La Soledad del Lector, David Markson
Hay libros que acechan
al lector hasta que se imponen. Aparecen
algún día en una conversación, de
manera casual e imprecisa, y luego regresan,
agazapados en un pie de página o
mirándonos ansiosos desde su estante en la librería. Y entonces ya no
queda más remedio que atender a ese llamado. Algo Así me ocurrió con La Soledad
del Lector de David Markson, libro que se
ha convertido en una suerte de furor en algunos círculos de lectores en América
Latina y España. Aunque moderadamente, eso sí. A mí por lo menos me tocó mandarlo
traer desde Bogotá, porque en las librerías de Medellín nadie había oído hablar
de él.
Publicado originalmente en 1996 con el nombre de Readers
Block (título que en lo personal considero más significativo que el de la
traducción), la novela de Markson apareció en el 2012 en el panorama de los
lectores hispanos gracias a la edición de
La Bestia Equilátera. Y al parecer, por lo que he leído, hace parte de
una trilogía. Mi entusiasmo inicial estuvo fundamentado en que pensé que se
trataba de un libro de ensayos: entre más pasa el tiempo más razones se me
ocurren en contra de las novelas. En fin,
achaques. El caso es que solo dos días después de haber hecho el pedido llegó a mi puerta un sobre con el volumen;
algo más de doscientas cincuenta páginas.
Una costumbre de lector romántico y estúpido que conservo tal vez desde la infancia es la de oler
minuciosamente los libros una vez caen en mis manos. Con los ojos cerrados,
para añadir un detalle aun más patético. Luego doy un repaso a las páginas para
darme una idea de a qué tipo de ladrillo
me enfrento. La Soledad del Lector olía bien, una mezcla de pulpa, pegamento y
tinta. Típico. Pero ante todo lucía
extraño. De principio a fin párrafos muy breves, incluso líneas, bien separados
unos de otros. Nada de capítulos ni apartados. La novela lucía más bien como un
libro de aforismos. Empecé a leer.
"El cadáver de Laurence Sterne fue vendido a una escuela de medicina por unos profanadores de tumbas. Casi lo habían diseccionado por completo cuando por casualidad alguien lo reconoció." David Markson.
Ante todo, y como
señala una cita de David Foster Wallace en la contraportada, La Soledad
del Lector es un relato experimental (el punto más alto en la ficción norteamericana,
continua diciendo Foster Wallace). No hay en ella nada de lo que uno habitualmente
espera encontrar en una novela. No hay diálogos, no hay hilo narrativo… casi
podríamos decir que no hay personajes a excepción de dos entes abstractos
llamados el Lector y el Protagonista de quienes no tenemos descripciones sino más bien hipótesis o preguntas: ¿Y por
qué el lector siempre visualiza el atardecer? (p. 147) ¿al menos el Lector tomó
una decisión acerca de darle al protagonista algún tipo de pasado? (p. 192) Pero
en realidad ninguno de los dos tiene cuerpo
ni carácter. Y sin duda no fue intención del autor que lo tuviera. Ellos están allí, tal vez, para hacernos dudar
en algún momento de quién es el verdadero creador a la hora de leer una ficción
y para dejarnos la pregunta de dónde
viven quienes habitan esas ficciones. O
tal vez no sirven para nada. Porque por momentos uno parece olvidarse de ellos,
hipnotizado por la marea de datos curiosos, absurdos y muy probablemente
inoficiosos sobre todo tipo de artistas y escritores y personajes históricos,
es como estar leyendo la Enciclopedia de Datos Inútiles de Homero Alsina Thebernet.
"Cuando Daumier tenía sesenta años, era indigente y estaba completamente ciego, Corot compró la casa que Daumier alquilaba y se la regaló." David Markson.
Markson nos habla de suicidios: Jack London se suicidó… Y
unas páginas más adelante: John Rigo se suicidó. Y luego: George Eastman se
suicidó. Nos habla de vidas miserables, de la gonorrea padecida por este o del
alcoholismo de aquel. Nos hace un censo minucioso y espaciado de antisemitas: Séneca era antisemita.
Tácito era antisemita. Chesterton era antisemita… Recuerda fragmentos breves de
obras célebres, etc., etc… Y todo lo hace con ese estilo raro y repetitivo de párrafos
brevísimos que dan la impresión de estar leyendo un timeline de Twitter. Y mucho
más aun: dan la impresión de estar repitiendo un mantra.
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