The Artist, la reciente sensación cinematográfica, nos demuestra que en en el cine las viejas maneras de narrar están aún lejos de agotarse.
Fui a ver The Artist luego de esperar con ansiedad
durante varios meses. Esperé, como todo el mundo, con la tentación de la piratería respirándome en
el cuello. Y con el temor de que si la película no obtenía alguna nominación al
Oscar, jamás la veríamos proyectada en nuestras salas. Por suerte eso no
ocurrió, y por el contrario esta cinta
de Michel Hazanavicius cuenta con nueve nominaciones, entre ellas a mejor
director y a mejor película. Una nominación al Oscar, no está demás aclararlo,
es con frecuencia una razón suficiente para sospechar de la verdadera calidad
de un film, pero es una garantía de que será mundialmente bien distribuido.
En la entrada del teatro había un cartel enorme en el
cual se leía una cita según la cual The Artist era ‘totalmente entretenida’.
Eso me dio mala espina, pero obviamente seguí adelante. Compré mi boleta y
entré a la sala casi vacía. Por alguna razón no pasaron como es habitual los trailers, cosa que me
molestó bastante: esa es una de mis partes preferidas de ir a cine, los trailers.
En Fin. Comenzó la proyección y la cosa pintaba bien cuando al cabo de unos
veinte minutos las señoras que estaban detrás mio comenzaron a murmurar acerca
de la calidad de lo que estaban viendo…
Solo unos minutos después vi al grupo de ancianas
bajar las escalas pesadamente ayudándose las unas a las otras: ‘quién se va a
quedar viendo esta caspa’, dijo una de ellas.
The Artist, como ya lo han repetido los medios, es la
historia de una estrella del cine mudo, George Valentin, que se queda sin
trabajo cuando la innovación del audio irrumpe en la industria. Con ese
argumento es inevitable pensar de inmediato en películas que exploraron la
misma idea: Sunset Boulevard (El crepúsculo de los dioses) de Billy Wilder y
Boogie Nigths, la deslumbrante película de Paul Thomas Anderson sobre el ocaso
de una estrella porno a finales de los años setenta debido en parte a la
llegada del video. Pero en realidad el argumento es solo un pretexto para
abordar un asunto más complejo y actual: Valentin, que a pesar de su condición
de superestrella podría ser cualquier hombre, cualquier ser humano, encarna la
paradoja de ser incapaz de salir de sí mismo y comunicarse con el mundo, aunque tiene a su alcance un medio que lo pone en contacto con millones de personas.
Esta encerrado dentro de sí, sitiado por el orgullo y el miedo. Por eso el
silencio, lejos de ser un mero asunto estilístico, es el mayor recurso
expresivo de la historia; al punto que en algún momento cierto personaje le recrimina al protagonista: ¿¡Por qué no puedes hablar!?
Como Spielberg, que decidió rodar la Lista de Schindler
en blanco y negro para serle fiel a los documentos fílmicos sobre la segunda
guerra mundial, Michel Hazanavicius prefirió hacer su película recurriendo a
todos los ingredientes del cine mudo: el silencio, obviamente, la
gesticulación, la música. Pero en particular a esas metáforas visuales sutiles tan usadas
por Einsenstein y Griffith para hacer hablar las imágenes de otra manera. En
uno de los momentos más dramáticos de la película, por ejemplo, Valentin levanta
la sábana que cubre cierto objeto y se
encuentra con unas estatuillas: el mono que se tapa la boca para no hablar, el
que se tapa los oídos para no oír y el que se tapa los ojos para no ver: esa
imagen es su propio reflejo, su historia. En otro plano el protagonista camina a
la deriva por la calle y en el fondo, casi desenfocado, se lee un anuncio sobre
el pórtico de un almacén: Nowhere…
Pero The Artist no es solo la historia de ese hombre
confrontado por su destino. Es al mismo tiempo un retrato de los espectadores,
que acostumbrados al ruido constante de miles de mensajes, vivimos a nuestra
manera tan aislados del mundo como George Valentín.
Esta claro que la película, y no lo digo en su contra,
aunque podría, es el material típico de los Oscar: una historia de superación en
efecto entretenida (a pesar del juicio de aquel grupo de señoras), bien contada
y con un mensaje edificante que te saca del teatro con una sonrisa en la boca.
Con todo, probablemente la prensa ha hecho demasiada bulla al respecto:
es una pregunta que vale la pena hacerse, pero eso ya es otra historia…
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