El gran director de Seven ahora tras la pista de otro asesino.
Es una lástima decirlo, pero no hay remedio: David Fincher dio un paso en falso con Girl
with the dragon tattoo y tal vez haya que agregar que por ahora queda
muy poco del director sorprendente y recursivo de la década de los noventas… A
mí nunca se me va a borrar la fascinación que sentí la primera vez que vi Seven,
ese film oscuro, lleno de guiños a la historia de la literatura y con ecos del Jorge Luis Borges de La muerte y la brújula.
Se me ocurre eso sí que tal vez buena parte de la grandeza de
Fincher radica en que los espectadores que lo encumbraron y llegaron
casi a idolatrarlo (quien escribe, por ejemplo) pertenecen a una generación que
apenas vivía su primera juventud y tenía la adolescencia aún pegada a los
talones cuando vio esos primeros trabajos, hoy considerados de culto: El
juego y El Club de la Pelea (más allá de la novela de Palahniuk) de hecho son películas indiscutiblemente
pensadas para alborotar la testosterona y llenas de giros forzados a las que
justificamos y queremos por razones más emotivas que cinematográficas.
En la década pasada Fincher filmó La habitación del pánico,
que no merece mayor atención; y Zodiac, a juicio de los entendidos
una ‘obra de madurez’ (lo cual puede interpretarse también como ‘un ladrillo
insoportable’), donde se le va la mano
en no complacer el morbo y las reacciones a flor de piel tan explotadas
en toda su filmografía. En 2008 vimos El curioso caso de Benjamin Button,
una historia entretenida con cierto aire a producción Disney, que
lastimosamente, pero con razón, llamó la
atención más por los sofisticados efectos especiales usados para envejecer y
rejuvenecer a Cate Blanchett y a Brad Pitt.
The
Social Network en 2010 fue una propuesta estimulante: ceñuda
y austera como Zodiac, pero al mismo
tiempo ágil, nos permitió ilusionarnos cuando Fincher anunció que su próximo
proyecto se inspiraba en Los hombres que no amaban a las mujeres,
la primera novela de la trilogía Millenium de Stieg Larsson.
Girl with the dragon tattoo se perfilaba como un retorno al
cine electrizante del Fincher de los noventa considerando que la novela de
Larsson, si hacemos a un lado sus farragosos primeros tres capítulos y el
estilo siempre ramplón, resulta bastante potable con su exploración de las perversiones
de la sociedad sueca y con Lisbeth Salander, carismática como pocos
personajes de la cultura popular en los últimos años. Pero algo no marchó bien.
Stieg Larsson ha sido generosamente equiparado por Mario
Vargas Llosa con los grandes novelistas de folletines del siglo XIX,
con Alejandro Dumas en particular. La afirmación parece
exagerada, pero no carece de sentido. El sueco construye una trama vasta y
minuciosa que fluye por medio de personajes esquemáticos, pero bien
dibujados por sus circunstancias, a quienes su pasado dota de una determinación
admirable que mueve la acción del relato de manera frenética. En ese contexto
la apreciación del premio Nobel peruano resulta comprensible: también Athos, Porthos, Aramis y D'Artagnan pueden
parecer planos y caricaturescos, pero las acciones que desencadenan con su
determinación y su valor constituyen una crónica tan colorida y completa de la
Francia de Luis XIII que muchas faltas quedan
compensadas. Y Larsson nos muestra, con el pretexto de una extraña serie de
crímenes, un panorama completo de las relaciones de poder, de las imposturas,
de la corrupción y la xenofobia de una sociedad que es como un sepulcro
blanqueado.
Por supuesto, es una insensatez juzgar una película por su parecido con
el libro, pero en este caso la comparación nos sirve para comprender que lo que
falla en Girl with the dragon tattoo es que Fincher, a
pesar de que su película dura más de dos horas y media, despoja al relato y a
los personajes de buena parte de esas circunstancias que les dan sentido en el
libro. Algunas acciones, como la búsqueda de Harriet en los desiertos de
Australia y el proceso del industrial Wennerström, quedan tan resumidas que no
aportan casi nada. Solo se ve la superficie: los crímenes y la presencia
extravagante de Lisbeth, cuya faceta de hacker casi se pierde. Es como ver solo
la piel del tigre.
Incluso habría que reconocer que, con lo limitada que resulta, la
adaptación sueca de 2009 a cargo de Niels Arden Oplev es de
sobra mejor lograda (mucho más entretenida, por lo menos), en buena medida
debido a que Noomi Rapace interpreta a una Lisbeth Salander
mucho más convincente y más llena de matices que el soso e inexpresivo
personaje creado por Rooney Mara..
intentaré ver la película, ya que supuse que esta versión iba a ser un poco floja, no me desanima el comentario, solo refuerza lo que ya antes había intuido, sin embargo me intriga ver la manera en la que un nuevo director describe la historia y la manera en que estos actores desarrollarán los ya bien ejecutados personajes. Espero no sea muy somnífera la experiencia y no pierda el viaje a Bogotá.
ResponderEliminar... Estoy seguro de que el viaje valdrá la pena y la película también... Igual creo que también hay razones emotivas que pueden lograr que uno aprecie una película, así no sea del todo buena. También esta la posibilidad de que mi apreciación no haya sido tan precisa... Muchas gracias por comentar. Hasta luego.
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