sábado, 26 de enero de 2013

Moonrise Kingdom


moonrise kingdom


Algunas ideas sobre la última película de Wes Anderson

La soledad

Mi película preferida de Wes Anderson es, de lejos, Bottle Rocket. Y siempre estoy esperando que el gran director algún día recupere la sencillez de su ópera prima. Eso no significa que no sienta gran aprecio por  lo que vino después. Pero creo que progresivamente, durante un buen tiempo,  sus personajes y sus argumentos se fueron haciendo cada vez más abstractos y sofisticados, casi indescifrables, diría yo. Al punto que The Royal Tenembaum parece una obra del teatro del absurdo

Moonrise Kingdom tiene algo de esa sofisticación pero en el fondo es bastante sencilla. Lo que da sustento a la historia es la profunda soledad de los personajes. Es una soledad que tiene varios hilos narrativos: esta la soledad de Walt Bishop, el padre de familia que parece naufragar en su propia casa; esta la soledad del el capitán Sharp; y obviamente esta la soledad de Suzy y Sam. La película parece estar ambientada en los años cincuenta o sesenta pero pronto uno comprende que esos personajes son intemporales y que su aislamiento podría ser el nuestro.

La soledad es uno de los temas predilectos de Anderson, cuyos personajes además parecen haber perdido el sentido de la vida: Margot Tenenbaum, Dignan, Steve Zissou, los hermanos  Whitman.

Los actores

Con la excepción de Bottle Rocket, la atmósfera en la que viven los personajes de Wes Anderson es siempre extraña y hasta cierto punto onírica. Casi nada de lo que ocurre en esas películas quiere imitar fielmente a la realidad. En Moonrise Kingdom, solo por mencionar un caso, todo está dispuesto de manera que el espectador siempre comprende que lo que tiene ante sus ojos es un decorado, como en una obra de teatro: la balsa en la que Sam escapa al principio de la película es prácticamente de juguete y la casa de Suzy es como de muñequero. Algo similar ocurre con los actores: dicen sus diálogos de manera convincente, podemos ver también  sus emociones, pero siempre hay en ellos, en su actitud, algo ligeramente sobreactuado.

Ahora que lo pienso se me ocurre que buena parte de esa extrañeza radica en la mirada: cuando uno los ve ante la cámara, los personajes de Wes Anderson prácticamente no parpadean, sostienen la mirada como si estuvieran en éxtasis. Lo mismo ocurre con los diálogos: parecen escritos en piedra, siempre definitivos. Esa característica resultaría ridícula en muchos otros directores, pero sobre todo, resultaría ridícula con otros actores. El caso es que aquí estamos frente a maestros: Bill Murray, inmutable como siempre, pero también encantador;  Frances McDorman, Harvey Keitel; Edward NortonJason Schwartzman, que no podía faltar y que como siempre encaja perfectamente…

Jared Gilman y Kara Hayward, los dos niños que interpretan a Suzy y Sam, de hecho parecen haber nacido para actuar en una película de Wes Anderson.

Bruce Willis

Por último quiero mencionar lo mucho que me gustó Bruce Willis. Para mí el tipo tiene un no sé qué de Humprey Bogart. Infortunadamente no siempre se ha involucrado en proyectos que le permitan explorar mejor su presencia escénica. Tal vez fueron Terry Gilliam y Tarantino quienes mejor lo supieron aprovechar.


sábado, 19 de enero de 2013

Argo

Ben Affleck al rescate argo


Ben Afleck empezó a perfilarse como un tipo odioso desde Armaguedon,  pero vino a consolidar esa imagen en Pearl Harbour, película que además de contar con él como protagonista constituía una exaltación chapucera del siempre predecible patriotismo norteamericano (vale recordar que ambas tuvieron como director a Michael Bay, también detestable). De hecho creo que nadie lograba explicarse cómo aquel actor mediocre con ínfulas de galán había ganado alguna vez un Oscar. En efecto Affleck escribió junto con su gran amigo Matt Damon el guion de Good Will Hunting, trabajo que les valió aquel premio en 1997. Pero cinematográficamente hablando, creo que pocos estaban dispuestos a atribuirle algún otro mérito. Hasta que anunció que iba a incursionar en la dirección.

La primera película dirigida por Affleck fue Gone, Baby, Gone (2007), que además contó como protagonista con su hermano, Casey Affleck. En contra de todos los pronósticos, se trató de una obra madura que llenaba al espectador de cuestionamientos éticos y morales, pero que ante todo lo mantenía en ascuas hasta el último minuto por el ritmo frenético de la narración. Por aquella misma época llegó Hollywoodland, otra sorpresa: allí Affleck interpretaba con notable solvencia al actor que encarnó en la década de los cincuenta a Superman en la serie de televisión: un George Reeves alcohólico y derrotado.

En 2010 el californiano ex esposo de Jennyfer López estrenó The Town. En esta oportunidad además de dirigir se encargó del papel protagónico y logró que la crítica del mundo comenzara a verlo definitivamente con otros ojos. Esta nueva película, un thriller de acción coprotagonizado por Rebeca Hall, sin lograr la profundidad y el cuerpo de Gone, Baby, Gone, reafirmaba el pulso narrativo de su director.

Por supuesto Affleck aún está lejos del nivel de directores de su generación como Poul Thomas AndersonWes Anderson, pero la lejana similitud entre su carrera y la de grandes maestros del cine clásico norteamericano como Nick CassavetesClint Eastwood, logra que ahora muchos esperemos  con cierta expectación morbosa cada uno de sus proyectos. Por eso cuando el año pasado se anunció el estreno de Argo el entusiasmo fue general.

argo


Argo relata  una historia real: el operativo que en 1980 la CIA llevó a cabo para rescatar a seis funcionarios  de su embajada en Teherán durante aquella crisis de rehenes ocurrida en el agitado Irán posterior al régimen del Sha y dominado por los Ayatolas. Por supuesto esa trama está lejos de ser inocente y espontánea en un momento en el que Estados Unidos amenaza reiteradamente con atacar al régimen de Mahmoud Ahmadinejad. Incluso se me ocurre que es demasiado significativo que el director, que además es el productor junto con George Clooney, quisiera rodar en Teherán y el gobierno de U.S.A lo persuadiera de no hacerlo.

Affleck  interpreta al agente secreto Tony Méndez quien propone la filmación de una película de ciencia ficción en Irán como fachada para el rescate. Se oye absurdo. Y lo es. Pero el contraste entre las calles de Teherán, con  supuestos traidores al régimen colgando del cuello en el brazo de una grúa, las oficinas claustrofóbicas de la CIA y el brillo fastuoso de Hollywood le aporta a la historia un tono tragicómico acentuado por la presencia refrescante y  el gran sentido del humor de John Goodman y Alan Arkin, quien por cierto está nominado por su trabajo aquí al Oscar como mejor actor secundario.

La trama de Argo no le da tregua al espectador, que ve cómo los hilos de la historia se van tensando  y sufre en su silla por la suerte esos personajes, cuyo destino es incierto. Creo que merecidamente la película ha sido clasificada por algunos en el género de aventuras; por ese ritmo trepidante y por su sabor a intriga política en algunos aspecto me recordó North by Northwest de Hitchcock. Pero sin duda el precedente más notable es Wag the dog (1997), la película de Barry Levinson, que también aborda el tema del cine y la política internacional.

Un aspecto notable además es la fotografía de Rodrigo Prieto (Beutiful, Babel, Brooke Back Mountain, 8 Mile, Amores perros…) que por ratos lo hace a uno pensar que está viendo una película de Sidney Lumet. Eso sin mencionar la increíblemente minuciosa dirección de arte.

Quedan para  el olvido los planos en los que sin razón aparecen los pectorales y los abdominales del protagonista. Pero sobre todo, para el olvido los planos le atribuyen a la cinta el tufillo heroico y chauvinista que nos hace recordar el fantasma del Affleck de Pearl Harbour. 

Trailer

domingo, 13 de enero de 2013

La muerte de Mamatoco (I)




Primera entrada sobre historia de Colombia. Dedicada a un oscuro boxeador cuyo asesinato marcó el peor momento de una enemistad política legendaria.

Una conclusión posible sobre la situación del presidente Alfonso López Pumarejo durante su segunda administración (1942) es que, si bien los escándalos que la entorpecieron hubieran logrado hacerle daño sin que importaran mucho las circunstancias que los acompañaron, hubo una especialmente dañina sin la cual probablemente López habría descartado su renuncia: su reciente enemistad con Laureano Gómez.

Ambos habían estado en contra del régimen de Abadía Méndez. Ambos acecharon al viejito Marco Fidel Suárez hasta que lo hicieron renunciar de la presidencia en 1921 y  lo llevaron a la amargura: Gómez, además de reprocharle el desenlace del conflicto de Panamá, no le perdonó haber gestionado en el Banco Mercantil el adelanto de algunos de sus sueldos de presidente*. López lo fustigó “por haber pagado unas resmas de papel de imprenta destinadas a publicaciones oficiales, a treinta pesos en vez de once, como se lo ofrecieron otros contratistas”. En esos términos lo recuerda Suarez en Los Sueños de Luciano Pulgar. Gómez apoyó la primera candidatura de Alfonso López Pumarejo (1934), y durante su posesión como presidente de la república pronunció un discurso en el que evocaba la gran amistad que los unía. Unos días antes  López había declarado a El Tiempo: “Mi amistad con Laureano Gómez es digna de respeto. Me parece muy importante que el jefe del partido conservador defina la posición de su partido frente al gobierno liberal en el acto de inauguración presidencial el próximo siete de agosto. Sin embargo, una vez posesionado López, no tardó en aparecer el motivo que constituyó el inicio de una enemistad legendaria en la vida pública de Colombia, equiparable a la de Obando y Mosquera y mucho más feroz sin duda que la de Santos y Uribe en nuestros días.
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“Mi amistad con Laureano Gómez es digna de respeto. Me parece muy importante que el jefe del partido conservador defina la posición de su partido frente al gobierno liberal en el acto de inauguración presidencial el próximo siete de agosto”. 
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En 1930, luego de cuarenta y cinco años de hegemonía conservadora, Enrique Olaya Herrera,  un político liberal llegó a la presidencia. Tiempo después un rumor  recorrió el país como un incendio: cerca de un millón de los votos que eligieron a Olaya Herrera eran falsos. El hecho nunca pudo comprobarse pero López se comprometió a elaborar un código electoral que en el futuro le garantizara al partido conservador unos comicios justos. El parlamento aprobó entonces una ley electoral pero, según Laureano Gómez, dicha ley no le daba al conservatismo una representación adecuada. A propósito del asunto Laureano escribió lo siguiente en el editorial de El Siglo de marzo 22 de 1937: “Declaro que creí siempre en su palabra (en la de López), sin abrigar al respecto ninguna reserva. Las circunstancias peculiares en que él y yo nos encontrábamos me deciden a expresar en público el siguiente interrogante que hace ya meses formulo a solas y con honda desolación todos los días: ¿El de  señor López me engañaba?” (Extraigo la cita del libro de Álvaro Tirado Mejía: Aspectos políticos del primer gobierno de Alfonso López Pumarejo).

De cualquier forma, no fue solo el incumplimiento de una promesa lo que lo que determinó el alejamiento de los dos políticos. Las convicciones de Laureano hacían imposible su amistad con el gobernante liberal: el ‘zarpazo’ de Roosevelt había acentuado un sentimiento anti yanqui que tenía fundamentos religiosos  y radicales ¿Cómo iba a tener él en buena consideración a un país en el que convivían sin ningún inconveniente protestantes masones y judíos? Laureano se manifestó en contra de los Estados Unidos en la Primera y Segunda Guerra Mundial, y apoyó decididamente a Franco durante la guerra del treinta y seis en  España. López en cambio estuvo a favor de la república y puso el Ejército Colombiano a las órdenes de los Aliados. Además de eso puso a funcionar su famosa Revolución en Marcha, que contradecía fundamentalmente las ideas del caudillo conservador.


* Eduardo Lemaitre sugiere que el aborrecimiento de Laureano por Marco Fidel surgió en 1914 luego de un debate en el congreso cuando Suárez era Canciller y trataba de sacar adelante el Tratado con Estados Unidos para normalizar las relaciones luego del despojo de Panamá. El señor Canciller quiere que firmemos el tratado como unos ovejos, dijo Laureano durante su intervención. Suárez, que fue un gramático consumado, uno de los más grandes en este país de gramáticos, interrumpió para corregirlo: no existen los ovejos. Laureano lo miró con furia pero el viejito continuó: el macho de la oveja se llama carnero. Durante mucho tiempo Laureano Gómez fue conocido informalmente como 'el ovejo'.

La muerte de Mamatoco (II)
La muerte de Mamatoco (III)


jueves, 3 de enero de 2013

Lecturas de vacaciones (IV)

Emma Reyes - Memoria por correspondencia

Memoria por correspondencia

Reseña de un libro hermoso, uno de los mejores de 2012.
















Emma Reyes, Memoria por correspondencia, Bogotá, Laguna Libros y Fundación Arte Vivo Otero Herrera, 2012.











Luego de leer Memoria por correspondencia me tomó varios días superar esa especie de duelo que se siente al terminar de leer  ciertos libros.  De hecho esas  palabras sobrias y precisas  me siguen retumbando en el oído.  

El libro consta de veintitrés cartas escritas por la Emma Reyes desde 1969, a lo largo de casi treinta años,  y dirigidas a su amigo Germán Arciniegas, quien  encontró en ese recurso epistolar la posibilidad de que Emma relatara por escrito las historias de su infancia que siempre había contado de viva voz. Al parecer ella no se tenía mucha fe escribiendo. Incluso en alguna carta le manifiesta a Arciniegas su desconcierto por no contar los sucesos de una manera clara y legible. Pero lo cierto es que como escritora Reyes demuestra  una  habilidad excepcional para crear imágenes, lo cual probablemente esté relacionado con su talento como pintora y artista visual.

Algunas personas resaltan la conmoción que les produce la lectura de esas historias descarnadas y llenas de detalles crueles, pero creo que lo que prevalece a lo largo de todo el libro es el vigor con el que  Emma y su hermana Helena se sobreponen a  las adversidades de su niñez en Bogotá, tan llena siempre de hambre y de infamias: las niñas, descorazonadoramente pobres,  desconocen a sus padres  y viven bajo la custodia de una mujer que a la primera oportunidad las abandona en una estación de tren, razón por la cual van a dar a un convento donde por caridad las monjas terminan su crianza.

Emma Reyes nos cuenta relatos sencillos pero memorables, llenos de una belleza amarga y de un sentido del humor implacable: las peripecias que debía hacer a los cuatro años  para botar las bacinillas pesadas de mierda; la felicidad que le producía, en el frío de Fusagasugá, ponerse  en las mejillas los huevos  tibios y recién puestos de las gallinas; la noche en la que en un patio del convento se le apareció el diablo; la primera vez que se confesó y le pidió al cura perdón por orinarse en la cama; la tarde en que se subió a un árbol para tratar de ver al niño Jesús; los castigos crueles y absurdos de las monjas…

Pero Memoria por correspondencia es además, como era de esperarse, una rendija  para asomarse a la Colombia de los años veinte: un país precario e inocente en el que los incendios que dejaban cien muertos se apagaban a poncheradas; y en el que un carro, ese invento desconocido y exótico, era recibido por muchos con el estupor y el asombro con el que se recibe a una bestia.

Leyendo a Emma Reyes recodé mucho a Frank McCourt y al Roddy Doyle de Paddy Clark JaJaJa, e insisto en que por disímiles que puedan parecer, hay muchísimos puntos de encuentro entre el pasado miserable de Irlanda del Norte y el de Colombia.

Sin duda estamos ante una obra que terminará convertida en un gran clásico de nuestra literatura.