Navegando por las nostálgicas aguas de la radio y el rock 'n roll
La entrañable comedia de Richard curtis, otro capítulo en el cine de la historia de la radio y el rock.
Fuentes:
Richard Ellen; “On
the run”. Podcast diponible en la web: http://www.transdiffusion.org/radio/features/on_the_run_the
“British radio before the Caroline era”. Disponible en la web: http://www.radiocaroline.co.uk/#history_part_1.html
La escena puede
parecer exótica y lejana pero guarda una curiosa similitud con el mundo de
navegantes y de piratas virtuales en el que vivimos: en la Inglaterra colorida
de los años sesenta, cuando la BBC de Londres llevaba más de cuatro décadas
convertida en un imperio mediático incontestable, decenas de hombres al frente
de emisoras instaladas a bordo de barcos en las aguas heladas del Mar del
Norte, sin dios ni ley y fuera de la jurisdicción del gobierno británico,
dedican sus vidas a la radio transmitiendo 24 horas al día una música nueva,
extraña y corruptora de la moral llamada rock & roll. El tipo de vida que muchos quisieran…Por
supuesto, no pasa mucho tiempo antes de que
la Corona ponga todo su empeño en declarar la ilegalidad de esos medios,
escandalosamente libres, carismáticos y entretenidos, cuya señal llega a más de
veinte millones de ingleses, en su mayoría jóvenes y adolescentes baby boomers, aquella generación fruto
de la insólita explosión demográfica en Inglaterra y otros países anglosajones
luego de la Segunda Guerra Mundial. Esa generación que luego llevaría por
estandarte la rebeldía y la lucha por las libertades individuales.
El
encargado de contar en el cine la historia de esas emisoras, conocidas como pirate radios, fue Richard Curtis en The Boat
That Roacked (2009), una comedia sobre
la amistad y la música y una celebración de un medio que
curiosamente encontró el impulso definitivo para su desarrollo con el
hundimiento de un barco cuando en 1912, luego de tres días tortuosos, el
Titanic lograra transmitir por fin su angustiosa pero ya casi inútil señal de
S.O.S. La película cuenta con un elenco de comediantes y actores de ensueño que
le aportan gran parte de su encanto: Phil Seymour Hoffman, Bill Nighy, Nick
Frost, Chris Ifans, Emma Thompson, Kenneth Branagh… En fin. Curtis, valga
decirlo de paso, cuenta con el peculiar mérito de ser el creador de Mr Bean y firmó en 2011 el guion de Caballo de Guerra, película del
inesperadamente empalagoso Steven Spelberg. Escribió además comedias memorables
como Cuatro bodas y un entierro, Love Actually (que además dirigió), El diario de Bridget Jones y su secuela.
Aunque The Boat
That Roacked está ambientada en los años sesenta, la radio en realidad
comenzó su historia siendo pirata: cientos de aficionados y experimentadores a
finales del siglo XIX y principios del XX convertían el espectro radioeléctrico
en un enjambre de señales confusas que una y otra vez interferían en las comunicaciones
de los barcos, lo que en efecto ocurrió con el Titanic y aceleró la creación en
Estados Unidos de una ley para regular las radio comunicaciones solo unos meses
después del hundimiento. Algunos de esos aficionados están incluso involucrados
estrechamente con el desarrollo del cine, al punto de ser figuras paternales:
Lee De forest y Thomas Alba Edison, que recorrieron algún tramo del largo
camino por dotar a las películas de sonido, y que además de inventores eran
verdaderos hombres de negocios, invirtieron parte de su ingenio en tratar de
encontrar las aplicaciones comerciales del trabajo de Tesla y Marconi.
Pero el
esplendor de la radio pirata llegó en los sesenta con la eclosión de la música
pop. En esa Inglaterra llena de jóvenes, la siempre adusta BBC Radio solo se
permitía transmitir algo menos de una hora de música y vetaba a los artistas
que se presentaban en medios como Radio Luxemburgo, una emisora comercial
especializada en música y entretenimiento que amenazaba su imperio. Bastaron
solo unos años para que un puñado de emisoras comenzaran a transmitir desde
barcos, en aguas internacionales, especialmente en el Mar del Norte, para
evitar la jurisdicción de las leyes inglesas. Algunas, como Radio Carolina y
Radio London (que aún existen pero ahora
transmiten legalmente) se convirtieron en leye
ndas y sus DJ eran admirados como estrellas. Había que tomar cartas en el asunto…
ndas y sus DJ eran admirados como estrellas. Había que tomar cartas en el asunto…
Por
supuesto hay una gran similitud entre aquellos piratas que compartían la música que identificó a una
generación con los piratas virtuales que actualmente mantienen en ascuas a los gobiernos del mundo. En el fondo en
ambos casos nos encontramos con negocios que aumentan el patrimonio de alguien,
pero que al mismo tiempo benefician a millones de personas que pueden acceder
libremente a ideas y conocimientos que de otra forma no conocerían. Y como
sabemos perfectamente desde la invención de la imprenta, no hay mayor riesgo
para el status quo que la difusión
indiscriminada del saber.
Vale recordar
en este punto que parte del poder que se le atribuye a la radio radica tal vez
en el carácter in material del sonido que, a diferencia de lo que ocurre con
las imágenes, le permite cruzar todo tipo de barreras y viajar impunemente por
el espacio. En el Discurso del Rey,
la película de Tom Hooper ganadora del Oscar en 2010, Jorge V le advierte a su
hijo y sucesor que gracias al invento de la radio ahora el Rey entra en la casa de cada uno de
sus súbditos cuando pronuncia un discurso. Era un hecho y siempre hemos tenido
que correr con las consecuencias. Antes que la televisión y mucho antes que el
internet, las ondas hertzianas habían
invadido riesgosamente los hogares del mundo con su universo nostálgico
de sonidos y palabras. Fue a ese medio en todo caso al que primero se le
atribuyeron en el siglo pasado los efectos nocivos de la comunicación masiva.
Por ejemplo En Días de Radio la madre
le dice a Joe, el alter ego de Woody
Allen, que va a arruinar su vida si no
se olvida de la radio, que ya para finales de los años treinta estaba poblada
de relatos de superhéroes escabrosos y vengadores enmascarados; lo dice como
cualquier madre de hoy trataría de persuadir a su hijo de que se aleje de
Facebook o de Twitter. Con mucha frecuencia se cita también el poder de
convicción devastador de los discursos radiales de Adolfo Hitler y Joseph Goebbels,
su ministro de propaganda, sobre la confundida y débil conciencia de esa
Alemania que cargaba con la vergüenza de la derrota luego del Tratado de
Versalles y aun así se preparaba para la Segunda Guerra Mundial. Y durante los
peores momentos de los combates en el Frente Oriental tanto rusos como
ingleses, maestros de la guerra sicológica, usaban sus emisoras para martillar
una y otra vez el siguiente mensaje desolador: cada siete segundos muere un
soldado alemán en Stalingrado… En Colombia en particular, y lo podemos
comprobar en Confesión a Laura de
Jaime Osorio, todavía recordamos con asombro y tratamos de comprender las
consecuencias de la intervención de gente como Jorge Zalamea en la Radio
Nacional y de las emisoras clandestinas que incitaban a la insurrección y transmitían
los comunicados del Partido Comunista aquel nueve de abril de 1948.
Por último
queda recordar de nuevo al Rock como gran parte del espíritu que les daba vida
a aquellas emisoras piratas y como uno de los elementos más atractivos de The Boat that rocked. Esa música nacida
del blues siempre ha llevado un aire subversivo y comunitario y logra que en
ocasiones el espectador quiera olvidarse de la pantalla para ponerse a brincar
mientras suenan The Rolling Stones, The Turtles, The Who y hasta David
Bowie y mientras los personajes van por el barco haciendo air guitar como unos renegados inmaduros y encantadores.
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