sábado, 18 de febrero de 2012

The artist

Una antigua forma de hacer hablar al silencio
The artist



The Artist, la reciente sensación cinematográfica, nos demuestra que en en el cine las viejas maneras de narrar están aún lejos de agotarse.

















Fui a ver The Artist luego de esperar con ansiedad durante varios meses. Esperé, como todo el mundo, con  la tentación de la piratería respirándome en el cuello. Y con el temor de que si la película no obtenía alguna nominación al Oscar, jamás la veríamos proyectada en nuestras salas. Por suerte eso no ocurrió,  y por el contrario esta cinta de Michel Hazanavicius cuenta con nueve nominaciones, entre ellas a mejor director y a mejor película. Una nominación al Oscar, no está demás aclararlo, es con frecuencia una razón suficiente para sospechar de la verdadera calidad de un film, pero es una garantía de que será mundialmente bien distribuido.

En la entrada del teatro había un cartel enorme en el cual se leía una cita según la cual The Artist era ‘totalmente entretenida’. Eso me dio mala espina, pero obviamente seguí adelante. Compré mi boleta y entré a la sala casi vacía. Por alguna razón no pasaron  como es habitual los trailers, cosa que me molestó bastante: esa es una de mis partes preferidas de ir a cine, los trailers. En Fin. Comenzó la proyección y la cosa pintaba bien cuando al cabo de unos veinte minutos las señoras que estaban detrás mio comenzaron a murmurar acerca de la calidad de lo que estaban viendo…

Solo unos minutos después vi al grupo de ancianas bajar las escalas pesadamente ayudándose las unas a las otras: ‘quién se va a quedar viendo esta caspa’, dijo una de ellas.

The Artist, como ya lo han repetido los medios, es la historia de una estrella del cine mudo, George Valentin, que se queda sin trabajo cuando la innovación del audio irrumpe en la industria. Con ese argumento es inevitable pensar de inmediato en películas que exploraron la misma idea: Sunset Boulevard (El crepúsculo de los dioses) de Billy Wilder y Boogie Nigths, la deslumbrante película de Paul Thomas Anderson sobre el ocaso de una estrella porno a finales de los años setenta debido en parte a la llegada del video. Pero en realidad el argumento es solo un pretexto para abordar un asunto más complejo y actual: Valentin, que a pesar de su condición de superestrella podría ser cualquier hombre, cualquier ser humano, encarna la paradoja de ser incapaz de salir de sí mismo y comunicarse con el mundo, aunque tiene a su alcance un medio que lo pone en contacto con millones de personas. Esta encerrado dentro de sí, sitiado por el orgullo y el miedo. Por eso el silencio, lejos de ser un mero asunto estilístico, es el mayor recurso expresivo de la historia; al punto que en algún momento cierto personaje le recrimina al protagonista: ¿¡Por qué no puedes hablar!?

Como Spielberg, que decidió rodar la Lista de Schindler en blanco y negro para serle fiel a los documentos fílmicos sobre la segunda guerra mundial, Michel Hazanavicius prefirió hacer su película recurriendo a todos los ingredientes del cine mudo: el silencio, obviamente, la gesticulación, la música. Pero en particular  a esas metáforas visuales sutiles tan usadas por Einsenstein y Griffith para hacer hablar las imágenes de otra manera. En uno de los momentos más dramáticos de la película, por ejemplo, Valentin levanta la sábana que  cubre cierto objeto y se encuentra con unas estatuillas: el mono que se tapa la boca para no hablar, el que se tapa los oídos para no oír y el que se tapa los ojos para no ver: esa imagen es su propio reflejo, su historia. En otro plano el protagonista camina a la deriva por la calle y en el fondo, casi desenfocado, se lee un anuncio sobre el pórtico de un almacén: Nowhere

Pero The Artist no es solo la historia de ese hombre confrontado por su destino. Es al mismo tiempo un retrato de los espectadores, que acostumbrados al ruido constante de miles de mensajes, vivimos a nuestra manera tan aislados del mundo como George Valentín.

Esta claro que la película, y no lo digo en su contra, aunque podría, es el material típico de los Oscar: una historia de superación en efecto entretenida (a pesar del juicio de aquel grupo de señoras), bien contada y con un mensaje edificante que te saca del teatro con una sonrisa en la boca.

Con todo, probablemente  la prensa ha hecho demasiada bulla al respecto: es una pregunta que vale la pena hacerse, pero eso ya es otra historia…








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