Quinta entrada dedicada a la serie de retratos y/o caricaturas (con dos posters adicionales)
Esta entrada tiene todo para ser odiosa: se retrata a García Márquez con mariposas amarillas, se celebra su cumpleaños número 85, y se recalca lo detestable del personaje.
García Márquez fue un amor de la adolescencia. Recuerdo el
día en que mi padre me regaló Cien años de soledad. De inmediato empecé una
lectura frenética que solo terminó dos días después. Era Semana Santa y desde
entonces tengo la costumbre de releer cada año, por esa época, algunas páginas
de aquel ejemplar, que aún conservo ya destartalado y decrépito. Una vez, en la
Plaza central de Villa de Leyva, al lado de la fuente, comencé a leerle un
fragmento en voz alta a Camila; al cabo de un rato había un puñado de espontáneos
e inesperados oyentes felices.
En la universidad conocí un profesor que idolatraba tanto al
libro como al autor. En una oportunidad analizó durante dos horas la
conjugación del verbo 'haber' en la primera frase de la novela. Decía cosas como: esta
es una obra perfecta ¿pero ustedes sí saben que tiene dieciséis ‘que’
galicados? Todos mis compañeros lo miraban con desdén, casi con desprecio, pero
yo me iba a releer el libro para encontrar los ‘que’ galicados por mi cuenta.
Había leído tal vez todo, desde Ojos de perro azul hasta Del
Amor y otros Demonios cuando escuchaba a Mario Escobar, en su taller de escritores,
decir cosas que me hacían gracia: García Márquez es un hideputa, decía el viejo
sin mayores explicaciones, con la misma tranquilidad con la que se
autoproclamaba mejor novelista que Milán Kundera. Con el tiempo, y con la tristeza
de quien pierde un ídolo, comprendí que por lo menos en lo primero tenía razón.
Ahora no logro conciliar la imagen del creador de Macondo
con la figura pública inalcanzable y siempre reverente con el poder, pero en mi
fuero de lector sigo recordándolo con profunda gratitud.
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