sábado, 15 de septiembre de 2012

Cerveza y libros

Una visita a la Fiesta de Libro de Medellín





No soporté las ganas de ir a la Fiesta del libro. El año pasado  la evité, estoicamente, a pesar de uno o dos invitaciones de un viejo amigo a beber café y a hablar babas. Pero este año acudí, como un borrego. Por alguna razón que no alcanzo a descifrar, llevaba en mente comprar algún libro de Efe Gómez. Llegué al Jardín Botánico y empecé a internarme por los caminitos, abarrotados de gente en medio de los stands. Sin lugar a dudas, el gran acierto de esta feria es el sitio, un jardín con libros… otra evidencia de que si hay alguna ciudad a la que quiere parecerse Medellín, definitivamente no es Bogotá sino Barcelona.
 

Me acerqué primero al sitio de la editorial de la Pontificia Bolivariana. Recuerdo como si fuera ayer las ediciones que hicieron a mediados de los noventas de Fernando González y de Efe Gómez. Recuerdo muy especialmente el olor de esos libros cuando los leía mientras aguardaba a que empezara alguna clase en la universidad. Y tenía la esperanza de encontrar algo que no hubiera comprado entonces… no había nada. Renuncié a Efe. Lo otro sería buscar en una librería de usados, pero hace mucho no soporto la idea de comprar libros viejos. Algo similar me pasa con los libros de las bibliotecas: cada vez soy más consciente de que se trata de una ensoñación boba, pero  creo que un libro es un objeto íntimo. Su olor, su tacto, su voz… es casi como una pareja que no se quiere compartir, o por lo menos no con todo el mundo.


Algo de lo creo ser también consciente es que la industria del libro es por lo menos tan detestable como cualquier otra. No en vano Marshall Mc Luhan postuló al libro como el primer objeto por excelencia de la cultura de masas. Un objeto de consumo, producido en serie, como un par de zapatos. Y mientras avanzaba entre los stands, abarrotados de métodos para  todo,  de best sellers abominables como Cincuenta sombras de Gray, de ediciones de bolsillo de Dickens, de Tolstoy, de Nooteboom,  me preguntaba si ese mundo idealizado de los libros no se nos ha convertido en otra promesa falsa de felicidad y auto realización…


El caso es que, de ser así, yo soy uno de los compradores de esa promesa. Y quería comprar varias. Así que en primer lugar me hice al Libro de las Matemáticas de Cliffor A. Pickover. Siempre he deseado volver a las matemáticas. Uno de mis proyectos es retomar con juicio el Álgebra de Baldor; lección por lección, ejercicio por ejercicio…Luego me encontré con el Larousse de los Vinos en un precio casi absurdo; al parecer los tipos estaban rematando para devolverse a Bogotá muy livianos… En la Librería Nacional encontré la Historia de la Belleza de Eco. No dudé una fracción de segundo en llevármela. ‘Es el libro más acechado hoy’, me dijo la vendedora, ‘pero nadie se lo ha querido llevar’. Un poco más allá, también en una librería bogotana, encontré la Historia de la fealdad… mitad de precio… Siempre he pensado que uno no se puede precipitar con los libros, por que luego se entera de que pasan estas cosas... De hecho hace menos de un mes compré Se desataron todos los infiernos, de Max Hastings y aquí lo vi en la mitad del precio también…


Estaba pagando Civilización, Occidente y el resto cuando apareció Camilo, un viejo compadre… Nos fuimos a beber cerveza.

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