Páginas de un diario de viajes
Vista de Laguna Verde, Uyuni- Bolivia. |
Primera parte de un viaje a un lugar fascinante.
Llegué a Uyuni luego de un viaje alucinante de seis horas
por una carretera escarpada y polvorienta bordeada
de montañas de colores. Atrás quedaban las noches de fiebre y
carnaval en Oruro. Atrás quedaba Potosí con sus minas como fauces, sus pórticos
coloniales y sus calles heladas. Atrás quedaban también Paula y su refinado acento inglés: you ,tricky
colombian guy, me dijo antes de despedirnos, are you trying to scape from me?
Su mirada era de un azul intenso. Había dejado todo, su trabajo y su vida en Londres,
para irse a dar la vuela al mundo. Y había empezado por Sudamérica; ya llevaba
varios meses por estos pagos. La conocí en La Paz, camino a Chatalcaya, a unos
cinco mil metros sobre el nivel del mar: you are from Colombia, your balls
must be freezing. Queríamos continuar el viaje juntos, aunque solo fuera por
unos días más… Pero creo que ninguno se atrevió a proponerle al otro que
desviara su camino. O tal vez sabíamos que entre más pasara el tiempo más
difícil sería despedirnos… en fin. En esos viajes el único compañero en realidad es el camino..
Uyuni es un pueblo diminuto y modesto dominado por la enorme
estación del tren y asediado por
turistas de todas partes del mundo. Bares, restaurantes, hostales… Pero
sobretodo agencias de viajes, ese es el panorama en Uyuni. Yo llegué a las
cinco de la tarde cuando ya casi no quedaba dónde alojarse. Bolivia es un paraíso turístico subvalorado, eso hay que
decir muy enfáticamente en su favor; pero en su contra hay que mencionar el mal
servicio: en un restaurante fácil te atiende un niño mocoso y lleno de costras
en la cabeza, nadie sonríe. Esa tarde en los hostales era frecuente ver
letreros que rezaban más o menos esto: No hay habitaciones, no moleste. Daban
ganas de entrar y darle un coscorrón al administrador.
Luego de recorrer palmo a palmo el pueblo encontré alojamiento
en un hotelito que parecía una cárcel y me fui a buscar una agencia para
comprar mi tour por el salar. ¿Usted es colombiano? Sí ¿Y hacia dónde se
dirige? Después de cruzar el salar voy para Chile ¿Y no llevará algo en su
equipaje? Usted me entiende, los colombianos…Malparidos. Fui a buscar otra
agencia. Hasta donde recuerdo, los Bolivianos son lo más parecido a un
colombiano en el continente: si uno se descuida lo dejan desnudo. Ya en la
frontera con el Perú me había pasado algo similar: cuando escucharon que era
colombiano me condujeron por un corredor largo y oscuro al cabo del cual había
una oficina diminuta llena de folders. Sentado ante un escritorio un hombre
robusto y bajito: si quiere llegar a Bolivia me tiene que dar veinte dólares, es
un impuesto… obviamente le armé un escándalo y no pagué nada. Malparidos.
Luego de comprar mi tour, me fui a comer. Me esperaban tres
días de viaje por el desierto de sal más grande del planeta. Entré a un
restaurante italiano. Pedí risotto. Mientras aguardaba entraron don mujeres. No
les presté mayor atención, pero pronto oí a una de ellas decir: ¡amigo
cubano!!! Eran Ruth y Carmen, dos argentinas que había conocido en las minas de
Potosí. A ellas les pareció que mi sombrero y mi arsenal de manillas me daban
un aire muy cubano, y así me llamaron siempre: amigo cubano. Luego de comer
bebimos una cerveza y hablamos mierda durante un rato ¿Y cuando salís para el
salar, amigo? Nos cogió la media noche ahí sentados…
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