Beckett
Borges
Lentamente he vuelto a mi vieja afición por la caricatura.
Creo que el dibujo en general es una de las formas de la felicidad. Es un
placer sobrio, pero duradero. La caricatura en particular es además un juego.
Hace poco leí en cierta revista un ensayo en el que su autor, pretenciosamente, decía que la escritura, y tal vez la lectura, eran las únicas formas verdaderas de hacer silencio y estar consigo mismo… Son muy curiosos, casi infantiles, esos esfuerzos por sacralizar ciertos oficios. Lo recuerdo en todo caso porque es evidente que el tipo nunca intento dibujar o pintar… o componer, diría tal vez un músico (o cocinar… en fin).
Hace poco leí en cierta revista un ensayo en el que su autor, pretenciosamente, decía que la escritura, y tal vez la lectura, eran las únicas formas verdaderas de hacer silencio y estar consigo mismo… Son muy curiosos, casi infantiles, esos esfuerzos por sacralizar ciertos oficios. Lo recuerdo en todo caso porque es evidente que el tipo nunca intento dibujar o pintar… o componer, diría tal vez un músico (o cocinar… en fin).
Estos dos personajes, además de entrañables, son muy caricaturescos ¿De Borges qué puede decir uno sin redundar…? Me gusta recordar esa anécdota
según la cual el tipo, consciente de su magnetismo y del mito en que se estaba
convirtiendo, declaró en una entrevista que Borges era una invención de Adorfo
Bioy Casares y Alfonso Reyes, que en realidad eran los autores de sus obras, y
que él solo era un actor, Aquiles Scattamasha (o algo así), interpretando el
papel del escritor ciego. Quería convertirse a sí mismo en una especie de
Shakespeare o de Homero.
De Beckett lo único que se me ocurre decir ahora es que
quisiera haber visto muchas más veces “Esperando a Godot”.
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