martes, 7 de agosto de 2012

Dos películas colombianas








Dos nuevos historias del cine colombiano. Una explora la fantasía y la otra la brutal realidad










Chocó de Jhonny Hendrix


El simple rumor de que venía una película sobre el Chocó me pareció emocionante. Un lugar tan abigarrado y hermoso debería dar lugar a imágenes e historias aún muy poco exploradas por la filmografía del país. Por supuesto, hubo que esperar su paso por los festivales de cine, donde al parecer le fue bien. Hasta que por fin se estrenó el pasado 3 de agosto y creo que, por lo menos en lo que se refiere a los paisajes, aquella expectativa se cumple de sobra: Jhonny Hendrix y su director de fotografía se detienen de una manera casi sensual pero al mismo tiempo rigurosa y naturalista, sin ensoñaciones, en ese mundo de verdes y ocres casi infinitos. En ese mundo de pieles oscuras y sonrisas luminosas. Su mirada es la del documentalista, de hecho el trabajo con los actores es notable: prácticamente todos son naturales y los que no lo son del todo, como es el caso de Fabio Restrepo, a quien vimos por primera vez en Sumas y Restas de Víctor Gaviria, se formaron justamente en el empirismo.  Hay secuencias fluidas y memorables que conmueven porque en ellas palpita la vida tal y como es.


Justamente  ese parentesco con el documental seguirá haciendo de Chocó una película importante y tal vez, aunque la palabra suene ceremoniosa, imprescindible. Porque no son solo las imágenes sino además las preguntas por problemáticas vitales de la zona, y del país, como la minería y la visión estereotipada y mezquina que persiste de la mujer como un apéndice del hombre. De hecho  Chocó, el personaje central de la historia, interpretado felizmente por Karen Hinestroza, es una representación alegórica de la región: de su belleza, que vive plano a plano encarnada en Karen o en los paisajes o en la piel y la sonrisa de la gente… Pero también es una representación de su miseria: de su descorazonadora falta de oportunidades, del saqueo al que la somete el país, el mundo entero… Vale la pena mencionar el ajuste de cuentas que la historia (no vamos a decir que el director) le hace a la cultura antioqueña, cuyo racismo ha menospreciado y explotado al Chocó de una manera casi sistemática.


Un aspecto que tal vez no está tan bien logrado en la cinta es la historia misma, y eso es serio considerando que hablamos de un argumental. Se me ocurre que la intención documental, por loable que sea, y los asomos de denuncia social dan al traste un poco con el hilo narrativo, le restan fuerza: en un episodio Chocó es la mujer maltratada, en otro es el pueblo carcomido por la minería, en otro es la antigua voz de la tradición, en otro es la magia de una tierra y una cultura, en otro es la presencia de la madre tierra, en otro sus costumbres…  Y la película se transforma en libro de estampas, dignas de verse todas ellas pero da la impresión de que tal vez quisieron meter mucha harina en el mismo costal y entonces el final, narrativamente, se siente un poco precipitado. Como si no se hubieran dado los pasos justos para llegar a él.


Sofía y el terco de Andrés Burgos





Este film es un respiro en medio de la marea de películas que vienen explorando la historia reciente de Colombia y su conflicto. Incluso a la luz de esa tendencia, y hablando exclusivamente de nuestro medio, casi que podríamos decir que es una propuesta arriesgada. La historia es muy sencilla: Sofía quiere conocer el mar pero no logra hacerlo porque su viejo esposo, el terco, vive encontrando pretextos para no emprender el viaje. El director, Andrés Burgos, ha declarado que la película tiene un poco el aire de Bresson y de Kaurismaki… A mi se me ocurre que podríamos ver también un poco  en este filme, en la simpleza de su historia, a un viejo maestro como Abbas Kiarostami, en particular  ¿Dónde esta la casa de mi amigo? E incluso, en su condición de road movie, recuerda en aquella gran película uruguaya que fue Whisky. Sin embargo hay también en Sofía y el Terco un aire onírico y fantasioso que la acerca al universo de Jean Pierre Jeunet y de películas concebidas para poner sonrisas en los rostros del público como Amelié


Un aspecto para destacar es la participación como protagonista de Carmen Maura, una de las míticas chicas Almodovar. Sin embargo creo que en ella es donde la película empieza a flaquear un poco. La historia esta basada en una novela del mismo nombre y escrita también por Burgos. Yo la desconozco y por lo tanto ignoro si en ella la protagonista también carece de diálogos. En efecto, Sofía nunca habla, pero no es que sea muda, es solo que los demás hablan por ella y su lenguaje es el de los gestos. En alguna entrevista Maura ha declarado que esa característica, su mutismo, fue la que le resultó atractiva en el guion. Es del caso adelantar que la historia se cuenta en muy pocas palabras, casi nadie habla. Pero en el caso de Maura yo tengo una teoría retorcida: su personaje no habla porque no puede hablar, porque es española y su acento sería injustificable en la historia de una mujer que vive en algún lugar de Antioquia y no conoce el mar… Claro, era más fácil tratar de argumentar desde el guion la ausencia de palabras… Pero Maura no logra salir nunca de una suerte de realidad paralela dentro de la película debido a su silencio, parece un personaje traído de otra parte que no logra encajar, como una silueta de papel puesta sobre un óleo.


Hay también, creo yo, un ligero exceso de ensoñación infantil en la película. Espero que no sea un achaque mio pero vivimos en un mundo que ha sobrevalorado a los niños, a su estética… por supuesto la niñez es un paraíso perdido y es una etapa hermosa, pero las generaciones que crecieron en el pleno auge de los medios masivos de comunicación la han convertido a estas alturas en un cliché que raya en el absurdo: muñequitos en todas partes, ternurita aquí y allá… Y creo que eso afecta un poco a Sofía y el terco: cuenta con la bondad de explorar una manera de contar nuestra realidad pero se acerca peligrosamente al escapismo insulso.

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