
sábado, 28 de mayo de 2011
El último día del año en la Isla del Sol

sábado, 21 de mayo de 2011
La Conjura de los Necios, de John Kennedy Toole

Llegué a la página cien y entonces comencé a comprender: lo mío era la impaciencia de un lector caprichoso, porque la forma de narrar era el recurso más adecuado que el autor había podido encontrar para contar su historia: sin esa narración pausada nada habría resultado verosímil; y aún más: los personajes habrían terminado convertidos en una serie de caricaturas más bien grotescas. Unas cuantas páginas después supe que “la Conjura de los necios” tenía una maestría narrativa similar a la de cualquier novela de Dickens. Casi todos los elementos de la historia estaban cuidadosamente dispuestos para contribuir al desenlace, nada era gratuito. La novela hacía una contorsión esplendida para morderse finalmente la cola.
La acción transcurre en Nueva Orleans, con sus calles vibrantes de jazz y de gente de raza negra. Ignatius J. Reilly, protagonista de la novela y uno de los personajes más memorables de la literatura de las últimas décadas, es un hombre de treinta años, enorme e inimaginablemente gordo, que luego de terminar la universidad se encierra en su habitación para dedicarse a la redacción de una vasta obra que denuncie la atrocidad del siglo XX. Un siglo que va mal porque carece de teología y de geometría. Ignatius es un onanista frecuente; escribe incansablemente en sus cuadernos Gran Jefe; vive en la casa de su madre; no trabaja y tiene serios problemas con su válvula pilórica, lo cual lo hace víctima de repetidísimas y sonoras flatulencias. Creo que está completamente loco, como Don Quijote, con quien muchos quieren compararlo. Junto a él nos encontramos con un puñado de personajes también extraviados en sus propias vidas: Mancuso, un policía demasiado torpe que nunca logra hacer un arresto a pesar de que va por las calles de Nueva Orleans pretendiendo camuflarse ataviado con los más absurdos disfraces; Jones, un negro que para evitar la cárcel debe aceptar un trabajo como barrendero por el cual recibe menos de la mitad del mínimo; Gus Lavy, un millonario agobiado por su padre muerto, cuya memoria se perpetua en la patética fábrica de ropa interior que le dejó por herencia; La Señorita Trixie, una anciana que se pasa la vida durmiendo en su puesto de trabajo y soñando con el día de su jubilación… Un personaje que merece una mención especial es el de la antigua novia de Ignatius y su alter ego, la ultra feminista Mirna Mirnkof. Él la detesta, y desearía ser un negro enorme para “empalarla” con un miembro especialmente descomunal, pero no puede evitar mantener con ella una extraña relación epistolar… Ambos están igual de mal de la cabeza y emprenden cruzadas para la defensa de disparates tales como la moral y la decencia.
Todos los personajes de “La Conjura de los Necios” son ridículos casi hasta la risa, sin embargo, son a la vez tan humanos que en ocasiones dan ganas de llorar. La historia de su autor, John Kennedy Toole, también es conmovedora y raya en el absurdo.
“La Conjura de los Necios” fue escrita hacia 1962 luego de que su autor prestara servicio militar en Puerto Rico. Kennedy Toole envió el manuscrito a numerosas editoriales pero fue rechazado unánimemente, lo cual le produjo tal impacto psicológico que en 1969, a los 31 años y profundamente deprimido, se suicidó seguro de su incompetencia como escritor.
Luego de su muerte, su madre, Thelma Toole, encontró el manuscrito y se empeñó en encontrar quién lo publicara, lo cual logró en 1980 gracias al apoyo decidido de Walker Percy, quien vio en la novela la genialidad que los demás necios editores habían preferido ignorar.
“La Conjura de los necios” ganó el premio Pulitzer y se convirtió en un gran éxito editorial en varios países. Hoy es considerado uno de los grandes clásicos de la literatura en la segunda mitad del siglo XX. Yo sencillamente lo considero uno de los libros más entrañables que he leído en la vida.
sábado, 14 de mayo de 2011
Apuntes para una Historia del Culo
Salvador Dalí
Llevo un buen rato siguiendo cuidadosamente la programación de E! Entertainment Tv. Ahora mismo un hombre conocido como The Butt Surgeon, el cirujano del trasero, describe su técnica para dar a los afamados traseros de las estrellas de Hollywood la tonicidad y el volumen propios de una época que según él da casi tanta importancia a los traseros como a los senos…. Busco un poco de material para escribir acerca del cuerpo femenino, sobre su desnudez, sobre su significado, pero muy específicamente sobre esa parte de su anatomía que le ha dado forma y carácter desde las más primordiales épocas de la prehistoria, que ha extraviado corduras e inspirado versos tan lascivos como aquellos de Iriarte:
Con licencia del talle, que es modelo/Propuesto por Cupido a la hermosura,/ y de esa grata voz cuya dulzura/ de un alma enamorada es el consuelo/juro que nada en tu persona he visto/como el culo que tienes, soberano,/grande, redondo, grueso, limpio, listo/culo fresco, suavísimo, lozano…
“This is a very serious business”
Robert Capa, escenas de gurra

“If your pictures aren't good enough,you aren't close enough"
Robert Capa
Es una mañana fría. La marea esta baja pero las olas golpean con fuerza los pesados cruceros, los acorazados y los tanques anfibios Sherman, que no soportan los embates ni su propio peso y uno a uno empiezan a hundirse. Miles de soldados anónimos, con el rostro acribillado por la llovizna, avanzan en las innumerables lanchas de desembarco aferrados a sus rifles envueltos en bolsas plásticas; muchos de ellos vomitan debido al terror que les exprime el estómago, sobre sus cascos empiezan a zumbar las primeras balas. El mayor grita sus últimas instrucciones.
No hay alternativa: un poco más allá de la playa, Omaha Beach, emplazada en lo más alto de los acantilados, la artillería alemana aguarda el momento de escupir su fuego. Es el seis de junio de 1944: las tropas aliadas, dispuestas con sus miles de embarcaciones ante las costas de Normandía se disponen a invadir la Europa continental, es la operación Overlord también llamada el día D. El Objetivo es conjurar de una vez por todas la amenaza nazi.
viernes, 13 de mayo de 2011
Cindy Sherman y la Máquina de follar

…rodillas de nylon, muslos de nylon, y esa zona pequeña donde terminan las largas medias y empieza justo esa chispa de carne. Era todo culo y tetas, piernas de nylon, risueños ojos de límpido azul...
Charles Bukowsky
Antes de comenzar a escribir, y luego de revisar alguna bibliografía, quise cumplir con el viejo ritual contemporáneo de consultar el oráculo. Encendí el aparato, me conecté. Hace algo más de dos mil años era Delfos pero ahora en la pantalla blanca se leían las seis letras nítidas: Google; debajo de ellas tecleé el nombre de mi consulta. Click: Cindy Sherman. En la pantalla del computador me encuentro con imágenes de muñecas y maniquíes que me recuerdan cierta idea de Erick Fromm. En uno de sus ensayos más lúcidos, El Arte de Amar, el sobresaliente alumno de Freud nos advierte acerca de los rasgos más acentuados en el carácter de todos aquellos que crecimos inmersos en la sociedad tecnificada y anónima, abundante en medios y productos, que se formó luego de la revolución industrial (e incluso, como quiere Mc Luhan, luego de la imprenta): así como a nuestros antepasados se les fue la vida distinguiendo los frutos y las raíces dulces y nutritivas de las amargas y venenosas, y reconociendo los caminos apacibles de aquellos acechados por las bestias, a nosotros se nos va la nuestra en una interminable y probablemente vana selección de productos. Seleccionamos el desodorante, con mayor o menor cantidad de alcohol, la camisa según el cuello, el café según el nivel de cafeína, el carro por su consumo de gasolina… y nuestra percepción, dice Fromm, se ha transformado de acuerdo a aquel hábito propio de la sociedad de consumo, al punto que ahora no solo aplicamos parámetros comerciales para nuestras compras sino que nos relacionamos con la gente aplicando esos parámetros, esperamos que nuestros amigos sean inteligentes, nobles, con buen sentido del humor… Y nos hemos ido convirtiendo a nosotros lentamente en seres prefabricados, que pretenden ser tan relucientes, efectivos, bonitos y asépticos como un tarro de shampoo.
De Medellín a Machu Picchu, indocumentado y pobre (II)
De Medellín a Machu Picchu, indocumentado y pobre (I)

jueves, 12 de mayo de 2011
Casi Famosos, de Cameron Crowe

viernes, 6 de mayo de 2011
¡Ya hice amigos en Sudáfrica!
El vuelo estaba retrasado, pero faltaba muy poco para que abandonáramos Jhoannesburgo. Passport, please. Adelante de la fila mis compañeros extendían juiciosamente el documento. Yo saqué el ticket de entre un libro de J.M Coetzee (“Desgracia”…) y me llevé la mano al bolsillo de atrás: enseguida sentí un frio en el estomago que me subió por el pecho y me llegó hasta la boca. Se me entumeció la lengua. Luego busqué apresuradamente en los demás bolsillos, en la mochila. Passport, please. Me hice a un lado de la fila. ¿Qué pasa? Preguntó José. Boté el pasaporte. Vacié mis bolsillos y la mochila. Nada. José estaba pálido, era el guía del tour y ya en sao Pablo se le había perdido un viejito en el aeropuerto Garhulas: Cuando llegamos al hotel todos empezaron a extrañar vagamente a don Q. Oigan ¿No falta uno de los viejitos? ¿Si? ¿Cuál? Pregunté. El bajito, morenito de gorra ¡Mírelo! No, ese no, hombre. Don Q Se había quedado esperando su equipaje y cuando lo encontró ya todos nos habíamos ido para el hotel, exhaustos, luego de aterrizar a las cuatro de la mañana y esperar para sellar el ingreso al país por más de dos horas. Lo encontramos por casualidad arrastrando su maleta por uno de tantos pabellones, a la deriva ¿Ya nos vamos? Preguntó cuando nos vio. Sí, señor, venga antes de que nos dejen…
¿Y quihubo? ¿Nada? No, ya era definitivo, lo había botado. Respiré profundo y me tranquilicé. Ya eso me había ocurrido antes y lo asumí viajando felizmente como ilegal, yendo por tierra y evitando los controles fronterizos. De hecho, desde hace un tiempo adquirí la costumbre de ir botando cosas importantes. Tengo experiencia. Pero aquí el asunto era distinto. Marica ¿Y qué vamos a hacer? José seguía mal. No sé, pero tranquilo, loquito. Al otro lado del control, listos para abordar el avión, nuestros compañeros me miraban con asombro y se llevaban la mano a la boca…. Juancho, que qué pasa? Gritó E. Bote el pasaporte ¡Ay, marica! Parce, trate de hacer memoria. Muy cerca de nosotros pasaron unos niños tocando felices sus vuvuzelas… Negritos, divinos. Camine hacemos algo… Pobre Jose, unos minutos antes había tenido que rescatar de la prisión al Villabo (¿Cómo se llamaba el Villabo? No me acuerdo… el Villabo): delante de una puerta de vidrio decía “Prohibido el paso” pero en inglés y por supuesto nadie pasaba. Detrás se veía a cuatro policías malencarados y alertas. El Villabo se acercó, la puerta se abrió automáticamte y él sencillamente cruzó… Eso está prohibido, acompáñeme señor, le dijo uno de los policías en ese inglés áspero y dificil de los sudafricanos… lo que es no saber inglés… Pobre Villabo… Pobre José… No, tranquilo, le dije, yo soluciono el asunto solo ¡Pero te va a dejar el avión! El vuelo salía en 20 minutos. No importa, tranquilo, vos ya has tenido suficiente ¿Está seguro, Juan? Sí. Recogí mis cosas y me fui sin ni siquiera una idea aproximada de qué iba a hacer, a lo lejos se oían las vuvuzelas…
Cuando supe que ya no podían verme me senté en un banco a pensar. Ya sé que me quedaba poco tiempo pero necesitaba pensar ¿Cuándo fue la última vez que tuve el pasaporte en la mano? No hace mucho puesto que acababa de registrarme… ¿y luego de eso, del registro, cuándo? Me acordé: justo detrás del puesto donde nos registramos y entregamos nuestro equipaje había varias casas de cambio… todos mis compañeros estaban como locos cambiando dólares por rands. Al cabo de un rato se me acerco don W ¿Oiste, cómo es lo de la cambiada de eso? Le expliqué ¿Y vos no vas a cambiar, home? No. Yo sabía que era mejor sacar plata del cajero automático. Camina, cambiemos. No. Miró la fila para el cambio con timidez. La verdad le iba quedar difícil lo del cambio. Don W no solo no entendía en ingles sino que además era un poco sordo. Venga yo le ayudo. Hice pacientemente la fila y cambié cien dólares por rands. Le pedí el pasaporte. No, hacelo con el tuyo mejor… Bueno…. Recibí los rands y se los entregué. Él sin siquiera mirarlos me sacó a un lado ¿Bueno, y como es la cosa con ésto? Le expliqué. Unos cinco minutos explicándole que ya los dólares no le servían para nada en este país, que ya estábamos en Sudáfrica ¿Y los reales sirven? Los reales son de Brasil, don W. Luego de esta conversación nos fuimos... y yo dejé el pasaporte en la casa de cambio…yo soy feliz haciendo eso, olvidando cosas… (y sentándome sobre mis gafas) De manera que mi alternativa era regresar, parecía sencillo. Sin embargo el aeropuerto de Jhoannesburgo es enorme y mis sala de abordaje quedaba en el otro extremo… emprendí el regreso más o menos seguro de dar con el sitio, cruce un pasillo, bajé unas escalas, subí otras, vi las decenas de personas aguardando a los viajeros, bajé otras esaleras, pasé por la llegada de vuelos nacionales, usé un ascensor… y caí en la cuenta de que me había perdido… Ya habían pasado diez minutos y mi vuelo me iba a dejar, no cabía duda. Me le acerqué a una policía y le expliqué mi situación. Una mujer negra, robusta y de seño fruncido. Enseguida llamó a otros dos policías (Laow y Chris, leí sus nombres en la etiqueta que llevaban en el pecho) les pidió que me llevaran a cierto lugar. No logré entender bien, justo en ese instante marchaban a nuestro lado más de un centenal de chilenos acabados de desembarcar ¡¡¡Chi chi chi, le le le!!! ¡¡¡Viva Chile!!! Eso unido al ruido de las vuvuzelas resultaba casi insoportable. ¡Noooo! le dije, yo perdí mi pasaporte, pero ya sé donde está, necesito que me lleven allá. ¡Ya entendí, señor! ¡Estoy tratando de ayudar! Contestó ofuscada. Sucede que yo estaba tan perdido que me había salido del aeropuerto y para reingresar de manera rápida debían llevarme por un lugar destinado únicamente a las autoridades. Los dos policías me condujeron por un pasadizo largo y solitario. Atravesamos tres puertas que solo abrían con una clave y que contaban con detectores de metales. Tuve que quitarme el sombrero, la correa y la chaqueta antes de cruzar cada una. Por último bajamos por un ascensor y allí estábamos de nuevo ¿Cómo se dice cerveza en afrikans? Aproveche para preguntarles a los tipos. Bier. Ya tenía planes de beber varias de esas en la noche ¡Bier! ¿Recuerda qué había cerca de la casa de cambio? Todo se veía igual, yo no recordaba nada...
Ya habían pasado los veinte minutos de sobra, así que me tranquilicé, ya no había nada que temer: el avión me iba a dejar, era un hecho, no una posibilidad. Ahora el problema era otro. Me llevaron a la llegada de vuelos internacionales. El primer lugar por donde pasan todos los viajeros que vienen de afuera. Eso sí lo recordaba bien… y comenzamos a caminar. Vi la llegada de los equipajes, el primer corredor que cruzamos… y en fin, al cabo de un rato entendí que mi pasaporte estaba prácticamente recuperado… creo que voy a recordar siempre la gran amabilidad de esos dos hombres… mucho más tranquilo aproveché para hablar de futbol con ellos ¿Quién creen que va a ganar la copa? ¡Bafana Bafana! Contestaron sin dudarlo un instante. Bafana, bafana, así le dicen a la selección de fútbol sudafricana. Muchachos, muchachos… Llegamos…la mujer de la casa de cambio me vio aparecer con una sonrisa y con una ceja levantada: Señor, yo en su lugar habría sufrido un infarto… No es para tanto, le respondí.
A pesar de todo les pedí a mis dos guías que camináramos rápido, tal vez mi avión aún seguía allí… Y en efecto. José me vio llegar con los ojos bien abiertos ¡Quihubo? Todo bien, lo encontré ¡El avión no se había ido aún y había pasado casi una hora! Por supuesto no me despedí de mis dos buenos amigos policías sin tomarme una foto con ellos ¡Bafana, Bafana! See you, guys!!! Hice la fila y saqué el pasaporte, ahora ya todo parecía en orden ¿Y el ticket? Busque minuciosamente en todas las partes posibles… mi ticket había desaparecido… Estoy hablando en serio: había perdido el ticket… Por los altoparlantes se escuchó una voz: Pasajeros del vuelo 192 rumbo a Ciudad del Cabo, por favor subir a bordo… ¡No me crea tan pelota, Juan Andrés, usté qué se fumó! Dijo José. Nada, no había fumado nada, básicamente así soy siempre…
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Lo que más recuerdo de los sudafricanos es su amabilidad. Inmediatamente uno de los funcionarios del aeropuerto comprendió que yo tenía problemas se acerco. What’s wrong, Sir? Era un hombre blanco de unos cincuenta años. Le conté. Oh, take it easy! ¿Cuál es su aerolínea? Le contesté. Mire, allá le pueden imprimir nuevamente su ticket. Por el altoparlante se escucho nuevamente la voz: último llamado, pasajeros vuelo 192 hacia Ciudad del Cabo, por favor abordar… ¡Marica! José estaba aterrado… Loquito, bien pueda váyase, si no alcanzó yo les pido que me monten en el próximo avión ¿Usté está seguro, Juan Andrés? Sí, váyase que usted tiene mucha gente que ciudar, vaya… Salí corriendo, por suerte la fila era breve. Buenos días señor. Hola, necesito que por favor imprima de nuevo mi ticket. Su pasaporte por favor. Se lo entregué, la mujer comenzó a teclear lentamente. Era una negra bella, yo tenía afán pero aun me daba cuenta de esos detalles y me hubiera quedado feliz hablando con ella. Comenzó a reírse, no lograba pronunciar mi nombre: Uann A a aandrre e a a a.. . Se cagó de la risa. Divina, pero yo quería irme pronto. Una vez con el ticket en mis manos regresé, pasé el control y vi a lo lejos a mis compañeros en la fila de abordaje… pero tendidos en el suelo: el vuelo seguía retrasado. Llegué hasta ellos lentamente, feliz. ¿Quihubo? No, todo bien, ya hice mis primeros amigos en Sudáfrica…