Reseña conversada del último libro de Germán Castro Caicedo
Una cantina y un par de cervezas...
Me senté a hablar con un amigo. Fuimos a beber cerveza en el
Bar Colón, una de las cantinas más tradicionales de la ciudad. Coperas,
viejitos melancólicos, canciones de Los Cuyos, bocas oscuras despachando tragos
de aguardiente. En esas terminamos en un libro al que ambos llegamos por pura
curiosidad histórica… Mentiras, llegamos
a él por ociosidad, por la telenovela que transmite en la noche un canal
nacional. El libro es Operación Pablo Escobar de Germán Castro Caicedo.
Recuerdo que en una ida a la Librería Nacional me dejé llevar por la corriente
y compré el libro de Alonso Salazar, en el cual se basa la telenovela, y compré este…
-Yo honestamente no creo que Escobar sea un tema superado,
por detestable que resulte. Se me ocurre incluso que su sombra sigue
alargándose y que su proyecto de llegar al poder en efecto se hizo realidad
casi una década después de su muerte… y creo que aún no hemos podido reconocer
que de su barbarie fuimos cómplices todos en Medellín e incluso en el
país, por acción o por omisión.
Estaba sonando algo de Reinaldo Armas.
-Escobar es como una apoteosis del vivo.
- De acuerdo… y esa figura del vivo es de las cosas que más
daño nos ha hecho culturalmente.
-Yo creo que en lugar de decir que la imagen de Escobar no
nos representa, deberíamos restregárnosla en la cara, como hacen con los perros
cuando se cagan en media sala- dice Miguel antes de beber un trago de cerveza –, les restriegan la mierda en el hocico…
-A mí me pareció muy bien la manera como en el libro la voz
oficial de Hugo Aguilar va confirmando lo que todos sabemos: el Estado siempre
ha hecho la guerra de la mano de paramilitares. Para luchar contra Escobar se
aliaron con el Cartel de Cali, con los hermanos Castaño, con la familia de los Galeano…
-¿Sabés qué me llamó mucho la atención? ¿Te acordás de la
época de las masacres en las esquinas? Llegaban uno o dos carros llenos de
tipos encapuchados, paraban en cualquier esquina y acribillaban al que cayera…
-Claro… con decirte que por esa época soñaba con que yo mismo caía en una de esas.
Pero en ese sueño no me moría: recibía
los balazos y caía al suelo… y pasaba el tiempo, pero nunca me moría…
- Ah, es que uno nunca se muere en los sueños…
- Eso dicen.
- Bueno, me impresionó la desfachatez con la que Aguilar
reconoce que ‘en ocasiones esas fumigadas también las hacían ellos’, pero que
no siempre, como si así la cosa fuera menos grave.
-Los Rojos.
Los Rojos eran una especie de sub unidad dentro del Bloque
de Búsqueda. Cuarenta tipos vestidos de civil que llevaban a cabo operaciones secretas:
iban por ahí ajusticiando sicarios. Una suerte de grupo Glanton en el cual
Aguilar era como el juez Holden. Es célebre la anécdota de cuando estuvieron a
punto de capturar a Escobar en el Éxito de Colombia. También estuvieron a la
vanguardia en el operativo en el cual dieron de baja a Pinina.
-Uno a veces podría pensar que el recurso de Germán Castro
de dejarle el relato casi por completo a Aguilar es un error, pero el tipo
cuenta todo de una manera tan descarnada y reconoce tan fácil los errores que
cometieron y la corrupción en todos los niveles que antes al final la pregunta
es cómo es que el tipo hablo tanto…
-Claro, y se comprenden perfectamente también sus líos con la justicia
ahora por vínculos con paramilitares.
-Pero es que
volviendo a ese punto, recordá lo que el man dice: incluso una institución tan
de la entraña del sentir paisa como EPM era cercana a Escobar. Siempre se dice
que la clase popular era la que había idealizado al tipo y lo ayudaba, pero
sin la clase empresarial y dirigente, el
cartel de Medellín no hubiera logrado nada…
-Pues fíjate que con una sola llamada el man hizo nombrar a
uno de los hermanos Prisco en un cargo
importante en el Hospital San Vicente de
Paul.
-Hombre, es que lo más duro de la historia es que aquí la
legalidad y la ilegalidad son hermanos siameses. Comparten el mismo cuerpo.
-La industria de la construcción y la venta de arte en los
ochenta se movió con plata del narcotráfico, casi exclusivamente
El libro tiene dos partes: el relato largo de Aguilar Naranjo, que está salpicado por uno o dos testimonios de Popeye, y un epílogo
en el que la voz la tiene Escobar. Castro Caicedo viajó varias veces a Medellín para
encontrarse con el mafioso.
-El relato de la cacería de Escobar me pareció frenético,
muy entretenido. Hasta me acordé de Tropa de Élite, la película brasileña.
-Sí, sí, sí. Tiene un aire muy parecido. Es que es una
historia muy cinematográfica, toda llena de inflexiones y de historias más
pequeñas y de personajes… Recordá, por ejemplo al Agente Cirirí. Qué momento y
qué personaje tan especial: un infiltrado dentro del mismo Bloque de Búsqueda
que les iba poniendo trampas a los Rojos…
-Y qué tal la historia de las quinceañeras contratadas para
seducir agentes y luego echarles veneno en la comida…
-Pero el testimonio de Escobar también vale mucho la pena.
Además porque lo que dice históricamente corresponde bien con la realidad… y
hasta destapa cosas como la Guerra del Malboro, ese enfrentamiento entre
contrabandistas de cigarrillo que se vivió en Medellín a principios de los años
setenta.
-Incluso el man cuenta algo que me parece que continua ligeramente
con la tradición narrativa del Realismo Mágico: a principios de los ochentas,
en el pleno auge de la relación de Noriega con el Cartel, esas caravanas de
mafiosos trotando y haciendo deporte por las calles principales de Ciudad de
Panamá, seguidos por una corte de putas caras y guardaespaldas en carros último
modelo y en motos.
-Eso es el Otoño del Patriarca, ome…
-No en vano por esas épocas García Márquez estuvo haciendo gestión
para que el gobierno de Belisario negociara con Pablo…
- Yo en ese señor no creo, ese estaba haciendo gestión pero
para el Nobel de Paz…
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