Soy
un fue, y un será y un es cansado
Este es el segundo de una serie de pequeños ejercicios de retrato (escritos y dibujados). En esta oportunidad Quevedo, ese poeta apasionante y extraño.
Francisco de Quevedo y Villegas |
Me
gustaba esculcar entre los libros viejos de mi padre. Él acostumbraba
guardarlos en un baúl enorme asediado por el comején y las polillas. Lo
mantenía herméticamente cerrado durante meses y solo lo abría para ubicar
nuevamente las dosis de naftalina. Mi
hermano y yo aprovechábamos entonces la oportunidad para extraer las vísceras
de esa especie de paquidermo. Abundaban los
Libros sobre política, economía y sindicalismo; áridos e insufribles
todos ellos. También eran comunes, y de sobra más aceptables, los tratados de
gramática y las historias de Colombia. Ese baúl siempre nos deparaba alguna
sorpresa. Había libros extrañísimos por el estilo de Las Ruinas de Palmira, y una colección de obras de Vargas Vila que
leí por pura ociosidad.
Una
tarde descubrí un volumen destartalado cuya tapa rezaba el siguiente título: Hechos
y picardías de los hombres de letras. Jamás he podido recordar el nombre del autor. Era un compendio de
anécdotas y curiosidades de escritores,
muchos de ellos de Siglo de Oro español. Pequeñas historias entretenidas y contadas
de la manera más colorida y amena. Ese
libro fue mi primer contacto con Francisco de Quevedo, en quien se detenía
constantemente para relatar sucesos casi inverosímiles y graciosísimos (muchos
de ellos escatológicos) que iban
dibujando a Quevedo como un hombre pendenciero, osco,
feísimo y cojo, pero al mismo tiempo singular y encantador. La historia que
mejor se me quedó grabada es muy conocida y sin duda apócrifa: un amigo desafía
a Quevedo a que le diga coja a la reina en su propia cara y el poeta,
buscapleitos y atrevido como siempre, se
presenta ante ella con un clavel en una
mano y una rosa en la otra, y le dice de
la manera más obsequiosa: entre un clavel y una rosa es coja, la reina es
coja. Por aquella época ese chiste me hizo
mucha gracia.
Luego
fui descubriendo lentamente al impertinente Quevedo, al conceptista eternamente
en contienda con Góngora y los culteranos. Al conceptista de los sonetos de
amor delicados y en apariencia tan ajenos al ogro que siempre simuló ser don Francisco. Leí con
avidez La vida del Buscón don Pablos pero, por una razón que desconozco, no
recuerdo ahora una sola letra de ese libro. Sin embargo sé que me sacó varias
risas. Me encontré luego con el poeta de
las sátiras y las letrillas; tengo muy clara eso sí la tarde en que leí la
antología en la cual están estos versos: pelo fue aquí, en donde calavero, calva
no sólo limpia, sino hidalga; háseme vuelto
la cabeza nalga…
Por supuesto fue un gusto enorme encontrar también a don
Francisco como uno de los personajes de la saga del Capitán Alatriste. Allí
Arturo Pérez Reverte nos presenta al poeta como un espadachín consumado y hábil, siempre dispuesto para el duelo.
Al Quevedo que me más me gusta recordar es al de los poemas
casi místicos y existencialistas. Al hombre siempre consciente del sinsentido
de la vida y de su fugacidad, al filósofo huraño que siempre encontró refugio
en la literatura. No sin pudor por estar
repitiendo lo que es prácticamente un lugar común, transcribo algunos versos de
aquel tan citado soneto, pleno de sabiduría: ayer se fue; mañana no ha llegado,
hoy se está llendo sin parar un punto; soy un fue, y un será y un es cansado.
siempre hay que volver a hacer la misma cosa, enfrentarse a los poderes y decir la verdad
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