sábado, 28 de mayo de 2011

El último día del año en la Isla del Sol












Llegamos a Copacabana rayando la una de la tarde, el último barco hacia la isla del sol salía a la una y veinte. Señor ¿No quiere cambiar su sombrero por el mío? Dijo la señora a la que pregunté dónde comprar los tickets para el bote. Rectito nada más, respondió señalando hacia adelante ¿Y el sombrero? No acepté la oferta. Nos abrimos camino a paso largo por una calle abarrotada de vendedores de verduras y mujeres con canastos. En medio del afán estrujé a un tipo rubio, alto y robusto de lentes oscuros y rastas cubierto con un aguayo, al lado suyo iba otro casi idéntico y una mujer boliviana. Perdón, alcance a decir y seguí. El tipo dijo algo en francés. Ni idea. Eran los últimos tres tickets. Detrás de nosotros llegó el del aguayo y su compañero. También buscaban tickets…

sábado, 21 de mayo de 2011

La Conjura de los Necios, de John Kennedy Toole

Cuando un génio aparece, todos los tontos se conjuran en su contra


Hace ya muchos años que me encontré por casualidad con esta novela.  Iba a la deriva caminando entre los estantes de la biblioteca y ahí estaba, como esperándome. No había oído hablar ni de ella ni de su autor. Me dejé seducir por el título, por el gordo estrambótico que aparecía en la carátula y por algún párrafo leído al azar… Luego de las primeras diez páginas creí que sería una lectura simpática pero tal vez irrelevante: una serie de personajes excéntricos cuyas vidas mediocres se coloreaban esporádicamente con situaciones absurdas quizá podrían ofrecer 380 páginas de lectura sosegada. Sin embargo, a la altura de la página 50 ya estaba irremediablemente aburrido. Era la aburrición de alguien obligado a seguir con cuidado la vida rutinaria de su vecino. Los personajes que  al principio se veían interesantes comenzaban a desdibujarse en medio de lo que yo inicialmente juzgué como una infinidad de insignificancias. Estuve incluso a punto de abandonar la lectura… Sin embargo, un inexplicable sentimiento de respeto hacia el libro me obligó a continuar. Pensé también que una novela que ha ganado el Premio  Pulitzer no podía ser tan mala…

 Llegué a la página cien y entonces comencé a comprender: lo mío era la impaciencia de un lector caprichoso, porque la forma de narrar era el recurso más adecuado que el autor había podido encontrar para contar su historia: sin esa narración pausada nada habría resultado verosímil; y aún más: los personajes habrían terminado convertidos en una serie de caricaturas más bien grotescas. Unas cuantas páginas después supe que “la Conjura de los necios” tenía una maestría narrativa similar a la de cualquier novela de Dickens. Casi todos los elementos de la historia estaban cuidadosamente dispuestos para contribuir al desenlace, nada era gratuito. La novela hacía una contorsión esplendida para morderse finalmente la cola.

 La acción transcurre en Nueva Orleans, con sus calles vibrantes de jazz y de gente de raza negra. Ignatius J. Reilly, protagonista de la novela y uno de los personajes más memorables de la literatura de las últimas décadas, es un hombre de treinta años, enorme e inimaginablemente gordo, que luego de terminar la universidad se encierra en su habitación para dedicarse a la redacción de una vasta obra que denuncie la atrocidad del siglo XX.  Un siglo que va mal porque carece de teología y  de geometría. Ignatius es un onanista frecuente; escribe incansablemente en sus cuadernos Gran Jefe; vive en la casa de su madre; no trabaja y tiene serios problemas con su válvula pilórica, lo cual lo hace víctima de repetidísimas y sonoras flatulencias. Creo que está completamente loco, como Don Quijote, con quien muchos quieren compararlo. Junto a él nos encontramos con un puñado de personajes  también  extraviados en sus propias vidas: Mancuso, un policía demasiado torpe que nunca logra hacer un arresto a pesar de que va por las calles de Nueva Orleans pretendiendo camuflarse ataviado con los más absurdos disfraces; Jones, un negro que para evitar la cárcel debe aceptar un trabajo como barrendero por el cual recibe menos de la mitad del mínimo; Gus Lavy, un millonario agobiado por su padre muerto, cuya memoria se perpetua en la patética fábrica de ropa interior que le dejó por herencia; La Señorita Trixie, una anciana que se pasa la vida durmiendo en su puesto de trabajo y soñando con el día de su jubilación… Un personaje que merece una mención especial es el de la antigua novia de Ignatius y  su alter ego, la ultra feminista Mirna Mirnkof. Él la detesta, y desearía ser un negro enorme para “empalarla” con un miembro especialmente descomunal, pero no puede evitar mantener con ella una extraña relación epistolar… Ambos están igual de mal de la cabeza y emprenden cruzadas para la defensa de disparates tales como la moral y la decencia.

 Todos los personajes de “La Conjura de los Necios” son ridículos casi hasta la risa, sin embargo, son a la vez tan humanos que en ocasiones dan ganas de llorar. La historia de su autor, John Kennedy Toole, también es conmovedora y raya en el absurdo.

 “La Conjura de los Necios” fue escrita hacia 1962  luego de que su autor prestara  servicio militar en Puerto Rico. Kennedy Toole envió el manuscrito a numerosas editoriales pero fue rechazado unánimemente, lo cual le produjo tal impacto psicológico que en 1969, a los 31 años y profundamente deprimido, se suicidó seguro de su incompetencia como escritor.

 Luego de su muerte, su madre, Thelma Toole, encontró el manuscrito y se empeñó en encontrar quién lo publicara, lo cual logró en 1980 gracias al apoyo decidido de Walker Percy, quien vio en la novela la genialidad que los demás necios editores habían preferido ignorar.

“La Conjura de los necios” ganó el premio Pulitzer y se convirtió en un gran éxito editorial en varios países. Hoy es considerado uno de los grandes clásicos de la literatura en la segunda mitad del siglo XX. Yo  sencillamente lo considero uno de los libros más entrañables que he leído en la vida.

sábado, 14 de mayo de 2011

Apuntes para una Historia del Culo


La mujer culona es una epopeya molecular de la feminidad



Salvador Dalí


Llevo un buen rato siguiendo cuidadosamente la programación de E! Entertainment Tv. Ahora mismo un hombre conocido como The Butt Surgeon, el cirujano del trasero, describe su técnica para dar a los afamados traseros de las estrellas de Hollywood la tonicidad y el volumen propios de una época que según él da casi tanta importancia a los traseros como a los senos…. Busco un poco de material para escribir acerca del cuerpo femenino, sobre su desnudez, sobre su significado, pero muy específicamente sobre esa parte de su anatomía que le ha dado forma y carácter desde las más primordiales épocas de la prehistoria, que ha extraviado corduras e inspirado versos tan lascivos como aquellos de Iriarte:



Con licencia del talle, que es modelo/Propuesto por Cupido a la hermosura,/ y de esa grata voz cuya dulzura/ de un alma enamorada es el consuelo/juro que nada en tu persona he visto/como el culo que tienes, soberano,/grande, redondo, grueso, limpio, listo/culo fresco, suavísimo, lozano…

“This is a very serious business”

Robert Capa, escenas de gurra

















“If your pictures aren't good enough,you aren't close enough"


Robert Capa


Es una mañana fría. La marea esta baja pero las olas golpean con fuerza los pesados cruceros, los acorazados y los tanques anfibios Sherman, que no soportan los embates ni su propio peso y uno a uno empiezan a hundirse. Miles de soldados anónimos, con el rostro acribillado por la llovizna, avanzan en las innumerables lanchas de desembarco aferrados a sus rifles envueltos en bolsas plásticas; muchos de ellos vomitan debido al terror que les exprime el estómago, sobre sus cascos empiezan a zumbar las primeras balas. El mayor grita sus últimas instrucciones.


No hay alternativa: un poco más allá de la playa, Omaha Beach, emplazada en lo más alto de los acantilados, la artillería alemana aguarda el momento de escupir su fuego. Es el seis de junio de 1944: las tropas aliadas, dispuestas con sus miles de embarcaciones ante las costas de Normandía se disponen a invadir la Europa continental, es la operación Overlord también llamada el día D. El Objetivo es conjurar de una vez por todas la amenaza nazi.

viernes, 13 de mayo de 2011

Cindy Sherman y la Máquina de follar


rodillas de nylon, muslos de nylon, y esa zona pequeña donde terminan las largas medias y empieza justo esa chispa de carne. Era todo culo y tetas, piernas de nylon, risueños ojos de límpido azul...

Charles Bukowsky


Antes de comenzar a escribir, y luego de revisar alguna bibliografía, quise cumplir con el viejo ritual contemporáneo de consultar el oráculo. Encendí el aparato, me conecté. Hace algo más de dos mil años era Delfos pero ahora en la pantalla blanca se leían las seis letras nítidas: Google; debajo de ellas tecleé el nombre de mi consulta. Click: Cindy Sherman. En la pantalla del computador me encuentro con imágenes de muñecas y maniquíes que me recuerdan cierta idea de Erick Fromm. En uno de sus ensayos más lúcidos, El Arte de Amar, el sobresaliente alumno de Freud nos advierte acerca de los rasgos más acentuados en el carácter de todos aquellos que crecimos inmersos en la sociedad tecnificada y anónima, abundante en medios y productos, que se formó luego de la revolución industrial (e incluso, como quiere Mc Luhan, luego de la imprenta): así como a nuestros antepasados se les fue la vida distinguiendo los frutos y las raíces dulces y nutritivas de las amargas y venenosas, y reconociendo los caminos apacibles de aquellos acechados por las bestias, a nosotros se nos va la nuestra en una interminable y probablemente vana selección de productos. Seleccionamos el desodorante, con mayor o menor cantidad de alcohol, la camisa según el cuello, el café según el nivel de cafeína, el carro por su consumo de gasolina… y nuestra percepción, dice Fromm, se ha transformado de acuerdo a aquel hábito propio de la sociedad de consumo, al punto que ahora no solo aplicamos parámetros comerciales para nuestras compras sino que nos relacionamos con la gente aplicando esos parámetros, esperamos que nuestros amigos sean inteligentes, nobles, con buen sentido del humor… Y nos hemos ido convirtiendo a nosotros lentamente en seres prefabricados, que pretenden ser tan relucientes, efectivos, bonitos y asépticos como un tarro de shampoo.

De Medellín a Machu Picchu, indocumentado y pobre (II)

Metodo fácil para irse hasta el Perú echando dedo


Una vez en Cusco hay dos maneras para llegar a Machu pichu. La primera requiere más tiempo pero es mucho más recomendable y luego sabrán por qué: consiste en tomar desde la terminal de Santiago un bus hacia Quillabamba. El bus vale veinte soles y uno se debe bajar en santa María: son ocho horas de viaje, pero para cualquiera que haya llegado aquí desde el norte o el sur del continente por carretera (y haciendo autostop) ocho horas no son más que un suspiro. En santa maría se toma una combi hasta Santa Teresa.


Cuesta diez soles y el trayecto dura casi dos horas por una carretera desatapada al lado de un precipicio. Recomiendo irse al lado de la ventanilla, la sensación es muy agradable. Por las afueras de Santa Teresa Pasa el Río Urubamba (compañero inseparable de viaje de aquí en adelante) y antes de emprender el viaje final es necesario cruzarlo, ahora hay un puente pero antes solo había oroya: un cajoncito suspendido de una cuerda que se debe arrastrar por medio de unas poleas. Este es otro de los trayectos emocionantes del viaje: abajo el río caudaloso rugiendo y arriba uno arrastrándose por la cuerda. Al otro lado del río es posible tomar un camioncito hasta Hidro o caminar. Todo depende de la hora. El caso es que caminando de allí hasta Aguascalientes (el pueblito donde queda Machu Picchu) se van cerca de ocho horas; cuatro por un camino destapado y cuatro por la vía del tren con el río siempre susurrando al lado. Como podrán entender es muy recomendable ir bien livianos de equipaje, con impermeables y una carpa por si es del caso.


La otra manera de llegar a las ruinas desde Cusco es tomando el rumbo hacia Ollantaitambo: es mucho más rápida pero implica un obstáculo enorme. Así fue como llegamos mis amigos y yo: Una señora muy amable nos llevó en su remoque hasta el camino que conduce al km 82; caminamos como hora y media hasta la última estación de tren antes de Aguascalientes, allí estaba el obstáculo: en la estación hacen guardia policías y controles vestidos de civiles para evitar que los viajeros sigan a pie por su propia cuenta (lo otro es tomar la ruta del Inca pagando un guía: carísimo, el plan vale más de doscientos dólares). No sobra anotar que la única forma de llegar a Machu Picchu es en tren (o a pie claro) y el tren es siempre caro para los extranjeros (de hecho todo es caro para los extranjeros porque en Perú creen que todo el mundo es gringo, así sea de Colombia y parezca nacido en la Avenida Jiménez con Séptima o en pleno Parque Berrío, como es mi caso).


Nosotros no estábamos dispuestos a pagar los más de veinte dólares cada uno que nos costaba el tren y en un descuido de todo el mundo seguimos nuestro rumbo, a pesar de que ya un control se había acercado a informarnos que estaba prohibido el paso. Íbamos a paso largo sin mirar para atrás, como si fuera la cosa más normal del mundo, cuando comenzamos a escuchar los gritos. Detrás venía un guardia del tren con dos policías. Estaban enojados: Se les advirtió que esto está prohibido, los podemos enviar a la comisaría ¿Tienen todos sus papeles en orden?¡Claro, oficial, cómo no! ¡Por Dios, y yo que era un ilegal! Alcancé a asustarme un poquito. Nos toco devolvernos.


No podíamos creer que luego de semejante travesía, de cruzar tres países viajando en la parte de atrás de no sé cuantos camiones el asunto fuera a terminar así. Yo entiendo que ustedes están cumpliendo su deber, pero ustedes entiendan que nosotros queremos visitar las ruinas y no tenemos plata para el tren, somos latinos no gringos, además ese tren es manejado por extranjeros, si por lo menos fuera peruano. Me jugué la última carta. Mis compañeros alegaron razones similares. Todo parecía concluido y ya íbamos de regreso cuando miramos para atrás y vimos a los dos policías haciéndonos señas. Los dos que veníamos de últimos nos devolvimos. Flor y yo.


Está bien, les vamos a decir dos maneras en la que ustedes pueden seguir su camino por aquí porque entendemos bien sus razones ¡Bien!!! El truco consistía en lo siguiente: debíamos acampar lejos de la estación para que no nos vieran ni los controles ni nadie hasta las nueve de la noche cuando llega el último tren exclusivamente para peruanos (era la una de la tarde) Entonces debíamos separarnos en grupos de dos y montarnos sin decir nada en distintos vagones; cuando el tren fuera en marcha y el control se acercara a pedirnos los cinco soles del pasaje y el DNI (el documento de identidad) debíamos decir con nuestro mejor acento peruano que lo habíamos perdido y que íbamos a poner el denuncio en Aguascalientes. No les va a pasar nada, se lo aseguramos, nos dijeron los policías. A unos quince minutos de la estación, a un lado del camino, había un cultivo de maíz en medio del cual nos internamos y acampamos entre las altas mazorcas. Fue una tarde agradable: dibujando el paisaje a escondidas, matando mosquitos y ensayando nuestro acento peruano: ¡He perdido mi DNI, pues, oficial¡

Hacia las ruinas

Faltando algo para las nueve salimos de nuestro escondite y comenzamos a esperar cerca de la estación. La oscuridad era casi absoluta, en el cielo brillaban tantas estrellas como no veía desde que era un niño. A lo lejos se empezó a escuchar el silbido y el rumor de la máquina sobre los rieles. Nos separamos. Yo me quedé con Nati y con Flor. Caminé unos pasos hacia delante para ver el tren cando apareciera, en ese momento un señor que un rato antes nos había preguntado si necesitábamos transporte se le acercó a mis compañeras. El silbido se oía cada vez más cerca. Este señor dice que los del tren se van a dar cuenta y nos van a bajar. Y los van a maltratar, agregó el tipo. Las dos mujeres estaban aterradas.


El tren llegó, se detuvo. En medio de la oscuridad y a la distancia a la que estaba vi un sinnúmero de bultos subirse ¡No nos podemos ir ahí! dijo la ecuatoriana y salió corriendo en busca del los demás. El tren reinició su marcha. Esperamos un rato... Nuestros amigos se habían ido... A nosotros tres nos quedaba la segunda alternativa que nos plantearon los policías: esquivar un poco la estación y seguir a pie aprovechando la falta de vigilancia a esa hora. Le pagamos a un niño para que nos condujera por una colina hasta llegar de nuevo a la carrilera. Eran las diez de la noche y había empezado a llover. Estábamos en el Km 82. Machu Picchu queda en el Km 111...


Caminamos toda la noche, descansamos cinco minutos en cada uno de los cuatro túneles que encontramos (secos y acogedores según mi apreciación, aunque mis compañeras no pensaban lo mismo por la abundancia de arañas), dormimos veinte minutos sobre la carrilera con la llovizna acariciándonos la cara. Llevábamos solo una botella de agua y celebrábamos el avance de cada kilómetro con un trago hasta que se nos acabó en el kilómetro cien. Yo iba adelante alumbrando el camino con la única linterna que teníamos. Por momentos caminaba medio dormido y soñaba que iba por el centro de Medellín con un perro ladrándome al lado. Al despertar entendía que el perro era el río Urubamba.

Llegamos a las siete de la mañana con los pies destrozados por la grava enorme y filosa de la vía férrea. Por cinco soles nos dejaron dormir y bañarnos en un hotel de Aguascalientes y a la una de la tarde estábamos listos para subir a las ruinas.

Pero yo tenía un pequeño problema que resolver. En Lima fui a un cajero automático y dejé la tarjeta olvidada, de inmediato me comuniqué con mi familia en Colombia para pedir que llamaran al banco y la bloquearan. Sencillo. Yo tenía otra tarjeta así que no me sobresalté mucho. Ya en Aguas Calientes llamé de nuevo a mi casa. Nada más a saludar. Hola, cómo están todos. Nosotros bien, mijo, el de los problemas va a ser otro. Era mi mama, la noté rara. Por qué, qué pasa. Por la tarjeta. ¡¡¿No la bloquearon?!!! No, es que bloquiamos la otra también...


Yo sin lugar a dudas no soy un hombre valiente, pero la verdad es que no me asusto fácil. Sin embargo cuando escuché semejante noticia sentí en el vientre un vacío del tamaño de Machu Picchu ¿Qué demonios iba a hacer tan lejos y sin un centavo? Bueno, traté de tranquilizarme y pensé en una alternativa: antes de salir de Medellín hice algunos grabados al aguafuerte y a punta seca con imágenes de indígenas peruanos la idea era regalarlos como recuerdo, cambiarlos o venderlos. Una amiga que ya ha hecho el viaje dos veces me lo recomendó: no te vas sin cosas para cambiar, vender o regalar, así sea bolsitas de café. Yo llevé lo que sé hacer y en el camino de subida hacia las ruinas empecé a ofrecerle un suvenir a cuanto extranjero con cara de europeo pudiente me encontré.

Mis compañeras se me adelantaron pronto. La subida toma unas dos horas y se necesita un buen estado físico. En el trayecto me encontré con mis amigos ecuatorianos, los que sí habían tomado el tren. Les fue bien, no los descubrieron, pero no habían podido entrar a Machu Picchu. Ninguno excepto Chema, un hombre robusto y de baja estatura que se nos habñia unido en el Cusco: me subí por un barranco y alcancé a ver la ruinas, vi la muerte porque casi me voy al vacío, pero lo logré; yo creo que tú también puedes, Juan, yo sé que sí. Sí, intentalo, dijo un argentino que venía con ellos, vale la pena,che. ¡Por un barranco! Yo estaba sin un centavo, me habían dado dinero falso, se me habían perdido los papeles de identificación: no estaba seguro de querer tentar más a mi suerte subiéndome por el tal barranco. Además conozco un método mucho más civilizado para entrar gratis a Machu Picchu.


Cuando llegué arriba eran más de la cuatro de la tarde y estaba empezando a llover. En la cafetería traté de vender más grabados: me estaba yendo bien, ya tenía cincuenta solecitos en el bolcillo. Trabé conversación con algunas personas y se me fue el tiempo de tal forma que cuando el aguacero arreció caí en cuenta de que no había visto a mis compañeras...


Casi a las seis de la tarde, en medio de los chorros de lluvia las vi salir de las ruinas. La ecuatoriana se me fue encima y me dio un abrazo tan fuerte que casi me daña los lentes: ¡Habían entrado gratis! Bueno aquí está el método, que es conocido por un buen número de mochileros: durante la subida es necesario trabar conversación con viajeros que recién salgan de su tour y pedirles que si por favor te regalan su tiquete, muchos lo miran a uno extrañados y se niegan, los latinos dicen que lo quieren conservar como recuerdo, en fin. Pero llega un turista desprendido que te regala su tiquete. Listo, lo que sigue es entrar a las ruinas como si nada y cuando el control pida el tiquete uno le dice que salió un rato para comer algo. Y ya. Estas adentro. Es como cuando uno va al cine y le dan ganas de orinar: al regresar muestra la mitad del tiquete que le queda. Pero cuidado, el tiquete tiene que ser del mismo día...


El caso es que por las circunstancias que ya mencioné yo no entré ese día sino al siguiente, cuando me despedí de mis amigas,que no me podían esperar y partieron cuanto antes. Yo emprendí de nuevo la subida ¡Uuuf! Me quedé cerca de dos horas en Machu Pichu; entre con el ticket de un señor llamado Phillip Dalmon, canadiense. Yo le di un grabado como agradecimiento. Estar allí fue una sensación extraña, como cuando se conoce en persona a alguien famoso: uno no logra conciliar su imagen con la que veía en televisión, se ve igual pero distinto. Además para mí una vez estuve adentro fue como la coronación de una especie de extraño sueño americano, con todas las adversidades que tuve que pasar (y con las que me faltaban) No pienso decir mucho más porque creo que definitivamente hay que visitar el lugar por cuenta propia para poder hacerse una idea. De cualquier forma nunca voy a olvidar las amplias terrazas, los senderos de piedra y la figura enorme del Wainapicchu en el horizonte, como llegando al cielo.


El camino de regreso

Inicié mi retorno como a las tres y media de la tarde. Debía llegar hasta Santa Teresa en el Km 127. Tomé la vía del tren con la esperanza de llegar a Hidro y alcanzar un carro. Pero no, a las siete de la noche, cuando llegué ya no había carros y me tocó seguir mi camino a pié bajo la lluvia. De Hidro a Santa Teresa hay tres horas; como yo iba de noche el camino estaba totalmente oscuro, lo único que alcanzaba a ver eran las luciérnagas. Algunas de ellas caían exhaustas en el piso y yo las ponía en la palma de mi mano con la esperanza de que me alumbraran un poco. En cierto lugar había una piedra gigantesca que protegía de la lluvia y me detuve a descansar un rato; me senté . El lugar estaba tan cómodo y seco que hasta pensé en que darme a dormir allí. Al cabo de tres horas empecé a ver una lucecita que se acercaba lentamente. Esperé un rato hasta que pasó por mi lado y siguió sin decir nada; obviamente no era una luciérnaga.Cómo es que iba a seguir sin siquiera saludar. Buenas, le dije. Era un campesino llamado Sandro. Me contó que faltaba poco para la oroya, y advirtió que a esa hora era mejor tener cuidado al cruzar. Un poco más allá encontré la primera casa. Llevaba como siete horas de camino sin agua así que me desvié hacia allá; a través de la reja vi a un grupo de campesinos medio borrachos, saludé, les pedí agua, charlamos un rato: terminaron invitándome a dos cervezas. Delicioso. Gente muy amable. 

Más adelante había otra casita con las luces encendidas y una puerta abierta, era una tienda. Me acerqué. Era un grupo de señoras. Les pregunté por la oroya y al final pedí que me vendieran dos bananos.Esa era mi comida, debía ahorrar mucho porque mi futuro era incierto. La que me atendió fue una mujer de unos cincuenta años llamada Fortunata ¿Y esta va a ser tu cena? Sí. Le conté los pormenores de mi viaje. Los soles falsos, las tarjetas, los papeles perdidos. Pero tú das lástima, pues, decía Fortunata en medio de risas. Cómo es que ibas a dormir debajo de una piedra. Me rodearon asombrados y me invitaron a quedarme. Dormí espléndidamente. Al día siguiente me invitaron a desayunar yucas cocidas y carne guisada con un café delicioso cosechado por ellos mismos. A las siete de la mañana me despedí de ellos, crucé el río y emprendí mi definitivo viaje de regreso. En Santa María les pedía auxilio a los policías. De nuevo conté mi historia y los tipos se cagaron de la risa. Nosotros te vamos a ayudar. El bus llegó luego de más de una hora de espera y cuando apareció por la calle principal lo primero que vi fue a los policías hablando con el chofer. Me llamaron con la mano. Mira, el amigo te va a llevar por solo 10 solecitos. El pasaje valía veinticinco… pero yo solo tenía siete… Ok… gracias, señores, les dije con cierta tristeza pero con profunda sinceridad, me voy a acordar siempre de ustedes. Luego respiré profundo y me le aparecí al chofer por la ventanilla con una gran sonrisa: amigo, yo soy el que usted va a llevar por cinco soles… Llegué a Cusco con cincuenta centavos….


El bus en el que me vine de Cusco a Lima se estaba incendiando durante el viaje a las cuatro de la mañana y tocó saltar por las ventanillas; luego, a las diez de la mañana, se le estalló una llanta y quedó al borde de un precipicio. Yo no lo podía creer. Por supuesto no me fui del Perú sin quedarme un día en Máncora, una playa hermosa al lado del Pacífico.

En Ecuador, en dos oportunidades, me iban a mandar para la cárcel por no tener papeles de identificación pero me salvé gracias a la ancestral y providencial capacidad paisa para echar carreta.



Por último llegué de nuevo a Colombia: Ipiales, Cali, Medellín: no lo podía creer cuando luego de pasar por Caldas, miré por la ventanilla y vi la primera estación del Metro: por maravilloso que haya sido el viaje siempre es bueno volver a casa...

De Medellín a Machu Picchu, indocumentado y pobre (I)

Método fácil para irse hasta el perú echando dedo Lo primero del viaje era averiguar la ruta más conveniente. Consulté en Internet y les pregunté a algunas personas. Lo más indicado, coinciden todos, es llegar a Ipiales, cruzar Ecuador y bajar por Perú siguiendo igualmente la carretera Panamericana. Lo segundo era averiguar la documentación que se requiere para viajar por esos países. Me metí a la página de la embajada de Ecuador en Colombia. Yo juraba que se necesitaba sacar pasaporte: como ciento veinte mil pesos ¡Jesús! En el sitio web decía sin embargo: se requiere Pasado Judicial del DAS, Tarjeta Andina de Inmigración, Cédula y/o pasaporte ¿Y/o? Yo no lo podía creer.

jueves, 12 de mayo de 2011

Casi Famosos, de Cameron Crowe

Este fin de semana encendí el televisor… nada qué hacer, la misma basura de siempre. Documentales sobre edificios o carros gigantes, algún reportaje sobre lo increíblemente rico que es este o aquel, series malucas en todas partes….Afortunadamente en VH1 estaban pasando de nuevo Casi famosos (2000) de Cameron Crowe. No recuerdo cuándo fue mi primera vez con esta película, pero estoy seguro que desde entonces la he visto más de diez veces. Creo que ello se debe en buena medida a que ciertos canales insisten en repetirla hasta el cansancio. Me da igual, pienso repetirla tantas veces como pueda…. ¿Cómo va uno a resistirse al poder casi hipnótico de los rizos dorados de Kate Hudson? ¿Y cómo va uno a privarse de esa banda sonora que lentamente va soltando como joyas canciones memorables de Simon and Garfunkel, Led Zeppelin y the Altman Brothers?



viernes, 6 de mayo de 2011

¡Ya hice amigos en Sudáfrica!

De cómo estúpidamente boté mi pasaporte en Jhoannesburgo


El vuelo estaba retrasado, pero faltaba muy poco para que abandonáramos Jhoannesburgo. Passport, please. Adelante de la fila mis compañeros extendían juiciosamente el documento. Yo saqué el ticket de entre un libro de J.M Coetzee (“Desgracia”…) y me llevé la mano al bolsillo de atrás: enseguida sentí un frio en el estomago que me subió por el pecho y me llegó hasta la boca. Se me entumeció la lengua. Luego busqué apresuradamente en los demás bolsillos, en la mochila. Passport, please. Me hice a un lado de la fila. ¿Qué pasa? Preguntó José. Boté el pasaporte. Vacié mis bolsillos y la mochila. Nada. José estaba pálido, era el guía del tour y ya en sao Pablo se le había perdido un viejito en el aeropuerto Garhulas: Cuando llegamos al hotel todos empezaron a extrañar vagamente a don Q. Oigan ¿No falta uno de los viejitos? ¿Si? ¿Cuál? Pregunté. El bajito, morenito de gorra ¡Mírelo! No, ese no, hombre. Don Q Se había quedado esperando su equipaje y cuando lo encontró ya todos nos habíamos ido para el hotel, exhaustos, luego de aterrizar a las cuatro de la mañana y esperar para sellar el ingreso al país por más de dos horas. Lo encontramos por casualidad arrastrando su maleta por uno de tantos pabellones, a la deriva ¿Ya nos vamos? Preguntó cuando nos vio. Sí, señor, venga antes de que nos dejen…




¿Y quihubo? ¿Nada? No, ya era definitivo, lo había botado. Respiré profundo y me tranquilicé. Ya eso me había ocurrido antes y lo asumí viajando felizmente como ilegal, yendo por tierra y evitando los controles fronterizos. De hecho, desde hace un tiempo adquirí la costumbre de ir botando cosas importantes. Tengo experiencia. Pero aquí el asunto era distinto. Marica ¿Y qué vamos a hacer? José seguía mal. No sé, pero tranquilo, loquito. Al otro lado del control, listos para abordar el avión, nuestros compañeros me miraban con asombro y se llevaban la mano a la boca…. Juancho, que qué pasa? Gritó E. Bote el pasaporte ¡Ay, marica! Parce, trate de hacer memoria. Muy cerca de nosotros pasaron unos niños tocando felices sus vuvuzelas… Negritos, divinos. Camine hacemos algo… Pobre Jose, unos minutos antes había tenido que rescatar de la prisión al Villabo (¿Cómo se llamaba el Villabo? No me acuerdo… el Villabo): delante de una puerta de vidrio decía “Prohibido el paso” pero en inglés y por supuesto nadie pasaba. Detrás se veía a cuatro policías malencarados y alertas. El Villabo se acercó, la puerta se abrió automáticamte y él sencillamente cruzó… Eso está prohibido, acompáñeme señor, le dijo uno de los policías en ese inglés áspero y dificil de los sudafricanos… lo que es no saber inglés… Pobre Villabo… Pobre José… No, tranquilo, le dije, yo soluciono el asunto solo ¡Pero te va a dejar el avión! El vuelo salía en 20 minutos. No importa, tranquilo, vos ya has tenido suficiente ¿Está seguro, Juan? Sí. Recogí mis cosas y me fui sin ni siquiera una idea aproximada de qué iba a hacer, a lo lejos se oían las vuvuzelas…


Cuando supe que ya no podían verme me senté en un banco a pensar. Ya sé que me quedaba poco tiempo pero necesitaba pensar ¿Cuándo fue la última vez que tuve el pasaporte en la mano? No hace mucho puesto que acababa de registrarme… ¿y luego de eso, del registro, cuándo? Me acordé: justo detrás del puesto donde nos registramos y entregamos nuestro equipaje había varias casas de cambio… todos mis compañeros estaban como locos cambiando dólares por rands. Al cabo de un rato se me acerco don W ¿Oiste, cómo es lo de la cambiada de eso? Le expliqué ¿Y vos no vas a cambiar, home? No. Yo sabía que era mejor sacar plata del cajero automático. Camina, cambiemos. No. Miró la fila para el cambio con timidez. La verdad le iba quedar difícil lo del cambio. Don W no solo no entendía en ingles sino que además era un poco sordo. Venga yo le ayudo. Hice pacientemente la fila y cambié cien dólares por rands. Le pedí el pasaporte. No, hacelo con el tuyo mejor… Bueno…. Recibí los rands y se los entregué. Él sin siquiera mirarlos me sacó a un lado ¿Bueno, y como es la cosa con ésto? Le expliqué. Unos cinco minutos explicándole que ya los dólares no le servían para nada en este país, que ya estábamos en Sudáfrica ¿Y los reales sirven? Los reales son de Brasil, don W. Luego de esta conversación nos fuimos... y yo dejé el pasaporte en la casa de cambio…yo soy feliz haciendo eso, olvidando cosas… (y sentándome sobre mis gafas) De manera que mi alternativa era regresar, parecía sencillo. Sin embargo el aeropuerto de Jhoannesburgo es enorme y mis sala de abordaje quedaba en el otro extremo… emprendí el regreso más o menos seguro de dar con el sitio, cruce un pasillo, bajé unas escalas, subí otras, vi las decenas de personas aguardando a los viajeros, bajé otras esaleras, pasé por la llegada de vuelos nacionales, usé un ascensor… y caí en la cuenta de que me había perdido… Ya habían pasado diez minutos y mi vuelo me iba a dejar, no cabía duda. Me le acerqué a una policía y le expliqué mi situación. Una mujer negra, robusta y de seño fruncido. Enseguida llamó a otros dos policías (Laow y Chris, leí sus nombres en la etiqueta que llevaban en el pecho) les pidió que me llevaran a cierto lugar. No logré entender bien, justo en ese instante marchaban a nuestro lado más de un centenal de chilenos acabados de desembarcar ¡¡¡Chi chi chi, le le le!!! ¡¡¡Viva Chile!!! Eso unido al ruido de las vuvuzelas resultaba casi insoportable. ¡Noooo! le dije, yo perdí mi pasaporte, pero ya sé donde está, necesito que me lleven allá. ¡Ya entendí, señor! ¡Estoy tratando de ayudar! Contestó ofuscada. Sucede que yo estaba tan perdido que me había salido del aeropuerto y para reingresar de manera rápida debían llevarme por un lugar destinado únicamente a las autoridades. Los dos policías me condujeron por un pasadizo largo y solitario. Atravesamos tres puertas que solo abrían con una clave y que contaban con detectores de metales. Tuve que quitarme el sombrero, la correa y la chaqueta antes de cruzar cada una. Por último bajamos por un ascensor y allí estábamos de nuevo ¿Cómo se dice cerveza en afrikans? Aproveche para preguntarles a los tipos. Bier. Ya tenía planes de beber varias de esas en la noche ¡Bier! ¿Recuerda qué había cerca de la casa de cambio? Todo se veía igual, yo no recordaba nada...


Ya habían pasado los veinte minutos de sobra, así que me tranquilicé, ya no había nada que temer: el avión me iba a dejar, era un hecho, no una posibilidad. Ahora el problema era otro. Me llevaron a la llegada de vuelos internacionales. El primer lugar por donde pasan todos los viajeros que vienen de afuera. Eso sí lo recordaba bien… y comenzamos a caminar. Vi la llegada de los equipajes, el primer corredor que cruzamos… y en fin, al cabo de un rato entendí que mi pasaporte estaba prácticamente recuperado… creo que voy a recordar siempre la gran amabilidad de esos dos hombres… mucho más tranquilo aproveché para hablar de futbol con ellos ¿Quién creen que va a ganar la copa? ¡Bafana Bafana! Contestaron sin dudarlo un instante. Bafana, bafana, así le dicen a la selección de fútbol sudafricana. Muchachos, muchachos… Llegamos…la mujer de la casa de cambio me vio aparecer con una sonrisa y con una ceja levantada: Señor, yo en su lugar habría sufrido un infarto… No es para tanto, le respondí.


A pesar de todo les pedí a mis dos guías que camináramos rápido, tal vez mi avión aún seguía allí… Y en efecto. José me vio llegar con los ojos bien abiertos ¡Quihubo? Todo bien, lo encontré ¡El avión no se había ido aún y había pasado casi una hora! Por supuesto no me despedí de mis dos buenos amigos policías sin tomarme una foto con ellos ¡Bafana, Bafana! See you, guys!!! Hice la fila y saqué el pasaporte, ahora ya todo parecía en orden ¿Y el ticket? Busque minuciosamente en todas las partes posibles… mi ticket había desaparecido… Estoy hablando en serio: había perdido el ticket… Por los altoparlantes se escuchó una voz: Pasajeros del vuelo 192 rumbo a Ciudad del Cabo, por favor subir a bordo… ¡No me crea tan pelota, Juan Andrés, usté qué se fumó! Dijo José. Nada, no había fumado nada, básicamente así soy siempre…


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Lo que más recuerdo de los sudafricanos es su amabilidad. Inmediatamente uno de los funcionarios del aeropuerto comprendió que yo tenía problemas se acerco. What’s wrong, Sir? Era un hombre blanco de unos cincuenta años. Le conté. Oh, take it easy! ¿Cuál es su aerolínea? Le contesté. Mire, allá le pueden imprimir nuevamente su ticket. Por el altoparlante se escucho nuevamente la voz: último llamado, pasajeros vuelo 192 hacia Ciudad del Cabo, por favor abordar… ¡Marica! José estaba aterrado… Loquito, bien pueda váyase, si no alcanzó yo les pido que me monten en el próximo avión ¿Usté está seguro, Juan Andrés? Sí, váyase que usted tiene mucha gente que ciudar, vaya… Salí corriendo, por suerte la fila era breve. Buenos días señor. Hola, necesito que por favor imprima de nuevo mi ticket. Su pasaporte por favor. Se lo entregué, la mujer comenzó a teclear lentamente. Era una negra bella, yo tenía afán pero aun me daba cuenta de esos detalles y me hubiera quedado feliz hablando con ella. Comenzó a reírse, no lograba pronunciar mi nombre: Uann A a aandrre e a a a.. . Se cagó de la risa. Divina, pero yo quería irme pronto. Una vez con el ticket en mis manos regresé, pasé el control y vi a lo lejos a mis compañeros en la fila de abordaje… pero tendidos en el suelo: el vuelo seguía retrasado. Llegué hasta ellos lentamente, feliz. ¿Quihubo? No, todo bien, ya hice mis primeros amigos en Sudáfrica…