Kitchen, en la colección Fábula de Tusquest Editores.
Tengo la impresión de que este libro me ha estado esperando
durante muchísimo tiempo. Lo he visto siempre ahí paciente en el estante desde que Tusquets
publicó la segunda edición en español en el ya remoto 1994. Eso ahora es por lo
menos más de media vida. Por entonces ahorraba mis insignificantes ingresos para
comprar cuanto libro podía. Y recuerdo que sentía especial debilidad por la
colección Fábula. En ella leí por primera vez a gente como Luis Sepúlveda,
Boris Vian, Malcolm Lowry… En fin. Allí estaba también Banana Yoshimoto, la
jovencita de veinticuatro años que en 1988 había deslumbrado al mundo con esta
breve novela titulada Kitchen. Ese deslumbramiento me producía desconfianza.
Creo que en el ámbito de la literatura, como en cualquiera
otro, existe cierta propensión hacia la frivolidad y la ligereza. Tal vez más, incluso. Por esa razón siempre he
practicado la sana costumbre de desconfiar de las revelaciones o de los mesías literarios. Y aunque cada vez soy más laxo y
sucumbo pronto a los embates de la mercadotecnia cultural, suelo esperar por lo
menos unos años antes de prestarle atención a lo que el statu quo literario dictamina
que hay que leer.
Con Banana Yoshimoto me ocurría además que era otro de los
estandartes de la absurda, y sin duda superficial, adoración que occidente
rinde a la cultura oriental. La prensa la vendía, y lo hace aún, como una gran
heredera de la tradición literaria japonesa. Y yo me preguntaba, y me sigo
preguntando, si alguien que cumpliera cabalmente con ese título alcanzaría a
ser tan masivamente leído y vendido. Me atrevo a pensar que gente como Tanizaki
o Akugatawa, incluso Yukio Mishima, escritores japoneses por excelencia, son
moderadamente leídos hoy.
Inevitablemente en nuestros tiempos cuando las personas
compran frenéticamente un libro lo hacen más movidos por el impulso de la moda y
por la presión mediática que por la convicción y el conocimiento… En 1999 por
ejemplo el Ulises de Joyce se convirtió en un insospechado bestseller debido a
que la prensa molió una y otra vez el anuncio según el cual los críticos de
todo el mundo habían elegido esa novela como el mejor libro del siglo XX… Y
claro, la gente salió a comprarlo en trapisonda como si se tratara de una
entrega de Harry Potter o de otra novela de Pablo Cohelo… Yo hubiera pagado por
verles la cara a muchos de ellos después de las primeras cinco páginas.
El caso es que este fin de semana dejé por fin a un lado el
prejuicio y le hinqué el diente a la famosa novela de Yoshimoto. La historia es
sencilla: Mikage, una joven universitaria queda sola en el mundo luego de la
muerte de su abuela, su refugio entonces es la cocina de su solitaria casa, y su
única compañía la nevera. Conmovidos, Yuichi y Eriko, su madre (descrita como
una mujer de belleza excepcional) deciden invitarla a vivir con ellos: muy
pronto Mikage descubre que Eriko es en realidad un hombre, un travesti. Entre
los tres personajes, profundamente solitarios cada uno a su manera, se crea pronto
una relación de gran cariño y respeto.
En efecto el ritmo de la narración es lento y sosegado, como
se nos repite hasta el cansancio que es el espíritu oriental, y esta cargado de
un tono nostálgico con cierto aire poético aquí y allá. El relato, que solo
abarca unas ciento cincuenta páginas se va sin que uno siquiera se dé cuenta y
alcanza algunos momentos verdaderamente bellos. Comprendo perfectamente por qué
miles de lectores hayan terminado por convertirla en una novela de culto: es
una historia que le habla a hombres y mujeres de hoy, hombres y mujeres para
quienes relacionarse es cada vez más difícil debido al mundo tumultuoso en el
que vivimos.
Pero tanto tiempo después compruebo lo que siempre sospeché:
Kitchen es un libro hecho a la medida para cierto público contemporáneo afecto a la lectura pasiva. Un relato
ligero (casi al punto de poder ser llamado light en el mal sentido del
término); adobado con toques de romanticismo y melancolía muy bien aprendidos
del cine y con el mismo aire occidental del Tokio Blues de Murakami, quien es
una influencia más que obvia en Yoshimoto; así como también es una influencia Kazuo
Ishiguro. Y ambos escritores, al margen de su calidad (aunque
enfatizando que The remains of the day es una gran novela) no son precisamente
continuadores de la tradición literaria nipona. De hecho son producto de la
estrepitosa irrupción de Occidente en esa cultura. En Murakami es de sobra más
evidente la influencia de Scott FitzGerald, que la de Kawabata y en Ishiguro
encontramos más ecos de Henry James que de otro autor oriental. En su mayoría
la obra de estos narradores puede situarse en otro contexto cultural y seguir intactas. Lo
cual no es una falta, incluso tiene cara de virtud, pero es además un indicio
de que en ellos, como en Banana Yoshimoto, su pretendido espíritu oriental es
mucho más un gancho publicitario que una cualidad real.
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