el tiempo que le otorga a la historia un aire surrealista y lleno de ironía.

No hay mucho qué decir de las actuaciones. Owen Wilson está bien aunque carece del encanto de otros papeles. La presencia del resto no pasa de ser una anécdota. Midnigth in Paris es en últimas una buena película, sin más. Una reflexión sobre la identidad y la auto aceptación; una suerte de divertimento, un guiño al arte y a la literatura del siglo XX.

Trailer con subtítulos