sábado, 3 de diciembre de 2011

2. Francisco de Quevedo y Villegas

Soy un fue, y un será y un es cansado

Este es el segundo de una serie de pequeños ejercicios de retrato (escritos y dibujados). En esta oportunidad Quevedo, ese poeta apasionante y extraño.

Francisco de Quevedo y Villegas
Francisco de Quevedo y Villegas 

Me gustaba esculcar entre los libros viejos de mi padre. Él acostumbraba guardarlos en un baúl enorme asediado por el comején y las polillas. Lo mantenía herméticamente cerrado durante meses y solo lo abría para ubicar nuevamente las dosis de naftalina.  Mi hermano y yo aprovechábamos entonces la oportunidad para extraer las vísceras de esa especie de paquidermo. Abundaban los  Libros sobre política, economía y sindicalismo; áridos e insufribles todos ellos. También eran comunes, y de sobra más aceptables, los tratados de gramática y las historias de Colombia. Ese baúl siempre nos deparaba alguna sorpresa. Había libros extrañísimos por el  estilo de Las Ruinas de Palmira,  y una colección de obras de Vargas Vila que leí  por pura ociosidad.


Una tarde descubrí un volumen destartalado cuya tapa rezaba el siguiente título: Hechos y picardías de los hombres de letras. Jamás he podido recordar el  nombre del autor. Era un compendio de anécdotas  y curiosidades de escritores, muchos de ellos de Siglo de Oro español. Pequeñas historias entretenidas y contadas de la manera más colorida y amena. Ese libro fue mi primer contacto con Francisco de Quevedo, en quien se detenía constantemente para relatar sucesos casi inverosímiles y graciosísimos (muchos de ellos escatológicos)  que iban dibujando  a  Quevedo como un hombre pendenciero, osco, feísimo y cojo, pero al mismo tiempo singular y encantador. La historia que mejor se me quedó grabada es muy conocida y sin duda apócrifa: un amigo desafía a Quevedo a que le diga coja a la reina en su propia cara y el poeta, buscapleitos y atrevido  como siempre, se presenta ante ella con un clavel en una mano y una rosa en la otra,  y le dice de la manera más obsequiosa: entre un clavel y una rosa es coja, la reina es coja. Por aquella época ese chiste  me hizo mucha gracia.

Luego fui descubriendo lentamente al impertinente Quevedo, al conceptista eternamente en contienda con Góngora y los culteranos. Al conceptista de los sonetos de amor delicados y en apariencia tan ajenos al ogro que  siempre simuló ser don Francisco. Leí con avidez La vida del Buscón don Pablos pero, por una razón que desconozco, no recuerdo ahora una sola letra de ese libro. Sin embargo sé que me sacó varias risas. Me encontré  luego con el poeta de las sátiras y las letrillas; tengo muy clara eso sí la tarde en que leí la antología en la cual están estos versos: pelo fue aquí, en donde calavero, calva no sólo limpia, sino hidalga; háseme vuelto la cabeza nalga…

Por supuesto fue un gusto enorme encontrar también a don Francisco como uno de los personajes de la saga del Capitán Alatriste. Allí Arturo Pérez Reverte nos presenta al poeta como un espadachín consumado y hábil, siempre dispuesto para el duelo.

Al Quevedo que me más me gusta recordar es al de los poemas casi místicos y existencialistas. Al hombre siempre consciente del sinsentido de la vida y de su fugacidad, al filósofo huraño que siempre encontró refugio en la literatura. No sin pudor por estar repitiendo lo que es prácticamente un lugar común, transcribo algunos versos de aquel tan citado soneto, pleno de sabiduría: ayer se fue; mañana no ha llegado, hoy se está llendo sin parar un punto; soy un fue, y un será y un es cansado.

1 comentario:

  1. siempre hay que volver a hacer la misma cosa, enfrentarse a los poderes y decir la verdad

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