Hace unos días pasé el dedo sobre el lomo de los libros ubicados en el
estante destinado a las novelas. La idea era leer o releer aquella en la que se
el dedo se detuviera, al azar. Y el dedo, como una ruleta rusa, se detuvo
en otro de esos libros cuya lectura
había aplazado durante mucho tiempo por desdén: El club de la Pelea de Chuck
Palahniuk. Aunque creo que en esta oportunidad quien más desgano me producía
era el autor en sí… y siendo mucho más específico, me producían desgano sus
lectores… en fin, sin duda es un achaque más.
El caso es que
despaché el libro muy rápido: se trata de un volumen de algo más de
doscientas páginas de narración ágil y salpicada de diálogos que no opone mayor
resistencia. Ya hace unas semanas, tal vez preparándome sin saberlo, había
leído Error humano (Stranger than fiction), una recopilación de crónicas y
perfiles en las que Palahniuk se vale de
una escritura desabrochada y llena de imágenes muy al estilo de Hunter S. Thompson, Tom Wolfe
y en general los viejos maestros del Nuevo Periodismo. El libro es una suerte
de epítome de ese estilo que el tipo inició mucho antes en el Club de la pelea.
Me resultó extraño ir descubriendo esas imágenes tan bien
conocidas ya por la película: los grupos de apoyo, la casa decrépita usada como
fábrica de jabón, los sórdidos sótanos donde tienen lugar las peleas, los
aviones, la cocina en la que trabaja Tyler Durden, en fin. Y hay que anotar que
la películas en últimas fue bastante fiel al libro… lo cual a mi juicio
constituye un merito enorme porque
siendo así de fiel resulta considerablemente más entretenida… Sin decir que el
libro no lo sea, obviamente.
Algo que me llamaba mucho la atención era saber cómo estaba
resuelto en el libro el momento en el que el protagonista, de quien no
conocemos el nombre, descubre que él mismo es Tyler Durden. Recuerdo mucho el
desconcierto que me produjo ese momento en la película de David Fincher. Esta
bien que Fincher nunca muestra a Durden, al protagonista sin nombre interpretado
por Edward Norton, y a Marla Singer en el mismo plano, pero Pitt y Norton
aparecen juntos, acompañados por otros personajes que los reconocen como
personajes distintos en una infinidad de
ocasiones lo cual constituye, considero yo, un engaño imperdonable por parte
del director, quien sin lugar a dudas hubiera logrado un relato mucho más fino
y sorprendente si nos hubiera ido dando más pistas para comprender el trastorno
de personalidad del protagonista. Creo que se hubiera producido, como se
produce en, digamos, el Sexto sentido, un impacto mayor condimentado por el
hecho de que la evidencia del misterio siempre estuvo allí… pero no. La
película sencillamente, de un momento a otro nos dice: lo dos personajes son el mismo…Y en el libro
ocurre exactamente lo mismo.
Recuerdo a propósito de ello cierto cuento de P.D James en
el que un narrador en primera persona nos cuenta cómo presencia desde lejos un
crimen. Nos lo cuenta minuto a minuto. Y solo al final revela que su narración
es una mentira, y él es el asesino… Es un cuento decepcionante básicamente porque
es como si el autor nos contara de hecho una mentira. Nunca estuvimos ni
siquiera teóricamente en iguales condiciones para descubrir al criminal. Y no
lo estuvimos porque el narrador en lugar
de velar la información la cubrió con datos falsos. Todo lo contrario hicieron
siempre los grandes autores de misterio: darnos suficiente información como para que por nuestra cuenta supiéramos la
identidad del asesino o descubriéramos el misterio, no importa cuál fuera… y es allí donde falla el Club de la Pelea, tanto la
película como el libro, lo cual de todos
modos no le quita su lugar como uno de los intentos más felices de renovar el
ya antiguo cuento de Jekyll y Hide.
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