jueves, 18 de agosto de 2011

Saluda al Diablo de mi parte

Un afortunado adios a la ‘sicaresca’
Más allá de los reparos que con frecuencia se le hacen al cine comercial, hay que reconocer con respeto y admiración que la breve obra de los hermanos Carlos y Juan Felipe Orozco representa un impulso nuevo para el cine colombiano. Ya en Al final del espectro (2006) nos encontramos con una pulcritud y una agilidad visual desacostumbrada en nuestras producciones que ha ayudado a resarcir, al lado de las propuestas de otros cineastas como Andy Bais, Ciro guerra, Carlos Moreno y Oscar Ruiz Navia, la siempre cabizbaja autoestima de nuestra cinematografía nacional.

No está demás mencionar también que, junto con Dago García, a quien muchos desdeñan sin siquiera pensarlo un poco, los hermanos Orozco son pioneros de aquello que en los años 80 apenas alcanzó a esbozar Gustavo Nieto Roa: un proyecto cinematográfico verdaderamente rentable y autosostenible.

Una vez hecha esa sincera declaración de principios hay que continuar diciendo que Saluda al Diablo de mi parte es una obra con cuyo único precedente en nuestra filmografía tal vez sea Soplo de Vida (1999), de Luís ospina: una película en clave de thriller policíaco bien hecha, que muy probablemente obtendrá lo fundamental: la respuesta del público en las taquillas, además de los buenos comentarios.

La cinta cuenta la historia, que podría ocurrir en Irlanda del Norte o en Israel, de un reinsertado que debe emprender una carrera contra el tiempo para matar uno por uno a sus antiguos compañeros de lucha, obligado por un ex secuestrado que alguna vez tuvo a su cargo y que ahora quiere cobrar justicia. El castigo, en caso de no hacerlo, es la muerte de su pequeña hija. Se trata de una densa reflexión sobre la venganza que trasciende los límites del conflicto colombiano.

Vale la pena no obstante advertir algo: en ese esfuerzo por oxigenar los antiguos recursos de nuestro cine (no hay nada aquí de la pobreza tan explotada en otras épocas ni de lo que Héctor Abad Faciolince ha dado en llamar ‘sicaresca’) interviene de una manera casi imprudente la influencia del cine de acción norteamericano, tan lleno de tópicos y a su manera tan desgastado: muy pronto nos encontramos con emplastos a manera de heridas sangrantes que cambian ligeramente de lugar de acuerdo al plano, con bigotes postizos y pelucas, con tiroteos donde de una manera incomprensible nadie tiene buena puntería; vemos peleas que terminan con los contendores botándose por una ventana, oímos personajes de impostada voz gutural que rayan en lo caricaturesco y nos sorprendemos con algún forzado giro argumental. En últimas: nos encontramos con elementos que huyen despavoridos de las maneras desgastadas de nuestro cine para acercarse a otras no menos reprochables.

Para destacar, la actuación de Édgar Ramírez, de gran trabajo en Carlos (2010), la excelente película de Olivier Assayas. Ramírez consigue por momentos lo que a los mismos actores colombianos les ha costado siempre: un acento paisa sobrio y creíble.