Después del Apocalipsis zombi alguien seguirá cortando el césped
El hombre se llama Rick Grimmes, lleva terciada una escopeta
y va montado sobre su caballo. Va en busca de su mujer y su hijo, indefensos y extraviados
en algún lugar incierto. Delante de él se extiende vacía la amplia autopista que conduce hacia la ciudad. A lo
lejos, los oscuros rascacielos se levantan como sombras. Al otro lado, apeñuscados
en el carril de salida, abandonados e inmóviles, centenares de carros devorados por el polvo. Aquí y allá los
cuervos picotean impasibles los restos de algún cadáver decrépito y reseco. En
ocasiones el cadáver se levanta y trata de alcanzar a Rick, quien no comprende
adónde diablos fue a parar el mundo…
La secuencia es uno de los momentos iniciales de The Walking
Dead, una de las novelas gráficas más populares de los últimos años, que cuenta
la historia de un mundo post apocalíptico infestado de zombis por una razón que
nunca nos será plenamente revelada . Se trata de un relato feroz en el cual
abundan las yugulares sangrantes, las vísceras y los sesos desparramados creado en 2003 por Robert Kirkman, a cargo de
los guiones, y Tony Moore, como dibujante. La obra, publicada por Image Comics,
fue premiada en 2010 en el Comic-Con Internacional de San Diego y el 31 de
octubre de del mismo año el canal AMC, conocido por éxitos de audiencia ya casi
legendarios como Mad Men y Breaking Bad, estrenó su adaptación a la televisión
a cargo de Frank Darabort, guionista de Pesadilla en ELM Street en lo que
constituyó un nuevo éxito puesto que The Walking Dead se convirtió de inmediato
en una nueva serie de culto.
La historia de The
Walking Dead la conocemos de memoria, aunque no siempre nos la han contado con
muertos vivientes: Rick Grimmes es un hombre joven de algo más de treinta años,
trabajador, respetuoso de las leyes, padre de familia y esposo ejemplar,
valiente y buen amigo. Podríamos
arriesgarnos incluso a decir que su
visión del mundo, al principio, es la de un demócrata… Podríamos estar hablando del
protagonista de la familia Ingalls (Little house in the praierie), de Daniel Boone o incluso de Pedro Picapiedra.
Rick es policía y en el cumplimiento de su deber recibe un disparo que lo deja en
coma al borde de la muerte y recluido en un hospital. Un día el hombre despierta
y descubre que el mundo tal y como él lo conocía ha desaparecido. Y en ese
mundo debe arreglárselas para cuidar a su familia.
Ante todo a la serie hay que reconocerle que en su primera
temporada, y muy especialmente en sus dos primeros capítulos, alcanzó un tono
desolado y sobrio digno de La carretera o de El Poder y la Gloria (en el cómic
esa sobriedad está muy bien acentuada por los dibujos a blanco y negro, que además
constituyen una salida muy a la manera de Hitchcock a los frecuentes borbotones
de sangre). Rick es un hombre común asediado por un mundo radical y absurdo,
pero lo que en McCarthy eran hordas de salvajes
caníbales y violadores y en Graham Greene crueles policías mexicanos de
piel cetrina, en The Walking Dead son caminantes: cadáveres que han vuelto a la
vida y que fuerzan a los sobrevivientes a convivir al límite, a enfrentarse
unos a otros y a revelar de esa forma que en un ser humano el lado más
espeluznante y brutal definitivamente se revela cuando esta en vida.
En este punto viene bien recordar que, como todo buen relato
americano, y no obstante las tripas desparramadas, The Walking Dead tiene una
profunda vocación didáctica y moralizante y en cada capítulo podemos encontrar
una revoltura de los temas que más obsesionan hoy en día a esa sociedad, y casi
podríamos decir a todo Occidente. La serie esta llena de acción (para aquellos a los que gusta la acción) con
abundantes elementos gore (para el público gore, que al parecer es enorme), y
funciona, moderadamente, como relato de terror… Pero en realidad pretende
mostrarle a Norte América sus propias miserias, en un tono más rimbombante de
lo que uno esperaría de un relato de muertos vivientes en el que por alguna
razón, a pesar de que van ya meses del apocalipsis, en todas partes el césped
siempre está bien cortado.
En De Caligari a Hitler, una historia psicológica del cine
Alemán, Sigfried Kracauer anotó que la
proliferación de tiranos y seres monstruosos y contrahechos del cine alemán en
los años veinte y treinta era la proyección de una nación que se sentía
manipulada y desvalida luego del abusivo Tratado de Versalles y veía en esas
figuras, con esperanza y temor, a alguien que manejara su destino. Los zombis han
terminado también por admitir una variedad de lecturas desde que en 1968 George
A. Romero estrenó La noche de los muertos vivientes. En principio muchos se
apresuraron a decir que aquellos muertos que regresaban de sus tumbas eran los
soldados caídos en la guerra de Vietnam dispuestos a atormentar a una sociedad
opulenta (y considerablemente republicana). Otros, aún más imaginativos que
Romero, adujeron que los zombis eran la representación de los peligros del
comunismo, que acechaban más que nunca a Norte América por aquellos días…
Romero ha repetido en innumerables entrevistas que todas esas interpretaciones
no corresponden a su intención, que no estaba más allá de hacer una película de
terror entretenida, pero lo cierto es que desde entonces los zombis han
adquirido una gran carga conceptual que los convierte en símbolo por excelencia
de la alienación (lo cual es evidente en El diario de los muertos donde Romero
mismo reflexiona sobre los desmanes de las empresas informativas).
En la primera temporada de The Walking Dead, por ejemplo,
una de las reflexiones más serias va entorno del verdadero papel de las mujeres
en un mundo lleno de zombis y de machos alfa… Ninguno, parecen concluir los
autores en un principio. Básicamente cocinar y lavar la ropa sucia, aunque
lentamente Andrea, uno de los personajes femeninos comienza a alzar la voz y a
verse tan fuerte como Rick o Shane, otro de los protagonistas. Nada más
políticamente correcto podía esperarse del país y la era de Hillary Clinton,
Sarah Palin y Condoleezza Rice.
También nos
encontramos en con una forzada alusión a la gran problemática de los
inmigrantes. De hecho los caminantes (walkers) son esos cadáveres que regresan
y ahora amenazan el tradicional y sólido modelo de vida de la familia americana.
Son inmigrantes, vienen del reino de los muertos, pero son inmigrantes que con su presencia arruinaron los valores y
las costumbres de quienes quedan vivos. Eso sí, entre el grupo de los vivos
también encontramos a un coreano y aun afroamericano para mantener por supuesto
el tono incluyente y abierto.
Pero como es típico en las historias de zombis, aquí nos enfrentamos a una de las más reconocibles
obsesiones norteamericanas: las armas. Es como si la serie fuera patrocinada
por la Sociedad del Rifle. Todo el mundo quiere tener una pistola. Y todos
quieren aprender a disparar, lo cual es comprensible en semejante mundo.
Cualquiera de nosotros quisiera aprender. Pero cuando a Carl, el pequeño hijo
de Rick de tan solo once años de edad empieza a llevar una 9 milímetros en la pretina uno recuerda aquella
canción de Aaron Lewis tan descriptiva del sentir americano: I love my
country, i love my guns.
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